– Si -contesto Harry-. Mi madre vive en la casa grande, sola desde que murio mi padre y nosotros nos independizamos. Ben tiene una casa en el campo y yo vivo en un apartamento encima de mi restaurante.

– Ya veo.

– La casa de soltero llevaba anos vacia, pero Fox dejo su apartamento cuando entro en el ejercito. Y cuando volvio, destrozado, esta casa nos parecio el mejor sitio.

– Venimos a verlo casi todos los dias desde hace dos meses. Fox quiere estar solo, pero no puede cuidar de si mismo…

– No puedo creer que este dormido -suspiro Harry.

– No me mires con esa cara -dijo Phoebe.

La miraban como si fuera un angel, lo cual era ridiculo.

– ?Con que cara?

– Como si hubiera hecho un milagro.

– Es un milagro.

– De eso nada. Es que llegue justo a tiempo. Tenia sueno.

– Si, seguro -dijo Ben.

– Si, bueno, no pienso volver, asi que no insistais. Vuestro hermano ha dejado claro que no quiere volver a verme por aqui.

– ?Volverias si el te lo pidiera?

– No me lo pedira -contesto Phoebe.

– Pero si te lo pide…

– Entonces ya veremos -lo interrumpio ella, buscando las llaves en el bolso. No es que llevara un bolso grande, es que podria sobrevivir en Europa durante seis meses con las cosas que llevaba dentro. Por fin, saco las llaves y vio que los dos hermanos se inclinaban para darle un beso en la mejilla. No pudo hacer nada para evitarlo.

– Gracias, Phoebe. Te queremos.

– Por favor…

Hasta que salio de la casa, tenia los hombros tensos pero poco a poco se fue relajando y su corazon empezo a latir con normalidad.

El masaje habia sido erotico. No podia tocar a nadie, tocarlo intensamente, la clase de masaje necesario para ayudar a alguien, sin responder.

Asi que darle el masaje a Fox la habia excitado. Eso no era nada nuevo. Nada interesante. Nada de lo que debiera tener miedo.

– ?Verdad, chicas?

Las perritas levantaron la mirada, como para darle la razon. Pero Phoebe parecia tener la respiracion agitada.

Fue Alan quien la hizo sentirse inmoral y barata. Como si sexualidad y sensualidad fueran debilidades del caracter que la hacian menos que decente. Ella sabia que eso era mentira. Lo sabia, pero le costaba trabajo olvidarlo.

En su cabeza y en su corazon, creia que el tacto era el sentido mas poderoso. Casi todo el mundo respondia al tacto. Podian pasar hambre, no dormir, podian sufrir toda clase de privaciones, pero la gente que no tocaba a alguien durante mucho tiempo perdia parte de si mima.

Phoebe entendia perfectamente bien que el tacto en si mismo no podia curar nada. Pero si podia conseguir que alguien quisiera curarse. Ayudaba a descansar, recordaba hasta a las almas perdidas que habia algo al otro lado de la soledad, la maravilla de conectarse, de encontrar a alguien que te tocara el corazon.

Phoebe entro en el caminito que llevaba a su casa, pasando delante del cartel:

Phoebe Schneider, Cultura fisica, Fisioterapeuta Diplomada.

Terapia de masajes para ninos.

El cartel era la clave, se dijo.

Tenia que dejar de pensar en Fergus Lockwood como hombre y pensar en el como si fuera un nino.

En realidad, podia ser uno de esos ninos abandonados y privados del tacto de su madre. Y necesitaba de tal forma ser tocado que respondia fiera y evocativamente ante cualquier contacto.

En otras palabras, no habia respondido a ella como mujer.

Phoebe salio de la furgoneta e intento que sus perritas la dejaran entrar en casa.

– Bueno, pues eso es lo que hay, chicas. No volvera a llamar, pero en caso de que lo haga, pensaremos en el como si fuera uno de nuestros ninos.

En cuanto encendio la luz del pasillo, en su mente aparecio la imagen de una piel caliente, de unos fieros ojos oscuros…

Phoebe trago saliva y penso en ninos… si, seguro.

El domingo por la tarde, cuando estacionaba el coche en el aparcamiento de la residencia de ancianos del hospital, Phoebe se habia olvidado de Fox.

Por completo.

Un fuerte viento de la montana golpeaba el valle, enviando trocitos de nieve como confeti. Era una tarde de esas en las que una solo quiere tumbarse en el sofa con sus perritas, un libro, una buena pelicula y una taza de chocolate.

Se pregunto entonces, por preguntarse algo ya que se habia olvidado completamente de el, si Fox se sentiria tentado por el fuego de una chimenea en una tarde fria.

El pobre tenia muchos mas problemas que los dolores de cabeza, le habian dicho sus hermanos. Llevaba dos meses en Gold River y, desde entonces, permanecia encerrado en casa. No veia a nadie, no devolvia las llamadas, no hacia nada.

Phoebe no sabia que hacia antes de alistarse en el ejercito, pero evidentemente estaban describiendo un problema de depresion. Quiza la depresion era resultado de su experiencia en Oriente Medio. Quiza por sus heridas, que no habian curado del todo; el dolor cronico podia destrozar hasta al mas optimista. El problema era que resultaba dificil ayudar a alguien sin saber realmente lo que le pasaba.

Un terapeuta tenia que saber que motivaba a ese individuo.

Aunque ella no estaba pensando en que motivaba a Fox.

No estaba pensando en el en absoluto.

– ?Phoebe!

– Hola, guapo -como siempre, los ancianos de la residencia la saludaban efusivamente nada mas entrar… y a sus perritas, tan bienvenidas alli los domingos por la tarde como ella.

En principio, tenia las manos llenas con los ninos, pero el director de la residencia la habia acorralado para que fuera a visitar a los ancianos los domingos. Ella no habia dicho que si porque fuera tonta, pero… en fin, no supo como decir que no.

Barney, a quien siempre llamaba «guapo», tenia noventa y tres anos y era mas delgado que un palo, pero tenia una buena mata de pelo blanco. Caminaba con un baston y las manos le temblaban, pero seguia siendo un seductor.

– Que guapo estas hoy. Creo que deberiamos escaparnos de aqui y tener una aventura.

– Anda ya. Tu eres joven y guapa…

– ?Y tu no? -Phoebe le dio un azote en el trasero y siguio saludando a los otros ancianos. La peor zona era el ala de enfermos terminales. Siempre empezaba por alli. Nadie parecia tocar a los enfermos terminales salvo las enfermeras. Y nadie tenia tiempo para mostrarles afecto y carino.

Mop y Duster podian subirse a las camas, las animaban a hacerlo incluso. Incluso los del grupo de Alzheimer acariciaban a sus perritas. Ella daba masajes a los ancianos en el cuero cabelludo, en la espalda, les metia las manos o los pies en agua salada… Algunos no respondian. Pero otros si.

Una hora despues fue a la zona este, un grupo mas animado. Ellos se peleaban por tener a las perritas, no dejaban de hablar y se quejaban de todo.

Phoebe no podia evitar quererlos porque la hacian sentirse necesitada.

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