pensamiento. ?Perversas? Sus fantasias no eran perversas. Bueno, no tanto como las de algunos tipos que conocia.
Aunque Max no era el tipico hombre que se compraba calendarios de desnudos, habria tenido que ser de otro planeta para no saber quien era Lola, para no haberla visto en calendarios, anuncios de sujetadores, vallas publicitarias y portadas de revistas. Estaria muerto de cintura para abajo si nunca hubiese imaginado como seria acostarse con ella, sentir su sudor y su pelo revuelto, probar su carmin.
Recordo la primera vez que vio una fotografia de Lola. Fue en Times Square, hacia mas o menos unos ocho anos. Esperaba un taxi delante del Hiatt cuando miro hacia arriba y alli estaba ella, con la melena rubia hacia atras, los ojos provocadores, como si estuviera mirando a su amante, y el exuberante cuerpo cubierto solamente con unas bragas de puntillas y un sujetador a juego.
De color blanco. Su preferido.
Ese dia en que la vio por primera vez se pregunto quien seria. Al igual que todos los hombres que la miraban, se la imagino desnuda y, consciente de que nunca tendria la oportunidad de estar con una mujer como esa, se dijo que seguramente seria un polvo horroroso. Se la veia demasiado flaca y preocupada por su maquillaje. Seguramente era de esas chicas que esperaban que el hombre hiciera todo el trabajo. Si, eso fue lo que se dijo aunque en realidad no tenia nada en contra del trabajo, y menos aun contra ese tipo de trabajo.
Al observarla ahora, decidio que no era tan delgada. De hecho, era la clase de mujer que le gustaba: de pechos grandes y con un trasero de tamano justo para abarcarlo con sus grandes manos. Le gustaba sentir el cuerpo suave y sinuoso de una mujer contra el suyo. Le molestaba notar los huesos. No queria tener la sensacion de que en cualquier momento podia romper.
Miro los labios entreabiertos y, de pronto, penso en besar a Lola Carlyle. Ahora no llevaba carmin, y Max se pregunto como seria fundirse lentamente con ella en un beso y saborear sus labios. Sentir las dudas de ella, sus vacilantes intentos por detenerlo, justo antes del suspiro: el «ahhh» que le daria a entender que ella tambien lo deseaba, el momento en que ella rendiria a su boca, a el, a Max Zamora. El chico de Fidel Zamora. El chico de cara sucia de quien su padre se olvidaba cuando se entregaba a una botella de ron, cosa que sucedia la mayor parte del tiempo.
Max no estaba forrado de dinero, no era un actor famoso ni una estrella del rock, no era el tipo de hombre que las mujeres como Lola Carlyle buscaban, pero eso no le impidio preguntarse como seria tocar a una mujer como ella, sentir los senos blandos apretados contra su pecho mientras hundia los dedos en su fragante cabellera.
Max se lleno los pulmones de aire frio y salado y lo espiro despacio. Todas esas fantasias lo estaban conduciendo a un lugar del que mas valia mantenerse alejado. Un lugar que provocaba tal reaccion en su cuerpo magullado que le exigia que hiciese algo al respecto. Un lugar donde la sangre escocia y le causaba una dolorosa quemazon en las ingles. Un lugar adonde nunca iria con una mujer como Lola. A un lugar donde ella nunca iria con un hombre como el. Max no era rico, ni famoso, ni un modelo de rostro angelical. Una mujer como esa no aguantaria a un hombre que desapareciera dias y semanas y que nunca le diria cuando volveria ni donde habia estado.
Max dio media vuelta y se alejo del puente. Era mejor para ambos que no pensara en ella en absoluto. Se sento en la misma silla que antes, estiro el brazo para coger la cana de pescar y lanzo el anzuelo. Se concentro en el sedal para evitar el recuerdo de la modelo de ropa interior que dormia en el puente.
Supuso que quiza picaria algun pez si tuviera idea de que estaba haciendo. Durante los ultimos anos habia ido a pescar algunas veces a un lago o arroyo, pero nunca habia sido un autentico pescador. En realidad, habia practicado la «pesca» principalmente en el patio de la vieja casa que su padre y el habian alquilado en Galveston.
Ahora que lo pensaba, debia de contar con unos siete anos cuando el viejo le compro aquella cana de metro ochenta con un carrete Zebco. Todavia la tenia escondida en un armario. Era una de las pocas pertenencias que conservaba de la infancia.
Incluso ahora sentia claramente el peso de esa cana y ese carrete en sus manos. Su padre, que se encontraba en la furgoneta en ese momento, le ato un plomo al extremo del sedal y le mostro como lanzarlo. Los dos permanecieron alli hasta el anochecer, el uno aliado del otro, lanzando el plomo sobre la hierba y charlando de los peces que pescarian algun dia. Max todavia recordaba el tacto de las manos de su padre y el sonido de su acento cubano en la brisa humeda y calida.
Por desgracia, el hombre pasaba la mayor parte de su tiempo fuera con la furgoneta y nunca pudo llevar a Max a pescar, lo que no impidio que Max siguiese practicando y esperando. En unos cuantos anos se convirtio en un excelente lanzador. Lanzando por arriba, de lado y por debajo, podia acertar cualquier blanco que se fijara. Siempre supuso que esa practica habia resultado util y le habia permitido dominar sin esfuerzo el tiro con rifle.
Cambio de postura y las costillas le dolieron solo un poco menos que cuando andaba o estaba de pie. Se llevo los prismaticos a los ojos y observo el negro oceano. Solo habia experimentado un alivio total del dolor que sentia en el costado durante las pocas horas que habia pasado tendido boca arriba la noche anterior. Aunque no le habria venido mal dormir unas cuantas horas mas, no podria darse ese lujo esa noche. En esos momentos cualquiera podia pillarle desprevenido.
Sin embargo, como no habia dormido en dos dias, cayo en un sueno profundo una hora antes de que el sol se levantara sobre el horizonte.
CAPITULO 4
Max desperto de repente, sin saber cuanto tiempo habia dormido. El sol de la manana brillaba en la superficie del agua y en los acabados cromados del yate. Sin cambiar de posicion, Max percibio movimiento detras de el. Supo que se trataba de Lola sin necesidad de mirar, no solo porque ella era la unica otra persona que habia en el yate, sino tambien porque a esas alturas Max habia aprendido a reconocer el sonido ligero de sus pasos. Lola se detuvo ante la puerta de la cocina un momento antes de entrar, seguida de cerca por el perrito.
Max se levanto despacio y giro la cabeza a un lado y al otro para estirar los musculos del cuello. El barco se balanceaba sobre las olas, y las costillas le dolian mas que cuando acababan de propinarle la paliza; ademas, tenia los musculos tensos a causa de la mala postura en que habia dormido. Max tenia treinta y seis anos, y durante los ultimos quince habia forzado su cuerpo hasta el limite. De joven podia pasar la noche en cualquier lugar sin sufrir al dia siguiente mas que un ligero malestar. Pero ya no. Cuanto mayor se hacia, menos aguantaba su cuerpo. Mientras hacia unas rotaciones de hombros, oyo que Lola y el perro salian de la cocina. Miro hacia atras y los vio dirigirse a proa. El vestido ondeaba sobre los muslos de Lola, que llevaba los prismaticos en una mano y una barrita de cereales en la otra.
Ella no le habia dirigido la palabra todavia, asi que Max supuso que todavia estaba molesta por lo del cepillo de dientes. Miro al cielo despejado y estiro los brazos por encima de la cabeza. Saltaba a la vista que era una mujer testaruda, de modo que el la dejaria en paz. No habia necesidad de alterar la tranquilidad solo para oir sus insultos. Ahora que Lola se habia levantado y habia ocupado su puesto a proa, aprovecharia para tomarse el calmante y descansar un rato.
De repente, un agudo chillido desgarro la quietud de la manana caribena, y Max volvio el cuerpo con tanta rapidez que sintio como si le asetaran una punalada en las costillas. Inhalo con fuerza y corrio hacia donde estaba Lola justo a tiempo de verla saltar por la borda, con la falda del vestido volando por encima del trasero. Cayo al agua y enseguida emergio tosiendo y llorando en medio de las olas.
La cabeza del perro salio a la superficie por un momento y volvio a hundirse, como una bola de pelo marron a merced del mar azul.
– ?Mierda! -exclamo Max mientras se quitaba la camiseta. A pesar del dolor en las costillas y el entumecimiento de los musculos se arrojo al oceano Atlantico tras
