– No sabia que tendrias ese aspecto con ellos puestos.

Ella empezo a dar golpecitos en el suelo con el pie.

– ?Que aspecto?

– El aspecto de… -De nuevo agito la mano, como intentando hacer aparecer la palabra que buscaba por arte de magia-. Ese aspecto -concluyo, senalandola.

Ella exhalo un suspiro. Por lo visto el iba a dejar que su sentido de posesion diese al traste con el plan. Elizabeth tomo el abrigo del pilar de la cama, se lo puso y se lo abrocho.

– Mira -dijo, girando lentamente ante el-. Estoy tapada desde la barbilla hasta las rodillas.

El continuo echando fuego por los ojos. Despues de que ella diese dos vueltas delante de el, solto algo parecido a un grunido.

– No te quitaras ese abrigo ni por un segundo. Y lo llevaras siempre abrochado. Los parroquianos de la taberna que al parecer frecuenta Gaspard son gente muy ruda. Si alguien llegase a sospechar que eres una mujer podria haber consecuencias desastrosas.

– Entiendo.

Austin poso la vista en su gorra.

– ?Esta bien sujeta?

– Como si me la hubiese fijado a la cabeza con clavos.

La expresion de Austin no se relajo un apice y por un momento ella temio que se negara rotundamente a llevada consigo. Hizo lo que pudo por mantener el rostro impasible y espero en silencio. Al fin, el hablo.

– Vamonos.

Salio de la habitacion y ella lo siguio, cuidandose de disimular el alivio que sentia. Y la aprension. Desde luego, no queria que la dejase en casa.

Porque sabia que algo importante ocurriria esa noche.

Media hora despues, cuando el coche de alquiler se detuvo frente a un edificio destartalado, Elizabeth descorrio ligeramente la cortina y escruto la oscuridad. Aunque no sabia exactamente donde estaban, el hedor a pescado podrido indicaba la proximidad del rio. Le entraron ganas de taparse la nariz.

– ?Estas lista, Elizabeth?

Ella aparto su atencion de la ventana y miro a Austin, sentado delante de ella. Incluso en la penumbra alcanzaba a ver su ceno fruncido. Su marido parecia irradiar tension en ondas oscuras. Ella sonrio forzadamente, con la esperanza de desterrar su evidente inquietud.

– Si, estoy lista.

– ?Has entendido exactamente que es lo que quiero que hagas? -pregunto el sin devolverle la sonrisa.

– Por supuesto. Si tengo alguna premonicion, te avisare de inmediato.

Aunque parecia imposible, el gesto de Austin se torno aun mas adusto.

– Gracias, pero no me referia a eso.

Entonces fue Elizabeth quien fruncio el entrecejo.

– No lo entiendo. Creia que querias que te avisara si tenia alguna premonicion.

– Y es verdad. Pero no debes apartarte de mi lado.

– No lo hare. Yo…

El extendio los brazos y la tomo de las manos, interrumpiendo sus palabras. La intensidad de su mirada le puso a Elizabeth la carne de gallina.

– Prometemelo -le dijo Austin en un susurro apremiante.

– Te lo prometo, pero…

– No hay pero que valga. Este lugar es extremadamente peligroso. No podre protegerte si te alejas de mi. ?Me he expresado con claridad?

– Con claridad meridiana. Me pegare a ti como una lapa.

El solto un suspiro.

– Maldicion, no ha sido buena idea. Hay mil cosas que podrian salir mal.

– Hay mil cosas que pueden salir bien.

– Estoy poniendote en peligro.

– No correre mas peligro que tu mismo.

La solto y se paso las manos por el pelo.

– Cuanto mas lo pienso mas me convenzo de que no es buena idea. Voy a pedirle al cochero que te lleve a casa.

Hizo ademan de abrir la puerta.

– No -replico ella dandole un manotazo en la muneca.

El arqueo una de sus cejas color ebano, sorprendido.

– Si me obligas a irme a casa, alquilare otro coche y regresare aqui -declaro su mujer.

El le clavo una mirada acerada. Elizabeth nunca lo habia visto tan enfadado, y aunque sabia que no le haria dano, sintio escalofrios al ver la furia que despedian sus ojos.

– No haras nada por el estilo -dijo el pronunciando las palabras muy despacio y articuladamente.

– Lo hare si es necesario. -Antes de que el pudiese formular otra objecion, ella le sujeto la cara entre las manos-. ?Crees que puedo ayudarte?

El la miro durante un buen rato mientras Elizabeth se preguntaba si tenia la menor idea de lo mucho que le dolian las sombras de su mirada. Intuia que el le ocultaba algo, algun secreto oscuro y terrible que lo atormentaba, y sospechaba que evitaba deliberadamente pensar en sus sentimientos y sus ideas para que ella no pudiese «verlos».

Dios santo, resultaba doloroso presenciar su sufrimiento. Si al menos el le confiase sus secretos…, si se diese cuenta de lo mucho que deseaba, que necesitaba ayudarlo…

De lo mucho que lo amaba.

Nunca se lo habia dicho, pues no estaba preparada para expresar sus sentimientos mas intimos en voz alta, ni estaba segura de que el quisiera oidos, pero ?es que acaso no lo veia en sus ojos, por Dios?

– Si no creyera que William sigue vivo -dijo el al fin- y que puedes ayudarme a encontrarlo, nunca te habria traido.

– Entonces permite que te ayude, por favor. No quiero que sufras mas. Deja que te ayude a encontrar las respuestas que buscas. Permanecere tan cerca de ti que incluso sentiras latir mi corazon.

Ella esperaba arrancarle una sonrisa, pero la seriedad no desaparecio de la mirada de Austin. El levanto las manos, le acaricio las mejillas y entrelazo los dedos con los suyos, apretandoselos con tanta fuerza que ella sintio un cosquilleo en las yemas. No alcanzaba a leer sus pensamientos con claridad, pero era evidente que estaba confundido.

Justo cuando empezaba a creer que el la enviaria de vuelta a casa, Austin se llevo su mano a los labios y le estampo un beso calido en los dedos.

– Entremos -dijo.

El letrero colgado en la fachada del establecimiento rezaba «EL CERDO RONOSO».

En el momento en que Elizabeth entro en el establecimiento concluyo que el nombre era de lo mas apropiado. La peste a licor agrio y cuerpos sin lavar la envolvio como una nube toxica. Tuvo que reprimir una arcada al percibir la mezcla de ese hedor y del humo acre y denso que flotaba en el aire.

La mortecina luz interior le permitio distinguir las figuras de unos hombres de aspecto tosco, sentados a unas mesas pequenas de madera, inclinados sobre unos vasos mugrientos. Cuando ella y Austin aparecieron en la puerta, el rumor de la conversacion se interrumpio y todos miraron a los recien llegados con ojos hostiles y suspicaces.

A pesar de sus bravatas de unos momentos antes, Elizabeth sintio que la invadia el miedo y se arrimo a Austin. Daba la impresion de que esa panda no dudaria en clavarles una navaja a la menor provocacion, pero la mirada claramente intimidatoria de Austin no les daba opcion a acercarse.

– Manten la vista baja y no hables -musito Austin.

La guio a una mesa cubierta de marcas de vasos situada al fondo.

Ella noto las miradas de los clientes en su espalda, pero en cuanto se sentaron el murmullo de la conversacion se reanudo.

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