Jacquie D’Alessandro

Un Romance Imprevisto

1

Alberta Brown se agarro con fuerza a la barandilla de madera del Seaward Lady mientras un escalofrio le recorria la espalda. Con la esperanza de aparentar una calma que no sentia, echo un rapido vistazo a su alrededor.

Los hombres de la tripulacion se gritaban unos a otros y reian mientras lanzaban gruesas maromas y recogian las velas, preparandose para la inminente llegada a Londres. El aire, cargado con el penetrante aroma del mar, arrastraba desde el bullicioso puerto el sonido de voces, convertidas en un murmullo indescifrable. Los pasajeros se habian reunido en grupos junto a la barandilla, charlado nerviosamente, sonriendo o saludando con la mano a alguien en el muelle. Todos parecian perfectamente tranquilos y deseosos de pisar tierra despues de los tres meses que habia durado el viaje desde America. Nadie la estaba mirando.

Aun asi, no podia librarse de una extrana sensacion de amenaza. El peso de una mirada la cubria como un sudario. El corazon le golpeaba el pecho con lentos y pesados latidos. Se obligo a respirar hondo para calmarse y a devolver su atencion al cercano puente.

«Estoy totalmente a salvo. Nadie quiere hacerme dano.»

Rogo a Dios que fuera cierto.

Pero no conseguia deshacerse de la desagradable sensacion de que no lo era. Bajo la mirada hacia la espuma que golpeaba el casco mientras el barco cortaba suavemente las olas, y el estomago le dio un vuelco. Dios, no hacia ni tres horas que habia caido en esas azules aguas…

Cerro los ojos con fuerza, estremeciendose. Recordo la impresion al sentir que la empujaban desde atras, la caida… eterna, dando manotazos desesperados al aire, mientras gritos de panico le surgian de la garganta y se acallaban de repente cuando el agua helada se cerro sobre ella. Estaria eternamente agradecida al trio de perros que, con sus ladridos, alertaron del accidente a un atento marinero. Aun asi, a pesar de la rapida reaccion del hombre y de sus propias habilidades de nadadora, Allie habia estado a punto de ahogarse.

El accidente. Si, asi lo llamaba todo el mundo. Un cabrestante mal asegurado se habia soltado y le habia golpeado entre los hombros, empujandola por encima de la borda. El capitan Whitstead habia reprendido a toda la tripulacion.

Pero ?habia sido realmente un accidente? ?O alguien habia soltado intencionadamente el cabrestante y lo habia impulsado hacia ella?

Sintio un nuevo escalofrio, e intento convencerse de que solo se debia a que aun tenia el cabello humedo bajo el sombrero. Con todo, no podia pasar por alto el hecho de que su casi fatal caida no era el primer incidente extrano que le habia sucedido durante el viaje. Primero habia sido la inexplicable desaparicion de su alianza de bodas. ?La habia perdido o se la habian robado? Aunque el anillo no tenia gran valor monetario, si que lo echaba de menos por su valor sentimental, ya que era un recuerdo tangible de lo que habia tenido… y perdido.

Luego la caida por las escaleras, en la que, por suerte, no se habia roto nada, aunque los dolorosos morados habian tardado semanas en desaparecer. En aquella ocasion habia notado un empujon… El sentido comun le decia que solo habia sido un tropezon accidental, pero no podia sacarse de encima la sensacion de que la habian empujado. ?Y que decir de la misteriosa afeccion de estomago que habia sufrido la semana anterior? Nadie mas habia enfermado. ?Podria ser que hubieran puesto algo en su comida?

Pero ?por que? ?Que razon podia tener alguien para desear hacerle dano? Se habia hecho esa pregunta docenas de veces y no habia sido capaz de dar con una respuesta concluyente. Queria pensar que estaba a salvo, pero una voz interior le advertia que existia la posibilidad de que no fuera asi. ?La habria seguido a Inglaterra alguna amenaza del pasado?

Volvio a mirar a su alrededor, pero no noto nada raro. Su inquietud disminuyo un poco y se dio animos. El barco atracaria en menos de una hora. Entonces se perderia entre la multitud y se sumiria en el anonimato de la gran ciudad. Alli nadie la conocia. Nadie…

Bajo la mirada, deslizandola por el vestido negro de luto que la cubria. La severa sarga se ondulaba bajo la fuerte brisa. Una imagen de la calida sonrisa de David le cruzo la mente, y apreto los ojos con fuerza en un vano intento de alejar el intenso pesar que aun, pasados tres anos de su subita muerte, la invadia siempre que pensaba en su difunto marido. Dios, ?cesaria algun dia el dolor que le oprimia el corazon? ?Volveria alguna vez a sentirse completa?

Sus dedos acariciaron de manera distraida la tela del vestido mientras su mente dibujaba el pequeno objeto que escondia bajo los voluminosos pliegues, cosido al dobladillo de la enagua. Para tenerlo seguro. Y siempre cerca. Sobre todo despues de la inexplicable desaparicion de su alianza de bodas.

«Esta es la ultima etapa de mi viaje, David. Despues de reparar este ultimo agravio, sere libre.»

– ?Alberta! ?Aqui estas! Los chicos te han estado buscando por todas partes.

Allie se volvio hacia la voz, familiar y autoritaria, agradecida por la interrupcion de sus turbadores pensamientos. La baronesa Gaddlestone se le acerco con un vigor que desdecia de su gruesa figura y sus sesenta y tres anos. Claro que parte del brioso andar de la baronesa se debia a las muchas energias de los tres perros malteses que sujetaba por las correas. «Los chicos», como llamaba la baronesa a su peluda jauria, arrastraban a su duena como si fueran unos poderosos bueyes y ella un carro cargado.

Allie dejo a un lado sus preocupaciones y se agacho para recibir el entusiasta y ruidoso saludo que le ofrecian las tres bolitas peludas.

– ?Edward, comportate! -rino la baronesa cuando el mas pequeno de los malteses lleno la cara de Allie de besos humedos y alegres-. ?Tedmund?! ?Frederick! Parad inmediatamente!

Los chicos desoyeron alegremente a su duena, como solia pasar siempre que se alborotaban, pero Allie disfrutaba con el ruidoso jaleo de los perros. Mas aun, tenia una deuda con ellos que nunca podria saldar. Cuando Allie cayo por la borda, fueron sus incesantes ladridos los que alertaron al marinero. Asi que estaba dispuesta a pasar por alto sus malas costumbres y solo se fijaba en su innegable encanto.,Que importaba que a Edward le encantara marcar como suyos todos los trozos de madera o cuerda que tuviera al alcance? Y a bordo de un barco, esa mania mantenia tan ocupado al perrito que todas las noches caia exhausto en su cesta.

?Como podia censurar a la predileccion que sentia Frederick por mordisquear tobillos, cuando habia sido el el que casi arrastro al marino salvador hasta la barandilla mientras sus hermanos se quedaban afonicos de tanto ladrar? Su mirada hallo a Tedmund, que se habia alejado unos cuantos metros para dedicarse a su actividad favorita, esta vez sobre un monton de trapos viejos. Oh, Dios. En muchas ocasiones habia intentado explicar a Tedmund que no era educado tratar de hacer perritos con cualquier otra cosa que no fuera una perra, e incluso asi, solo en privado, pero Tedmund seguia sin hacer caso.

Despues de separar discretamente a Tedmund del monton de trapos y de haber repartido a partes iguales su carino entre los tres perros, Allie se incorporo y los contemplo juguetear.

– Sentaos -ordeno.

Tres traseros caninos se colocaron inmediatamente sobre el suelo de la cubierta.

– Debes explicarme como lo haces, querida dijo la baronesa, en un tono exasperado-. He sido incapaz de calmarlos desde que les dije que llegariamos a casa esta manana. Ya sabes lo ansiosos que estan por correr por el parque. -Dedico una gran sonrisa a sus criaturitas-. No os preocupeis, encantos. Mama promete llevaros a dar un largo paseo esta misma tarde.

Al oir la buena noticia, las colas de los chicos barrieron la cubierta como un trio de escobas.

Allie se sintio inundada por una calida sensacion. La baronesa le gustaba de verdad; los brillantes ojos verdes y los redondeados rasgos niveos le hacian pensar en un duendecillo anciano y bondadoso. Le agradecia que la

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