pensando en algo divertido y alegre.
– ?Os gusta? -pregunto ella, inclinandose sobre su hombro para examinar su obra.
Su tenue fragancia a lilas invadio de nuevo los sentidos de Austin. El cabello brillante y desmelenado de Elizabeth enmarcaba su hermoso rostro. Un largo rizo castano rojizo rozo el brazo de Austin y el se quedo mirandolo, un borron rojo oscuro sobre su manga blanca, luchando contra el impulso de alargar la mano para tocarlo.
– Si -respondio con un carraspeo-. Me gusta mucho. Ha plasmado usted perfectamente mi estado de animo.
– Habeis mencionado a un hermano menor llamado Robert.
– Si. Ahora esta de viaje por el continente.
Ella lo escruto con la mirada.
– Y a William… vos lo quereis mucho.
– Si -contesto el con un nudo en la garganta.
No hizo ningun comentario sobre el hecho de que ella empleara el presente del verbo «querer». Dios, si, habia querido mucho a William. Incluso al final, cuando habia asegurado que el no…, cuando habia sido testigo, con sus propios ojos y sus propios oidos, de la impensable traicion de su hermano.
– Si, lo queria. -Le devolvio el cuaderno.
Elizabeth poso la vista sobre su mejilla.
– ?Os duele mucho la herida?
– Escuece un poco.
– En ese caso, insisto en preparar un balsamo para vos. -Extrajo una bolsa de su saco.
– ?Que es eso?
– Mi bolsa de medicinas.
– ?Lleva usted consigo su bolsa de medicinas incluso cuando va de paseo?
Ella asintio con la cabeza.
– A pie o a caballo. De nina, siempre me despellejaba los codos y las rodillas. -Sus ojos centellearon con socarroneria-. Como ya conoceis mi aficion a arrastrarme entre las matas, estoy segura de que esto no os sorprendera. Al final, papa preparo una bolsa para que la llevase siempre que saliese de casa. Practicamente he agotado las reservas, de modo que la bolsa no pesa mucho.
– ?Como lo hacia para despellejarse las rodillas? ?No la protegian sus faldas?
Las mejillas de Elizabeth se sonrojaron.
– Me temo que solia…, bueno, levantarme un poco las faldas. -Ante la evidente estupefaccion de Austin, se apresuro a anadir-: Pero solo para trepar a los arboles.
– ?Trepar a los arboles?
Se la imagino con la falda levantada y las largas piernas al aire, riendo, y noto que le subia la temperatura corporal.
– No temais, excelencia -le dijo ella con una sonrisa burlona-. Deje de trepar hace ya varias semanas. Pero aun llevo conmigo la bolsa de medicinas. Nunca se sabe cuando puede una toparse con un apuesto caballero que necesite cuidados medicos. Mas vale estar siempre preparada.
– Supongo que tiene razon -murmuro Austin, complacido en cierto modo de que lo considerase apuesto, pero sorprendido de que sus palabras no le sonasen insinuantes, sino sencillamente amistosas.
La observo con interes mientras ella extraia varios saquitos y pequenos cuencos de madera de la bolsa. Luego la joven se disculpo y se dirigio hacia el lago, para volver con una vasija llena de agua. Despues de disponer estos objetos en torno a si, se puso manos a la obra, con una inequivoca expresion de concentracion en el rostro.
– ?Que esta mezclando? -pregunto Austin, fascinado por su insolita actividad.
– Nada mas que hierbas secas, raices yagua.
Aunque el no entendia como unas cuantas hierbas con agua podrian aliviar el dolor de su mejilla, guardo silencio y se limito mirarla, consciente de que cuanto mas la observara mas averiguaria sobre ella.
Cuando ella termino, se arrodillo frente a el y mojo los dedos el cuenco de balsamo.
– Quizas esto os duela un poco al principio, pero solo sera un momento.
Austin ojeo el mejunje cremoso con desconfianza.
– ?Esta segura de que eso me hara algun bien?
– Ya lo vereis. ?Puedo proceder?
Al ver que el vacilaba, ella arqueo las cejas con un brillo travieso en los ojos.
– ?No tendreis miedo de un poco de balsamo, excelencia?
– Por supuesto que no -refunfuno, irritado por el hecho de que ella aventurase cosa semejante, incluso en broma-. Aplique usted el balsamo, sin mas demora.
Ella se inclino hacia delante y froto suavemente la mejilla herida con la crema. Escocia como el demonio, y el tuvo que contenerse para no recular y quitarse aquel ridiculo remedio de la cara.
En un intento de distraerse del picor de su piel, centro su atencion en Elizabeth. Ella fruncio el entrecejo con preocupacion mientras le ponia un poco mas de balsamo. Haces de luz matinal se colaban por entre los arboles, arrancando destellos rojizos y dorados a su cabello. Por primera vez el reparo en las pecas que salpicaban la nariz de Elizabeth.
– Solo un poquito mas, excelencia, y habre terminado.
El noto su calido aliento en la cara. Bajo la mirada hacia su boca, y la garganta se le oprimio todavia mas. Maldita sea, ella poseia la boca mas increible que hubiese visto. De pronto se percato no solo de que la mejilla ya no le dolia, sino tambien de que el suave contacto de la mano de la joven le provocaba oleadas de placer que lo recorrian de la cabeza a los pies.
Su cuerpo entero palpitaba, lleno de vida. El deseo de besarla, de sentir aquellos labios extraordinarios contra los suyos, de tocarle la lengua con la suya, se apodero de el de manera incontenible. Si se inclinaba hacia adelante solo un poquito…
Ella se echo para atras de repente.
– ?Escuece todavia?
Austin parpadeo varias veces. Se habia quedado aturdido. Pero sin beso.
– Hum, no. ?Por que lo pregunta?
– Os he oido gemir. O quiza fuera mas bien un grunido.
Lo invadio una gran irritacion, hacia ella y hacia si mismo. Alli estaba el, fantaseando con besarla, con una incomodidad creciente en los pantalones, gimiendo -?o grunendo?-, y ella salia con esa pregunta sobre si se encontraba bien.
Practicamente lo estaba matando.
Estaba perdiendo el juicio. Necesitaba concentrarse en los asuntos que se traia entre manos, pero eso resultaba de lo mas dificil teniendo aquella tentacion tan cerca. «Concentrate en William -se dijo-. En la nota de chantaje. En lo que ella pueda saber sobre eso.»
– Gracias, senorita Matthews. Me siento mucho mejor. ?Ha terminado?
Ella fruncio el ceno y luego asintio con la cabeza, limpiandose los dedos con un trapo. Austin se pregunto en que estaria pensando. El silencio y la expresion preocupada de Elizabeth despertaron su curiosidad.
– ?Ocurre algo malo, senorita Matthews?
– No estoy segura. ?Me permitis… tocaros la mano?
Esta peticion hizo que una sensacion de calor le recorriese la columna vertebral. Sin una palabra, levanto la mano.
Ella la apreto ligeramente entre las suyas y cerro los parpados. Despues de lo que parecio una eternidad, sus ojos se abrieron lentamente. Austin leyo en ellos un temor y una inquietud ostensibles.
– ?Hay algun problema?
– Eso me temo, excelencia.
– ?Ha vuelto a…, ejem, a ver a William?
– No. Os he visto… a vos.
– ?A mi?