roto el corazon y no pensaba arriesgarse de nuevo. Quiza en la proxima decada pero, por el momento, solo pensaba arriesgarse con ninos.
Nada de eso era asunto de aquellos hombres, claro. Les dijo que no tenia tiempo y ellos se quedaron como si les hubiera echado un jarro de agua fria. Sin hacer caso de sus protestas, la siguieron hasta el aparcamiento como enormes cachorros guardaespaldas.
Tipico del mes febrero en Carolina del Norte, la noche caia rapida como una piedra. El fresco viento se habia vuelto furioso y desagradable y las nubes se movian a toda velocidad. En un mes, las magnolias y los rododendros del hospital habrian florecido, pero en aquel momento ni siquiera los robles tenian demasiadas hojas. El viento se colaba por su larga trenza, moviendo el lazo y amenazando con desatarla.
Y aquellos chicos, los Lockwood, amenazaban tambien con desatarla.
Pero no por las razones que habria pensado al principio. Cuando llegaron a su furgoneta, Phoebe tenia la impresion de que estaba enamorandose de ellos. La miraban como si fuera una diosa. Eso ayudo bastante. La trataban como si fuera una heroina. Eso tambien ayudaba. Pero sobre todo, ella tenia un sexto sentido con los predadores y aquellos chicos no lo eran.
?Como iba a resistirse?
– Ben, Harry, a ver… No se si os han informado bien, pero yo no hago fisioterapia fuera del hospital. No tengo tiempo. Ademas, si vuestro hermano tiene un problema complicado, yo no estoy cualificada para ayudarlo…
– Fergus ha visto a montones de especialistas. Medicos, psiquiatras, fisioterapeutas… Incluso llamo a un cura y ni siquiera es catolico -le explico Ben-. Tenemos que intentar algo diferente. Si quisieras ir a verlo…
En los siguientes cinco minutos, Phoebe se percato de que los hermanos Lockwood se referian unos a otros con nombres de animales. Ben era el oso, Harry el alce y al hermano pequeno, Fergus, lo llamaban Fox, el zorro.
Los dos eran personas muy ocupadas y lo habian dejado todo para ir a hablar con ella, de modo que debian de querer mucho a su hermano, penso.
– En serio, yo no puedo ayudarlo. Si pudiera, lo haria.
– Pero ven a conocerlo al menos…
– No puedo.
– Al menos, ve a verlo. Y luego, si no puedes ayudarlo, lo entenderemos. Solo te pedimos que lo intentes.
– No puedo, de verdad.
– Solo una vez. Te pagaremos quinientos dolares por media hora, ?que tal? Te juro que si decides que no puedes hacer nada, no volveremos a molestarte. Tienes nuestra palabra.
Insistieron e insistieron, intentando convencerla, chantajearla… Phoebe nunca habia conocido a nadie que pudiera convencerla de nada, pero aquellos dos eran increibles.
Si aceptaba un paciente masculino, podria volver a pasar lo que le paso con Alan. Y no merecia la pena el riesgo.
– Lo siento, chicos, pero no -dijo con firmeza.
A las siete, Phoebe salia del garaje.
– No quiero oir ninguna queja -le dijo a sus perritas-. Una mujer tiene derecho a cambiar de opinion.
Ni Mop ni Duster discutieron. Mientras pudieran ir en la furgoneta sacando la nariz por la ventanilla, todo les daba igual.
– Vosotros quedaos a mi lado. Si algo huele mal, nos iremos corriendo. ?De acuerdo?
De nuevo, ninguna de las dos respondio. Despues de dos anos, Phoebe no estaba segura de quien habia rescatado a quien. Las dos cabecitas blancas rizadas aparecieron en su puerta cuando llego a Gold River. Estaban sucias y desnutridas, abandonadas. Pero incluso entonces se portaban como si ella fuera la abandonada y ellas las que la adoptaban.
– Los hermanos Lockwood son muy simpaticos… Lo se, lo se, son hombres. ?Y quien puede confiar en alguien lleno de testosterona? Pero, de verdad, la situacion no es como yo creia. Parece que el otro hermano lo esta pasando mal, de modo que, aunque no pueda hacer nada, me parecia horrible seguir diciendo que no.
De nuevo, las perrillas se quedaron en silencio. Las dos miraban por la ventanilla, con la lengua fuera, las orejas al viento, sin hacerle ni caso.
Antes de que se pusiera el sol, empezaron a encenderse las luces en la calle Mayor. Si no hubiera aceptado acudir a la casa, estaria comprando zapatos o pasando por casualidad por las rebajas. Bueno, no por casualidad, pero el principio seguia siendo valido.
Phoebe empezo a preocuparse. A ella le encantaba su trabajo. El banco decia que estaba muy lejos de ser solvente, pero el dinero no le importaba. Hacer algo por los demas, si. Y habia encontrado una terapia para los ninos abandonados. Los ninos eran lo suyo.
Los hombres no.
Le gustaban los hombres. Siempre le habian gustado, pero…
Conocio a Alan antes de hacerse masajista, cuando seguia siendo fisioterapeuta. Era un paciente recuperandose de un hueso roto. De inmediato, la habia juzgado hedonista y sensual, una mujer a la que le gustaba tocar. Y el adoraba esas cualidades.
Eso decia.
Tambien decia que era la mujer mas excitante que habia conocido.
Al principio.
Nerviosa, Phoebe se mordio una una. Se habia ido a Gold River para olvidar a Alan y empezar otra vez. Y lo habia hecho. Tenia toda la vida por delante, pero debia andarse con cuidado.
Los hermanos Lockwood habian saboteado su tranquilidad espiritual pintando una imagen conmovedora de su hermano. Una imagen que Phoebe no podia quitarse de la cabeza.
Aparentemente, Fox se habia ido voluntario a Oriente Medio y fue victima de lo que llamaban una «bomba sucia», una bomba casera cargada de metralla. En el hospital de veteranos le habian dado el alta despues de curar sus heridas, pero eso no significaba que estuviera curado. Tanto Ben como Harry admitian que su hermano parecia estar recuperandose, pero ya no era el mismo de antes.
Habian llamado a medicos y fisioterapeutas, a los mejores, pero Fox estaba encerrado en si mismo. Nadie podia hacer nada.
Por lo visto, habian sabido de ella a traves de una doctora amiga, quien les hablo de su toque magico con los ninos. Eso era una exageracion, por supuesto. Phoebe no tenia un toque magico y no podia curar a nadie. Desde luego, no a un hombre adulto traumatizado por heridas de guerra.
Habia bajado la guardia al ver que los hermanos Lockwood no estaban buscando un revolcon, pero ahora volvia a sentirse insegura. Seguramente, su hermano sufria un sindrome postraumatico o como se llamara eso. Era muy triste, pero ella no tenia conocimientos sobre el tema.
En realidad, habia aceptado ir porque… porque era tonta. Los Lockwood le parecieron tan encantadores que no pudo decir que no.
Entonces se dio cuenta de que el papel en el que llevaba la direccion ya no estaba en el asiento.
– ?Mop, damelo!
Mop escupio un trozo masticado de papel. Afortunadamente, la direccion seguia siendo legible. Phoebe doblo en la calle Magnolia y subio la colina. Supuestamente, sabia donde vivian los ricos, pero nunca habia tenido una excusa para pasar por alli.
Habia varias mansiones sobre el rio donde los antepasados de aquella gente habian hecho una fortuna con el oro. Las casas estaban escondidas tras altas cercas de piedra y puertas de hierro forjado, pero como los arboles no tenian muchas hojas en aquella epoca del ano podia ver parte de las impresionantes mansiones. La mayoria construidas con piedra local y marmol, con enormes porches y bien cuidados jardines.
La casa de los Lockwood estaba en la esquina de una calle sin salida.
Phoebe atraveso la verja de hierro, paso al lado de una casa de dos pisos con garaje, como le habian dicho, y se detuvo frente a una mas pequena. Los Lockwood la llamaban «la casa de soltero», un sitio en el que los hermanos solteros vivian hasta que se casaban y donde podian organizar juergas sin molestar a su madre. El concepto sonaba muy decadente, pero Fox vivia alli desde que salio del hospital.
De cerca, la casa grande no parecia tan lujosa. Mas bien, agradable, acogedora, con todas las luces