su esposa.
– Por todos los cielos, ya nunca sere capaz de mirarlas a la cara -se lamento ella, caminando impaciente sobre la alfombra-. Todos piensan que estamos haciendo eso.
El deseo irresistible de hacer «eso» golpeo a Austin con la fuerza de un punetazo. Estaba nervioso, tenso, y solo con pensar en tocarla se inflamo por dentro. Se dio impulso para apartarse de la puerta y acercarse a ella. La agarro por el brazo para detener sus idas y venidas y la atrajo hacia si.
– Bueno, pues ya que todos lo piensan, no deberiamos decepcionarlos -dijo fijando los ojos en los de ella, que lo miraban con sorpresa.
– Pensaba que querias que nos marcharamos en cuanto ellos salieran para el teatro -dijo Elizabeth.
El llevo las manos a la espalda de su mujer y empezo a desabotonarle el corpino.
– Eso quiero, pero tardaran una media hora en estar listos. Ademas, tienes que ponerte tu disfraz, y puesto que para ello debes quitarte este vestido, te sugiero que aprovechemos la oportunidad.
Le desabrocho el ultimo boton, le deslizo el vestido hacia abajo y lo solto. La prenda cayo arrugada a sus pies.
– Cielos. Sin duda deberia sufrir un desvanecimiento ante una proposicion tan escandalosa.
El le paso los dedos por los pechos.
– ?Un desvanecimiento? ?Debo pedir que te traigan amoniaco?
– No sera necesario. Por fortuna, poseo una…
– Una complexion de lo mas robusta. Si, es una suerte.
– Vaya, por tu tono deduzco que necesitas algo de ejercicio. ?Que tienes en mente? ?Una carrera?
– Bueno, me gustaria que nos marcharamos dentro de media hora.
La camisa interior de Elizabeth se desplomo alrededor de sus tobillos, junto con su vestido. Al verla desnuda, increiblemente bella, con una sonrisa a la vez timida y traviesa que le iluminaba el rostro, a Austin se le hizo un nudo en la garganta. Maldita sea, ninguna otra mujer producia en el un efecto semejante. El sentimiento que le inspiraba lo confundia y desconcertaba. Era algo mas que deseo. Era una necesidad. Una necesidad desgarradora de tocada, de sentida.
La estrecho entre sus brazos y la beso profunda y largamente, con los musculos tensos por el esfuerzo de apretada contra si, de abrazada mas estrechamente. La inmovilizo contra la pared para devorar su boca y deslizar las manos por sus costados.
Ella respondio a sus movimientos echandole los brazos al cuello y apretandose contra el hasta sentir los latidos de su corazon, pegado al suyo.
– Austin…, por favor…
Su suplica le toco la fibra sensible. «Por favor.» Dios, si, por favor. Estaba a punto de reventar. La necesitaba, en ese preciso instante.
Bajo las manos y practicamente se desgarro los pantalones. Luego la levanto en vilo.
– Rodeame con las piernas -gimio, con una voz que ella no reconocio.
Con los ojos muy abiertos, ella obedecio y el la penetro. Su calidez lo envolvio, apretandolo como un puno aterciopelado, El la sujeto por las caderas y se movio dentro de ella, con acometidas bruscas y rapidas. Tenia la frente cubierta de sudor, y su respiracion entrecortada le quemaba los pulmones. Con una ultima embestida, llego a un climax demoledor. Apoyando la cabeza en el hombro de ella, le apreto las caderas con los dedos y, por un momento interminable, palpito en su interior, derramando su simiente y parte de su alma en su intimidad.
Tardo un rato en recuperar la cordura. Despues levanto la cabeza y la miro. Elizabeth tenia los ojos cerrados y el rostro palido. De pronto Austin se sintio culpable.
?Acaso estaba mal de la cabeza? Acababa de poseer a su esposa contra la pared, como a una prostituta del puerto. Sin pensar por un instante en sus sentimientos o su placer. Probablemente le habia hecho dano. Bajo la mirada y vio las marcas rojas que le habia dejado en las caderas. Su esposa debia de pensar que el era un monstruo.
Con la maxima delicadeza, se aparto de Elizabeth, que habria resbalado hasta el suelo si el no la hubiese sujetado. ?Maldicion! ?Ni siquiera podia mantenerse en pie! ?Tanto dano le habia hecho?
Sosteniendola con un brazo por el talle, le aparto un rizo castano rojizo de la frente.
– Elizabeth, Dios mio, lo siento. ?Te encuentras bien?
Ella agito los parpados y los abrio muy despacio. El se dispuso a encajar el reproche que sabia que iba a ver en sus ojos, las palabras de recriminacion que merecia.
Los ojos de color ambar de Elizabeth se posaron en los suyos.
– Estoy de maravilla. ?Quien ha ganado?
– ?Ganado?
Una sonrisa jugueteo en los labios de ella.
– La carrera. Creo que he ganado yo, pero estoy dispuesta a reconocer mi derrota.
– ?No te… te he hecho dano?
– Por supuesto que no. Claro que siento las rodillas como si fueran gelatina, pero esa es una afeccion que sufro siempre que me tocas. -Lo miro con expresion preocupada-. ?No te habre hecho dano yo a ti?
A Austin lo invadio tal sensacion de alivio que sus propias rodillas estuvieron a punto de ceder. Tuvo que hacer un esfuerzo para articular la respuesta a pesar del nudo que se le habia formado en la garganta.
– No.
Tenia que darle explicaciones y pedirle disculpas, pero ?como explicar lo que el mismo era incapaz de entender? Nunca habia perdido el control de ese modo. Le faltaban palabras, pero desde luego le debia a ella un intento de explicacion.
Sin embargo, antes de que pudiera abrir la boca, ella le rozo los labios con los suyos.
– Creo que aun nos quedan diez minutos -susurro junto a su boca-. No querras desperdiciarlos hablando, ?verdad?
Austin emitio un sonido, en parte carcajada, en parte grunido. Tendria que haber esperado una reaccion sorprendente por parte de ella. Se agacho, la levanto en vilo y se encamino al lecho.
Siempre y cuando ella diese su consentimiento, habia por lo menos media docena de cosas que el queria hacer en esos diez minutos.
Y, desde luego, hablar no era una de ellas.
16
Treinta minutos despues Elizabeth contemplaba su imagen en el espejo de cuerpo entero. Ni sus propios padres la habrian reconocido.
Llevaba unos pantalones negros ajustados. Iba calzada con unas botas gastadas que le venian un poco grandes. Una holgada camisa blanca de hombre le ocultaba el busto, que se habia cenido con una faja. Llevaba el pelo recogido y tapado con una gorra de marinero encasquetada hasta los ojos. Podia pasar facilmente por un hombre joven, alto y esbelto. Una vez que se pusiera el abrigo negro que colgaba de un poste de la cama, nadie se daria cuenta de que era una mujer, y menos aun una duquesa.
La puerta de la alcoba se abrio y aparecio Austin.
– Muy bien. Ya se han marchado todos al teatro. ?Estas… -al verla se detuvo en seco- lista?
Ella se volvio hacia el.
– Si. ?Que opinas?
La miro de arriba abajo, y luego de los pies a la cabeza. Acto seguido se le acerco, muy serio, y se detuvo justo enfrente de ella.
– Tu no vas a salir de esta casa vestida asi -barboto con los dientes apretados.
Ella puso los brazos en jarras.
– ?Puedo preguntarte por que no? Es un disfraz perfecto. Nadie sospechara que no soy un hombre.
– Eso es lo que tu te crees. El modo en que esos pantalones marcan tu figura… -Agito la mano, con los labios reducidos a una linea muy fina-. ?Es indecente!
– ?Indecente? ?Eres tu quien me los ha dado!
