extrano en sus sentidos. Y en su respiracion.
Se aclaro la garganta.
– ?Ha tenido la oportunidad de conocer a la familia de
– Solo a su madre,
– Entonces debe pasarse por los establos para conocer a
Ella prorrumpio en carcajadas.
– Os estais inventando esos nombres, excelencia.
– No, son autenticos. Mortlin iba bautizando a las bestias conforme nacian… y nacian… y nacian. Fue una camada de diez gatitos en total, y Mortlin les ponia nombres cada vez mas… eh, floridos a medida que su madre los paria. La decencia me impide mencionar algunos de ellos. -Haciendo un gran esfuerzo, logro bajar de nuevo la vista hacia el cuaderno de dibujo-. ?De quien es este perro?
La alegria desaparecio del rostro de Elizabeth.
– Es mi perro,
La profunda melancolia con que ella miraba el bosquejo lo impulso a preguntar:
– ?Y donde esta
– Es demasiado viejo para hacer la travesia hasta Inglaterra, asi que lo deje en manos de personas que lo quieren. -Alargo el brazo y paso carinosamente el dedo sobre el dibujo-. Yo tenia cinco anos cuando mis padres me lo regalaron.
– Dibuja usted muy bien, senorita Matthews -le aseguro Austin, devolviendole el cuaderno.
– Gracias. -Ladeo la cabeza-. ?Sabeis, excelencia? Seriais un buen modelo.
– ?Yo?
– Sin duda alguna. Vuestro rostro es…
Hizo una pausa para estudiado durante un largo rato, inclinando la cabeza a un lado y al otro.
– Horrendo, ?verdad?
– Cielo santo, no -replico ella-. Teneis un rostro de lo mas interesante. Lleno de caracter. ?Os importaria que os dibujara?
– En absoluto.
?«Interesante»? ?«Lleno de caracter»? No sabia muy bien si eso era bueno o malo, pero de una cosa estaba seguro: esos no eran los piropos que le lanzaban habitualmente las mujeres de buen tono. Parecia que, al menos en lo tocante a los hombres, la senorita. Matthews actuaba sin malicia ni intenciones ocultas. «Es dificil de creer - penso-. Y sumamente improbable. Pero pronto descubrire a que esta jugando.»
– ?Os parece bien posar sentado debajo del arbol? -pregunto ella, escudrinando la zona circundante-. Apoyad la espalda en el tronco y poneos comodo.
Junto sus enseres, y Austin, sintiendose un poco tonto, hizo lo que le pedia.
– ?Asi esta bien? -pregunto cuando encontro un sitio comodo.
– Pareceis un poco tenso, excelencia -observo ella, arrodillandose enfrente de el-. Procurad relajaros. Esto no os dolera, os lo prometo.
Austin cambio de posicion e inspiro a fondo.
– Eso esta mucho mejor. -Ella recorrio su rostro con la mida-. Y ahora quiero que rememoreis algo.
– ?Que rememore algo?
– Si. -Un brillo travieso asomo a los ojos de Elizabeth-. Rememorar es una palabra americana que significa «evocar sucesos del pasado».
Lo asalto la subita sospecha de que ella quizas intentara extraerle informacion. Esforzandose por mantener el semblante inexpresivo, pregunto:
– ?Que es lo que quiere saber?
– Oh, nada, excelencia. Me basta con que penseis en uno de vuestros recuerdos mas gratos mientras os dibujo. Me ayudara a captar vuestra expresion correctamente.
– Ah, entiendo.
Pero no entendia en absoluto. ?Un recuerdo grato? ?De que? Habia posado para varios retratos, todos los cuales estaban ahora expuestos en la galeria de Bradford Hall, y no habia tenido que hacer nada excepto permanecer sentado e inmovil durante horas interminables. Rebusco en su mente, pero se quedo totalmente en blanco.
– Sin duda guardais algun recuerdo grato en algun rincon de vuestro cerebro, excelencia.
Muy improbable. Pero Austin no estaba dispuesto a dejar que ella lo supiera. Decidido a desenterrar algun pensamiento alegre, se concentro mientras la joven no le quitaba ojo.
– Dejad vagar vuestra mente… y relajaos -le indico ella en voz baja.
Austin dirigio su mirada mas alla de ella y la poso en
– Observo una sonrisa de lo mas intrigante -dijo ella-. ?Compartiriais vuestros pensamientos conmigo?
Considero la posibilidad de negarse, pero decidio que no perderia nada contandoselo.
– Estoy pensando en una gran aventura que vivi con mis hermanos. -Una sensacion calida se apodero de el conforme evocaba aquel dia con todo detalle-. Tuvimos que huir y refugiarnos en las cuadras despues de confabularnos para conseguir que la avinagrada institutriz de Caroline renunciase a su puesto. Habiamos colocado un barril de harina y un cubo de agua sobre la puerta de su dormitorio. Cuando la abrio, sus chillidos de indignacion hicieron temblar las vigas del techo. Nos escondimos en el pajar, carcajeandonos hasta quedarnos sin respiracion.
– ?Que edad teniais?
– Yo, catorce. William, trece, y Robert, diez.
El recuerdo se desvanecio lentamente, como una voluta de humo a merced de una leve brisa.
– ?Que otras travesuras hicisteis?
Otra imagen acudio de inmediato a su mente y su garganta dejo escapar una risita.
– Un dia, ese mismo verano, los tres caminabamos junto al lago cuando Robert, que ha sido un diablo desde el dia en que nacio, desafio a William a que se quitara la ropa y se diese un chapuzon, actividad que nuestro padre nos habia prohibido terminantemente. Para no ser menos, yo a mi vez lo desafie a que hiciese lo mismo. Poco despues estabamos los tres desnudos como vinimos al mundo, chapoteando y zambullendonos, divirtiendonos como nunca. Pero de pronto nos percatamos de que no estabamos solos.
– ?Huy! ?Acaso os sorprendio vuestro padre?
– No, eso habria sido mejor. Fue nuestro amigo Miles, hoy conde de Eddington. Estaba de pie en la orilla, con toda nuestra ropa entre las manos y una expresion inconfundible en los ojos. Arrancamos a correr detras de el, pero Miles era demasiado rapido para nosotros. Nos vimos obligados a colarnos en la casa, en cueros, por la puerta de la cocina. -Sacudio la cabeza y se echo a reir-. Logramos eludir a nuestro padre, pero dimos mucho que hablar al personal de la cocina durante varios meses.
Su risa se apago mientras una rapida sucesion de recuerdos desfilaba por su mente: William y el nadando juntos, pescando juntos; el dia en que le explico a William las complejidades de como se hacen los ninos para luego estallar en carcajadas al ver su expresion horrorizada. Luego, ya mayores, las ocasiones en que comian juntos en el club, jugaban al faraon o echaban una carrera a caballo. Habian compartido tantos momentos… momentos que se habian marchado para siempre. «Dios, como te hecho de menos, William.»
– He terminado.
La dulce voz arranco a Austin de su ensueno.
– ?Como dice?
– He dicho que he terminado con vuestro dibujo. -Le alargo el cuaderno-. ?Os gustaria verlo?
Austin tomo el bosquejo y lo estudio con detenimiento. El retrato lo mostraba muy diferente de como el estaba acostumbrado a verse. El hombre del dibujo parecia del todo relajado, con la espalda reclinada en el tronco del arbol, una pierna doblada y los dedos enlazados con naturalidad sobre la rodilla levantada. Sus ojos despedian un brillo jugueton y una leve sonrisa se insinuaba en las comisuras de sus labios, como si estuviese