hacer caso de mi advertencia de que correriais peligro si saliais a cabalgar de noche. Evidentemente, estaba equivocada.

Demonios, ?quien se creia que era esa mujer? Se acerco a ella muy despacio y se detuvo a escasa distancia. Ella no retrocedio un apice; por el contrario, se mantuvo firme, observandolo con una ceja arqueada, un gesto que lo encrespo aun mas.

– Creo que nadie se ha atrevido a poner en tela de juicio mi inteligencia, senorita Matthews.

– ?Ah no? Pues quiza no me habeis escuchado con atencion, porque eso es precisamente lo que acabo de hacer.

La ira lo acometio con la fuerza de una bofetada. Esa maldita mujer habia agotado su paciencia. Sin embargo, antes de que pudiera soltarle la replica mordaz que se merecia, ella extendio el brazo y le apreto la mano entre las suyas.

Un cosquilleo le subio por el antebrazo, dejando en suspenso sus palabras airadas.

– Todavia lo veo -musito ella con los ojos muy abiertos, clavados en los suyos-. Peligro. Os duele. -Le solto la mano y le poso la palma en la mejilla-. Por favor. Por favor, no salgais a cabalgar esta noche.

El tacto suave de su mano contra su rostro le encendio la piel, inundandolo con el deseo de girar la cabeza y rozarle la palma con los labios. En lugar de ello, le agarro la muneca y aparto con brusquedad su mano.

– No tengo idea de a que esta jugando…

– ?No estoy jugando con vos! ?Que puedo hacer o decir para convenceros?

– ?Por que no empieza por contarme que sabe de mi hermano y como se entero de ello? ?Donde lo conocio?

– No lo conozco.

– Y a pesar de eso sabe lo de su cicatriz. -La repaso con la mirada en un gesto inconfundiblemente insultante-. ?Era su amante?

Los ojos desorbitados de Elizabeth demostraron una sorpresa y una indignacion demasiado reales como para ser fingidas. El se sintio aliviado, una reaccion que no se molesto en explicarse.

– ?Amantes? ?Estais loco? Tuve una vision de el. Yo…

– Si, si, eso ya me lo ha dicho. Y tambien sabe leer el pensamiento. Digame, senorita Matthews, ?en que estoy pensando ahora mismo?

Ella titubeo, escrutandole el rostro con la vista.

– No siempre lo percibo con claridad. Ademas, necesito… tocaros.

El le tendio la mano.

– Pues toqueme. Convenzame.

Ella contemplo su mano por unos instantes y luego asintio con la cabeza.

– Lo intentare.

Cuando tuvo la mano firmemente sujeta entre las de ella, Austin cerro los ojos y se concentro a proposito en una imagen provocativa. La imagino en su alcoba, su silueta recortada contra las doradas llamas que danzaban en la chimenea. El alargaba el brazo para desabrocharle el prendedor incrustado de perlas que le sujetaba el pelo. Unos mechones sedosos se derramaron sobre las manos de el y se deslizaron por los hombros de la joven, cayendo, cayendo…

– Estais pensando en mi cabello. Quereis tocarlo.

Austin se encendio por dentro y abrio los parpados de golpe. Lo primero que vio fue su boca…, esa boca increible, que parecia invitarlo a que la besara. Si se inclinaba hacia delante solo un poco, podria probarla…

– Quereis besarme -dijo ella, soltandole la mano.

Sus palabras, pronunciadas en un susurro, le acariciaron el oido y le aceleraron el pulso. Si, maldita sea, queria besarla. Necesitaba hacerlo. Tenia que hacerlo. Sin duda un solo beso saciaria su inexplicable sed de probarla.

Cediendo a un ansia que no era capaz de explicar o contener ya mas, se inclino.

Ella retrocedio.

Austin redujo la distancia que los separaba, pero ella dio otro paso atras, con una mirada de incertidumbre en sus expresivos ojos. Demonios, la mujer nunca antes habia retrocedido ante el, ante su ira, su sarcasmo ni su suspicacia. Sin embargo, la mera idea de que la besara la arredraba.

– ?Hay algo fuera de lugar? -pregunto el en voz baja, aproximandose un poco mas.

– ?Fuera de… lugar?

Reculo otro paso y estuvo a punto de pisarse el dobladillo.

– Si. Es una expresion que usamos los ingleses y que significa que algo va mal. Parece… nerviosa.

– Por supuesto que no -repuso ella, retirandose hasta topar con la pared de madera-. Lo que ocurre es que… tengo calor.

– Si, hace bastante calor aqui.

Con dos zancadas largas y pausadas, el se planto justo delante de ella. Apoyo las manos en la pared a cada lado de sus hombros, arrinconandola.

Ella alzo la cabeza ligeramente y le sostuvo la mirada en lo que a el le parecio un valiente gesto de bravuconeria, pero que quedaba desvirtuado por lo agitado de su respiracion.

– Si intentais asustarme, excelencia…

– Intento besarla, y me resultara mucho mas facil ahora que ha dejado de desplazarse de aqui para alla.

– No quiero que me beseis.

– Si que quiere. -Se acerco mas aun, hasta encontrarse a solo unos centimetros de ella. El aroma a lilas le embargaba los sentidos-. ?La han besado alguna vez?

– Por supuesto, miles de veces.

Al recordar la estupefaccion con que ella habia reaccionado cuando le habia preguntado si habia sido amante de William, Austin enarco una ceja.

– Me refiero a un hombre.

– Ah. Bueno, pues cientos de veces, entonces.

– A un hombre que no sea su padre.

– Ah. En ese caso…, una vez.

Una irritacion inesperada se apodero de el.

– ?Ah si? ?Y disfruto usted con ello?

– De hecho, no. Fue un beso mas bien… seco.

– Ah. Entonces no la besaron como es debido.

– ?Y vos quereis besarme como es debido?

– No. -Se agacho y le susurro al oido-: Pretendo besarla de una forma bastante indebida.

La atrajo hacia si y le cubrio los labios con los suyos. Dios santo, eran exquisitos. Suaves, carnosos, calidos y deliciosos.

Cuando recorrio con la lengua el borde de sus labios, ella fue a soltar una exclamacion de asombro y naturalmente los entreabrio, de modo que el pudo introducir la lengua en la sensual calidez de su boca. Fresas. Ella sabia a fresas. Dulce, deliciosa, seductora.

La estrecho con mas fuerza, apretando el largo y voluptuoso cuerpo de Elizabeth contra el suyo, y se maravillo de la sensacion incomparable de besar a una mujer tan alta.

Su sentido comun le exigia que se detuviese, pero no podia. Maldicion, deberia horrorizarse por estar besando a aquella mocosa ingenua en lugar de mostrarse indiferente y aburrido ante su inocencia.

En cambio, estaba fascinado, lleno de deseo y encendido. Cuando ella le toco timidamente la lengua con la suya, un gemido se alzo en la garganta de Austin, que ahondo en su boca, probando, embistiendo, bebiendose sus jadeos. Perdio toda nocion de tiempo y de lugar, incapaz de pensar en otra cosa que en la mujer que tenia entre sus brazos, su tacto calido y suave, su sabor dulce y adictivo, su tenue fragancia floral.

El deseo le producia una excitacion tan dolorosa que acabo por arrancado de aquella bruma sensual. Tenia que parar. Ahora mismo. De lo contrario, acabaria con ella en el suelo del establo.

Haciendo un esfuerzo titanico por dominarse, dejo de besarla. Ella abrio los ojos lentamente.

– Madre mia.

Madre mia, en efecto. Austin no sabia que habia esperado, pero desde luego no habia previsto que esa mujer

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