Un musculo de la mandibula de Austin se contrajo, y tuvo que reprimir un deseo repentino e irrefrenable de infligir dano corporal al vizconde de Farrington.

La curiosidad centelleo en los ojos vivarachos de Caroline.

– Espero que el dolor de cabeza de Elizabeth no sea consecuencia de la aventura que habeis vivido juntos esta manana, fuera cual fuese. No me habeis contado que ocurrio.

– Por nada del mundo querria aburrirte con los detalles.

– Tonterias. Me encantan los detalles.

«Me hizo reir. La estreche entre mis brazos. La toque. La bese. Quiero hacerlo otra vez. Ahora mismo.»

– No hay nada que contar, Caroline.

– Me habria gustado que Robert estuviese aqui para verte cubierto de barro.

Austin se alegraba enormemente de que su hermano menor no hubiese estado presente. Sin duda Robert se habria descoyuntado de risa y despues lo habria acribillado a preguntas burlonas.

– ?Cuando tiene previsto regresar de sus viajes?

– Dentro de unos dias -respondio Caroline.

Un criado se acerco con una bandeja de plata sobre la que descansaba una nota lacrada.

– Un mensaje para vos, excelencia.

Agradecido por la interrupcion, Austin tomo la nota. Cuando vio la marca distintiva en la cera, se quedo petrificado.

– ?Ocurre algo malo, Austin? -le pregunto Caroline.

– Todo va bien -le aseguro el con una sonrisa forzada-. Se trata solo de una minucia de la que debo ocuparme. Te ruego me disculpes.

Salio del salon y se dirigio a su estudio. Una vez alli, cerro la puerta. Las manos le temblaban mientras deslizaba los dedos debajo del sello facilmente reconocible del agente de Bow Street cuyos servicios habia contratado. ?Habria localizado a Gaspard?

Echo la cabeza hacia atras y cerro los ojos por unos instantes. Lo que estaba a punto de leer quiza le proporcionaria las respuestas que habia estado buscando durante tanto tiempo. Con los dientes tan apretados que le dolian, desplego la nota y le echo un vistazo, ansioso.

Excelencia: Tengo informacion para vos. Con arreglo a nuestro acuerdo, os esperare junto a las ruinas situadas en el limite norte de vuestra finca.

JAMES KINNEY

Austin releyo la breve misiva, sujetando el papel de vitela con tanta fuerza que le extrano que no se arrugara. Kinney era el mejor profesional de Bow Street. No habria viajado hasta Bradford Hall de noche si no tuviese algo importante que comunicarle.

Austin guardo la nota en el cajon bajo llave, salio de su estudio y descendio a toda prisa la escalera trasera. Se escabullo de la casa y se encamino a las cuadras, ocultandose en todo momento en las sombras. Cuando le indico a Mortlin que ensillase a Myst, el mozo alzo la vista al cielo y se rasco la cabeza.

– ?Estais seguro de que quereis montar a caballo, excelencia? Se avecina una tormenta. El dolor de las articulaciones nunca me engana.

Austin miro hacia arriba y no vio mas que la luna brillante. Si se estuviese fraguando una tormenta tardaria horas en desatarse. Pero daba igual. Nada impediria que se encontrase con Kinney.

– Deseo dar un paseo a caballo. No hace falta que esperes a que regrese. Yo mismo desensillare a Myst cuando vuelva.

– Si, excelencia.

Poco despues, Austin monto de un salto. Hinco los talones en los ijares de Myst y el corcel echo a andar en direccion a las rumas.

Mortlin lo miro alejarse, frotandose distraidamente los codos doloridos. La rigidez de sus articulaciones habia empeorado a lo largo de la tarde, lo que le indicaba que la tormenta en ciernes no tardaria en llegar, probablemente en menos de una hora. Seguro que el duque se habia citado con una de sus enamoradas en las ruinas para un achuchon nocturno, aunque Mortlin no acertaba a comprender por que habrian elegido un escenario tan incomodo para sus escarceos cuando tenia a su disposicion todo el lujo de Bradford Hall. Sin duda a la dama en cuestion le gustaban las emociones fuertes. Uno nunca podia predecir las acciones de la gente de alcurnia. Se le escapo una risita mientras le deseaba mentalmente a su patron un feliz revolcon.

Elizabeth desperto sobresaltada, con el corazon golpeandole el pecho.

Estaba empapada en sudor, y sus ruidosos jadeos resonaban en la silenciosa habitacion.

«Peligro. El esta en peligro.»

Pataleo para liberar las sudadas piernas del amasijo de sabanas humedas. Notaba en su interior una sensacion de apremio, y el terror le aguijoneaba la piel como mil abejas.

«Austin. Herido. Sangrando.»

El panico se apodero de ella y tuvo que obligarse a respirar hondo para tranquilizarse. Se sento al borde de la cama, cerro los ojos y se concentro, intentando sacar algo en claro de las vagas imagenes que se arremolinaban en su cabeza.

Una torre de piedra, rodeada por muros en ruinas. Un tiro. Un caballo negro encabritado. Austin cayendo, herido. Sangrando. Muerte. Un relampago, seguido de un trueno ensordecedor, la arranco de sus pensamientos. Tenia que encontrado. Intuia que no se hallaba demasiado lejos… pero ?donde? Se quito el camison con manos temblorosas y se vistio lo mas deprisa posible. Agarro su bolsa de medicamentos, bajo rapidamente las escaleras posteriores y echo a correr hacia las cuadras.

James Kinney iba y venia entre las sombras, cerca de las ruinas, esperando la llegada del duque, ansioso por revelarle sus increibles y sensacionales descubrimientos. Oyo unas pisadas sobre las piedras que tenia justo detras y se volvio.

– Excelencia, yo… -Se quedo petrificado, mirando con ceno al hombre que emergia de las sombras-. ?Quien eres?

Por toda respuesta el desconocido apunto con una pistola a la sien de James.

– Se le da bien lo de hacer preguntas, especialmente sobre mi, monsieur -dijo el desconocido con un inconfundible acento frances-. Ha estado haciendolas por todo Londres. Ahora quiero que me responda a una: ?que informacion le trae al duque de Bradford?

– Usted es Gaspard.

El frances dio otro paso al frente.

– El duque es un insensato. Deberia haberselo pensado dos veces antes de contratar a un alguacil para dar conmigo. Vuelvo preguntarle, monsieur: ?de que informacion dispone? O me lo dice, o lo mato. -Sonrio, y James vio la locura en sus ojos.

Y James supo que, incluso si hablaba, habia llegado su hora.

8

Un trueno retumbo, tan fuerte y tan repentino como un disparo.

Sin aliento y al borde del panico, Elizabeth llego a las cuadras poco despues de la medianoche. Evidentemente Mortlin se habia retirado, pues no lo encontro por ningun sitio. Sin vacilar, recogio la primera silla de montar que vio, gimiendo al levantar tanto peso, y ensillo a Rosamunde. Solo cuando hubo conducido la yegua al exterior se percato de que le habia puesto una silla de caballero. Sin detenerse a pensar por un segundo en lo impropio de sus actos, hizo algo que no habia hecho desde que llegara a Inglaterra. Se levanto las faldas hasta los muslos y monto sobre el caballo a horcajadas. Los musculos de las piernas le dolieron, pero hizo caso omiso de la incomodidad.

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