tenia su habitacion en el piso superior. Liz ocupaba la habitacion de la parte posterior que antes habia sido un porche.
No tuvo tiempo de encender la luz. Ella se volvio y le sonrio con una seguridad total. Sus caderas describieron otro de aquellos movimientos circulares que harian que un monje renunciara a los habitos. Clay no habia sido un monje nunca.
– Me deseas, ?verdad, Clay? -susurro ella.
– Si.
Jamas le mentia a una mujer en el dormitorio. Ademas, Liz no iba a recordar nada de aquello.
– Siempre me has deseado.
– Si.
Consiguio quitarle la chaqueta, pero contuvo la respiracion cuando ella se froto contra el como un gatito desperezandose al sol. Le sujeto las manos antes de que creara mas problemas de los que el podia controlar.
– No te preocupes si me porto timidamente -susurro ella.
No era aquello lo que le preocupaba a Claro
– He intentado ser buena -confeso ella-. He intentado hacerlo todo bien. No importa. No me importa. Esta vez soy libre. Voy a ser mala y alocada. Vaya bailar a la luz del sol. Y esta vez voy a seducirte, Clay Esta vez no te vas a escurrir. ?Crees que no puedo?
– Se que puedes -murmuro el. Habia desabrochado muchas blusas, pero aquellos botones estaban forrados de seda y eran resbaladizos. Ademas, estaban a oscuras.
– No tengo el cuerpo de Mae West -susurro ella.
– No me ha importado nunca, creeme.
Tuvo que desabrochar los botones de los punos para poder quitarle la blusa por fin. -Que verguenza. Llevo un sujetador con relleno.
– Lo veo.
– No estoy lisa. Es que no me gusta que los pezones se noten a traves de la tela.
A el no le importaba, pero en ese momento no estaba prestando mucha atencion a la conversacion de ella. Su piel era tan blanca como la luz lunar y maravillosamente suave. Seguia teniendo figura de jovencita mas que de mujer, con una cintura pequenisima y caderas de chico. Necesitaba desesperadamente buenos filetes y tartas de limon y merengue para ganar unos kilos.
Intento pensar en las tartas de limon y merengue. Pero solo podia pensar en el sexo. El cuerpo de ella era calido y el calor realzaba el perfume que ella llevaba. Clay penso que habria resultado util que ella hubiera cambiado de perfume, pero comprendio que no era cierto. Adoraba su perfume y adoraba su delgadez. Adoraba sus pechos pequenos y su barbilla. Adoraba su boca.
Miro fijamente aquella boca. Ella no sabia lo que estaba haciendo. El no debia estar alli, y mucho menos desnudandola. No se sentia culpable, pero tampoco le sorprendia no hacerlo.
Recorrio la cinturilla de la falda con dedos expertos hasta descubrir el boton y la cremallera en la espalda. Apoyo la mejilla de ella en su pecho y consiguio abrir ambas cosas de manera que la falda cayera al suelo.
La presion de los pequenos pechos y las esbeltas caderas provoco en el una inmediata reaccion fisica. Habia imaginado aquel momento muchas veces. Apreto los dientes.
Ella se echo hacia atras. El tardo un momento en comprender que pretendia desabrocharle la camisa. No pudo. El dudaba que pudiera ver los botones siquiera. Se le doblaban las piernas y no conseguia mantener los ojos abiertos.
El le permitio juguetear con los botones de su camisa mientras se inclinaba para apartar la colcha blanca. La almohada estaba metida en una especie de saco con volantes. No podia sacarla y sujetarla a ella al tiempo.
– Clay… -susurro ella roncamente.
Dejo de entretenerse con los botones y deslizo las manos camisa arriba hasta el cuello de Clay. A el se le acelero el pulso y le sudaban las manos como a un adolescente. Solto el saco con volantes. Al demonio con el.
– Acuestate -murmuro.
– No. Quiero…
– Se lo que quieres, encanto. Dame un segundo para quitarme la ropa.
– No… No tienes que tener cuidado, Clay. No tienes que ser amable. Yo…
– Si. Quieres que te haga el amor, pero no como a una dama. Sin «por favor›› ni «gracias››. Quieres que te posean hasta que no puedas pensar, ni respirar y todo el maldito mundo se aleje. Creeme, encanto, me gustaria muchisimo darte exactamente lo que quieres.
Con alcohol o sin el, la antigua Liz se habria sentido ofendida ante semejante rudeza. El habia contado con ello y no estaba preparado para su febril susurro:
– Si. Dame lo que quiero, Clay.
?Maldicion! Puso su boca sobre la de ella con un beso que la obligo a apoyar la cabeza en la almohada. Ella murmuro algo que estuvo a punto de destrozar la salud mental de Clay La metio entre las sabanas mientras ella seguia rodeandole el cuello. Luego, le solto los brazos lentamente.
– Clay…
– Estoy aqui. Me estoy desnudando. Cierra los ojos un momento.
– No. Yo…
– Cierra los ojos, Liz.
Clay permanecio en silencio en la oscuridad, esperando.
No pasaron muchos minutos antes de que su voluptuosa seductora permaneciera inmovil. Clay cruzo la puerta trasera. Sus pulmones inhalaron el aire de la noche otonal. Desde las sombras del porche trasero podia ver una bandada de luciernagas danzando en el patio. En treinta y un anos nunca habia conocido a una mujer tan peligrosa para su equilibrio como Liz.
Si ella recordaba algo de lo ocurrido esa noche, el dudaba que volviera a hablarle, lo que le parecia perfecto.
A las cuatro de la tarde siguiente, Liz estaba en el cuarto de bano del piso superior dando golpecitos a un bote de aspirinas en la palma de la mano. Tenia la cabeza llena de cascabeles, la garganta seca y en los ojos castanos que la miraban desde el espejo del botiquin habia unas venillas rojas.
Si no supiera que no podia ser, habria pensado que tenia resaca. Logicamente, no era posible tener resaca sin haber bebido alcohol. ?Como podia tener un dolor de cabeza tan peculiar?
Trago dos tabletas y se estremecio. Muchos de sus recuerdos de la noche anterior eran dificiles de explicar. Por su mente pasaban frases relacionadas con Clay Stewart, ninguna de las cuales podian haber salido de los labios de una sensata y seria bibliotecaria de veintisiete anos. No obstante, Liz habia dejado su profesion en Milwaukee. Tambien tenia un hermano en la planta baja que se estaria preguntando si estaba viva o muerta.
Bajo la escalera de puntillas con la cabeza latiendole dolorosamente para buscar a Andy. Lo encontro, como era de esperar, repantigado en una silla de la cocina con un monton de examenes de matematicas ante el. Andy no habia cambiado.
Seguia pareciendo como si midiera tres metros y tenia la constitucion delgaducha de un jugador de baloncesto. Incluso en una tranquila tarde de sabado, parecia el profesor de matematicas que era: superserio, un poquito pedante y vestido con un sueter de cuello alto azul que era su favorito desde hacia diez anos.
La miro de reojo cuando entro.
– ?Vaya! Parece que la momia se ha decidido a resucitar.
– A todos los relojes de esta casa les debe pasar algo -le informo ella -No pueden ser las cuatro de la tarde.
– Pues lo son. Algunas personas duermen como marmotas.
Ella le acaricio el pelo rubio de camino al congelador.
– A pesar de tus insultos, hermano, podrias persuadirme de que te prepare la cena. Suponiendo que…
Echo un vistazo dentro y luego miro a Andy con desesperacion.
– ?Tuviste miedo de que hubiera escasez de helado de pistacho? Aqui dentro hay tres kilos.
– No supe que venias hasta hace dos dias -se defendio Andy.