en el curtido rostro, acariciando carinosamente la barriga de George. Sin duda creia que ella ya no alcanzaba a oirlo, porque dijo:

– Tendremos que pensar en unos nombres un poco mas decentes para los nuevos gatitos. No puede haber otro llamado Tocate los cordones.

Elizabeth sonrio para si y guio a su montura hacia el bosque. Avanzo junto a la orilla del arroyo, disfrutando del aire limpio y del sol que le calentaba la cara. Sin embargo, no le complacia en absoluto la silla de montar de mujer ni el condenado atuendo que le aprisionaba las piernas.

Cuando llego a la zona donde el arroyo se ensanchaba y desembocaba en el lago, tiro de las riendas de Rosamunde. Se removio de un lado a otro, desesperada por desembarazar sus piernas de los metros de tela incomoda que las envolvian, y de pronto noto que resbalaba de la silla. Solto un chillido de susto e intento agarrarse de la perilla, pero no fue lo bastante rapida, Cayo ignominiosamente del caballo, golpeandose el trasero.

Por desgracia el suelo estaba cubierto de lodo. Y, lo que es peor, era una pendiente. Ella rodo por el terraplen sin dejar de gritar y se dio un chapuzon en el arroyo. Se quedo sentada, inmovil y sin habla debido a la impresion. Tenia las botas completamente sumergidas en el agua cenagosa, un agua fria que casi le lamia la cintura.

– ?Un accidente? -pregunto una voz familiar a su espalda. Elizabeth apreto con fuerza los dientes. Era evidente que el estaba ileso, gracias al cielo, pero a ella no le entusiasmaba la idea de que presenciara su humillacion.

– Pues si, ya lo ve. Y no es el primero.

Quiza si no le hacia caso, el se marcharia. Su esperanza resulto ser vana.

– Caray -exclamo el duque, chascando la lengua comprensivamente. Ella lo oyo desmontar y acercarse al borde del agua-. Al parecer se ha metido en un buen aprieto.

Ella volvio la cabeza y lo fulmino con la mirada.

– No me he metido en un aprieto, excelencia. Solo estoy un poco mojada.

– Y ha perdido su montura.

– Tonterias. Mi montura esta…

Su voz se extinguio mientras recorria la zona con la vista. La yegua se habia esfumado.

– Camino de las cuadras, seguramente. La habran espantado esos gritos que ha pegado al caer. Algunos caballos son un poco asustadizos. Por lo visto Rosamunde es asi. Que pena. -Sus ojos grisaceo s despidieron un brillo travieso-. Le preguntaria si se encuentra bien, pero creo recordar que posee una complexion asaz robusta.

– Asi es.

– ?Le duele algo?

Ella intento levantar las piernas y no lo consiguio.

– No estoy segura. Mi traje de montar esta empapado y pesa tanto que casi no puedo moverme. -Su irritacion se triplico cuando se percato de que, en efecto, necesitaba que le echaran una mano-. ?Os dignariais prestarme vuestra ayuda?

El se acaricio la barbilla como si estuviese reflexionando seriamente.

– No estoy seguro de que deba ayudarla. Detestaria acabar mojado y sucio. Quiza deba dejarla ahi e ir en busca de ayuda. Volveria al cabo de una hora, mas o menos. -La miro con las cejas enarcadas-. ?Que opina?

Elizabeth no tenia opinion alguna al respecto. De hecho, estaba bastante harta de que el se divirtiese a sus expensas. Habia pasado la noche en vela preocupandose por el y ahora alli estaba, sano y salvo, practicamente riendose de ella. Ese hombre arrogante merecia que le borrasen esa expresion petulante de la cara. Pero ella apenas podia moverse.

Austin dio media vuelta, como si de verdad pretendiese dejarla ahi tirada, y Elizabeth al fin exploto. Agarro un punado de lodo y lo arrojo con la intencion de hacer ruido y llamar su atencion.

Desafortunadamente, el eligio ese preciso instante para volverse.

Peor aun, ella habia lanzado el barro con mas fuerza de la que pretendia.

La pella grande y viscosa se le estampo al duque en pleno pecho, salpicando su pristina camisa blanca. La masa pegajosa le resbalo por el cuerpo, manchandole los pantalones de color beige, antes inmaculados, y fue a caer en la punta de una de sus lustrosas botas de montar.

Elizabeth se quedo paralizada. No tenia la intencion de acertarle… ?o si? Dios santo, no se le veia muy contento. Una risilla horrorizada pugnaba por brotarle a Elizabeth de la garganta, y tuvo que luchar por contenerla. La expresion de Austin denotaba claramente que reirse no era lo que mas convenia en esos momentos.

El no se movio. Siguio con la vista la estela lodosa que la pella le habia dejado en la ropa y luego miro a la joven.

– Ya no teneis que preocuparas por acabar mojado y sucio, excelencia -le dijo Elizabeth con una sonrisa radiante-. Al parecer, ya teneis una mancha bastante horrible en vuestro atuendo.

– Se arrepentira de haber hecho eso -murmuro el en un tono claramente amenazador y lanzandole una mirada hostil-. Vaya si se arrepentira.

– Bah -se mofo ella-. No me asustais.

Austin dio un paso al frente.

– Pues deberia estar asustada.

– ?Por que? ?Que pensais hacer? ?Arrojarme al agua?

El avanzo otro paso.

– No. Creo que la pondre sobre mis rodillas y le propinare unos buenos azotes.

– ?Unos azotes? -pregunto ella, enarcando las cejas-. ?En serio?

– En serio.

– Vaya. Bueno, si voy a recibir unos azotes, mas vale que me los gane primero. -Y le arrojo otro punado de lodo, que le dio de lleno en el estomago.

Austin se quedo petrificado. Contemplo anonadado su camisa estropeada. Pocos hombres se habrian atrevido a provocarlo de esa manera. No podia creer que ella tuviese la osadia de mancharlo de barro una vez, y menos aun dos veces. Lo pagaria caro. Muy, muy caro.

Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por una bola de lodo que le paso rozando la oreja. Falto muy poco para que le impactara en plena cara.

Esa fue la gota que colmo el vaso. Se metio en el agua provocando grandes salpicaduras, la agarro de los brazos y la puso en pie de un tiron.

– Supongo que es usted consciente de que esto es la guerra -farfullo, con la vista clavada en su rostro enrojecido… y sonriente.

– Por supuesto. Pero no olvideis quien vencio la ultima vez que los americanos y los ingleses se enzarzaron en una batalla.

– Confio plenamente en su derrota, senorita Matthews.

– Y yo confio plenamente en la vuestra, excelencia.

Austin se detuvo al oir estas palabras y fijo la vista en el barro que salpicaba la naricilla respingona de la joven. Los ojos de color ambar de Elizabeth se encontraron desafiantes con los suyos, pero una sonrisa se asomaba a las comisuras de su boca, y sus hoyuelos aparecieron. La atencion de Austin se desvio hacia sus labios carnosos y sensuales. Un cosquilleo le recorrio el espinazo cuando le vino a la memoria lo que sintio al tener esos labios contra los suyos. Se obligo a levantar la mirada y se topo de nuevo con sus ojos: luceros de color marron dorado que lo contemplaban risuenos.

Aquella mujer era un caso perdido. Impertinente a mas no poder. Le habia desgraciado la indumentaria, y el estaba alli, en medio del maldito lago. Mojado, incomodo y… furioso.

?Acaso no estaba furioso?

Fruncio el entrecejo. Si, por supuesto que lo estaba. Furioso. La situacion no le resultaba divertida. En absoluto. No era graciosa, en modo alguno. Y el no estaba pasandolo bien. Ni un apice.

– Preparese para recibir unos azotes -le advirtio, volviendose hacia la orilla y arrastrandola tras de si.

– ?Primero tendreis que atraparme!

Elizabeth se solto de golpe de la mano con que el la sujetaba, se recogio hasta la rodilla la falda empapada y se adentro aun mas en el lago.

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