18

La vision se colo en el sueno de Elizabeth con el sigilo de un ladron experimentado.

Las imagenes serpenteaban a traves de los oscuros recovecos de su mente, ondulandose como volutas de humo, para luego ponerse fuera de su alcance.

Una criatura. Una hermosa ninita con brillantes rizos color ebano y ojos grises y vivarachos. Corria, riendo y gritando «mama».

Entonces la vision cambio. La risa cedio el paso al miedo. Los chillidos de terror de la nina resonaron en la mente de Elizabeth, llenandola de aprension.

El rostro angelical de la ninita se convirtio en una mascara palida y aterrorizada. Unas manos femeninas se alargaron hacia ella, pero la nina parecia flotar cada vez mas lejos de su alcance, hasta que se perdio de vista por completo, dejando solo el eco de sus sollozos.

Entonces vio a Austin, transido de dolor, desolacion y culpabilidad, hasta tal punto que Elizabeth apenas lo reconocio. Oyo su voz, un susurro entrecortado: «No puedo vivir sin ella… Por favor, Dios, no me digas que la he matado trayendola aqui».

Elizabeth desperto sobresaltada, con un grito ahogado. El corazon le martilleaba el pecho y los pulmones le ardian como si hubiese corrido varios kilometros. Y, sin embargo, se le habia helado la sangre.

Busco con los ojos a Austin, que dormia placidamente a su lado. Menos mal, pues ella no hubiera podido hablar en ese momento.

Pero, Dios santo, tendria que decirselo.

El debia saber que ella habia visto la muerte de una nina. Una nina de cuya muerte el se culparia.

Una nina de cabello negro azabache y ojos grises, como los suyos.

Su hija.

La hija de los dos.

Austin abrio un ojo. Al ver el fino haz de luz tenue que se filtraba a traves de las cortinas de terciopelo color burdeos, dedujo que estaba amaneciendo… y que por tanto ya era una hora perfectamente razonable para despertar a su esposa besandola dulcemente, haciendole el amor con suavidad y confesandole su amor con ternura.

Al volver la cabeza, descubrio que su esposa yacia en el otro extremo de la gran cama, encogida y de costado, dandole la espalda. Demasiado lejos para tocarla.

Austin sintio una honda desilusion y estuvo a punto de reirse en voz alta de si mismo. Maldita sea, en que individuo tan embobado y perdidamente enamorado se habia convertido. Y en un lapso de tiempo asombrosamente corto. «Seguro que para la hora de la cena estare componiendo versos. Y sonetos al anochecer.» Estuvo a punto de soltar una risita. Si, podia imaginarse con una rodilla en tierra, recitando apasionadamente la «Oda a Elizabeth».

Le bastaria con acercarse un poco a ella para rodearla con los brazos y sentir su calor, pero sabia que, en cuanto lo hiciera, ya no la dejaria dormir mas. «No seas egoista -penso-, deja que descanse.» Entrelazando las manos en la nuca apoyo en ellas la cabeza y se obligo a permanecer donde estaba para no interrumpir el sueno de Elizabeth, al menos durante unos minutos. Si, simplemente se quedaria ahi acostado, maravillandose del cambio tan drastico que esa mujer habia obrado en su vida. Un cambio para bien.

Imagino como le tomarian el pelo Miles y Robert cuando se dieran cuenta de que el «celebre duque de Bradford» habia sucumbido al embrujo de su propia esposa. Y no habria manera de que no se diesen cuenta, pues le resultaria imposible ocultar su amor por Elizabeth.

Aunque tampoco tenia ganas de intentado. Por supuesto, no estaba muy bien visto enamorarse de la propia mujer, pero eso le importaba un pepino.

Una sonrisa que fue incapaz de contener se desplego en su rostro. Si, Robert y Miles se meterian con el sin piedad. «Pero ya me vengare -se dijo- cuando el amor les pique en sus traseros desprevenidos. Y lo hara. Si puede ocurrirme a mi, puede ocurrirle a cualquiera.»

No podia esperar un segundo mas para tocarla.

Pero no queria despertada… Se limitaria a abrazada. Moviendose con todo sigilo, se deslizo por la cama hasta colocarse justo detras de ella y le poso suavemente el brazo sobre el talle.

En cuanto la toco, ella dio un respingo.

– Buenos dias, carino -le dijo Austin, dandole un beso en el hombro-. No era mi intencion despertarte.

– Yo… pensaba que estabas dormido.

– Y lo estaba. Pero ahora ya estoy despierto. Y tu tambien. Mmm.

Hundio la cara en su cabello y aspiro su aroma a lilas. Le cino la cintura con el brazo y la atrajo hacia si, con la espalda de ella contra su pecho.

Se quedo quieto al notar que ella se ponia rigida.

– No lo hagas -susurro Elizabeth.

Antes de que el pudiese preguntarle si algo no iba bien, ella se solto de sus brazos y se sento, tapandose con el cubrecama.

– ?Elizabeth? -Austin se incorporo rapidamente-. ?Te encuentras bien?

Como ella no respondia, la tomo de la barbilla con delicadeza y le hizo volver la cara hacia el.

Estaba llorando. Sus ojos parecian pozos dorados de afliccion. La calidez que solia brillar en su mirada habia desaparecido para ser reemplazada por una expresion sombria que le rompio el corazon.

Le solto la barbilla y le asio los brazos.

– ?Que ocurre? ?Te duele algo?

Por toda respuesta, ella lo miro con esos ojos llenos de dolor. Un estremecimiento afin al panico se deslizo por la espalda de Austin.

– Dime que sucede -pidio, sacudiendola suavemente.

– Tengo… tengo que decirte algo.

– ?Sobre William?

– No. Sobre mi.

Ah. De modo que era eso. Por fin iba a desvelarle sus secretos…, a explicarle por que se habia marchado de America tan de repente.

Experimento cierto alivio que mitigo su intranquilidad, y aflojo la presion sobre los brazos de Elizabeth. Por lo visto su esposa confiaba en el lo suficiente para abrirle su corazon. Y despues de la confianza… ?no era logico que viniese el amor?

Dios, ?iba ella a decide que lo amaba? En ese caso no debia de resultarle facil hacer esta declaracion, pues no sabia lo que el sentia por ella. Porque nunca se lo habia oido decir. Probablemente Elizabeth tenia miedo de que el rechazase su amor.

Pero el iba a desterrar ese temor con solo dos palabras.

– Elizabeth, te qui…

– Te menti.

Definitivamente no era la frase que esperaba oir.

– ?Como dices?

En lugar de contestarle, ella se solto de sus manos y recogio su camison del suelo. Se lo ajusto, junto los bordes del escote para cubrirse el pecho y le paso a Austin su bata de seda. El se la puso y anudo el cordon, observando a Elizabeth, que se apartaba lentamente de el. Solo cuando se hallo a varios pasos de distancia su esposa volvio a hablar:

– Te menti sobre los motivos por los que estoy en Inglaterra.

– ?En serio? ?No viniste a ver a tu tia?

– No. Vine a vivir con ella.

– Carino, yo no llamaria a eso una mentira.

Austin extendio los brazos hacia Elizabeth, pero ella sacudio la cabeza y retrocedio un paso.

– No lo entiendes. Tenia que venir aqui. No queria, pero no tenia otro sitio adonde ir.

– ?A que te refieres?

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