asomo la cabeza.

– Hola, Phoebe.

– Hola. ?Mary sigue durmiendo?

– Si. Cuando esta embarazada duerme mucho -contesto el, tomando un trozo de pastel. Su otro vecino, Fred, ya estaba sentado a la mesa. Tradicionalmente, aparecia apoyado en su muleta en cuanto ella encendia el horno.

– Te vas a quemar los dedos -le advirtio Phoebe.

– Como siempre.

Despues de servirles un cafe volvio a la cocina para cortar un pomelo. Su especialidad era el pastel de cafe con canela y no queria presumir, pero era mejor que el de su madre. Y el de su madre era el mejor del mundo. Desgraciada e ironicamente, ella era una adicta al pomelo, algo por lo que los vecinos solian tomarle el pelo.

– Hola, guapa -la saludo Barb, otra vecina, mientras se peleaba con Gary por la espatula para cortar el pastel-. Damela. ?Pero si casi os lo habeis comido todo!

Phoebe se concentro en su pomelo. Los vecinos, gracias Dios, podian hacer que se olvidara de todo. Era la primera vez en varios dias que no pensaba en Fox.

Barb, como siempre, llevaba un top escotado, unos pantalones bien ajustados y un arsenal de maquillaje. Habia estado casada con un cirujano plastico. Y se notaba.

– Bueno, ?que hay de nuevo por aqui? -pregunto.

– Nada -contesto Phoebe.

– Seguro que si. Siempre estas haciendo algo nuevo… ?Has limpiado!

– De eso nada -contesto ella, ofendida.

– Has limpiado. No hay polvo.

Solo habia limpiado porque estaba preocupada por ese maldito hombre. Eso no era limpiar compulsivamente, ?no? Compulsivo era pasear arriba y abajo a las dos de la manana, preguntandose si aquel idiota estaria solo y muerto de dolor. Pero antes de que pudiera inventar una razon para la falta de respetable polvo, Barb lanzo un grito:

– ?Que es esto? ?Que estas haciendo aqui?

– ?Que? -exclamaron Fred y Gary a la vez, levantandose.

Phoebe suspiro mientras los seguia por el pasillo. La confundia que una persona tan introvertida como ella pudiera pasarlo bien con unos vecinos tan ruidosos. Parecian fascinados por todo lo que hacia en su casa, en parte porque pensaban que era una persona artistica y poco convencional.

Mentira. La verdad era que habia comprado la casa porque no habia encontrado una de alquiler que le gustase o que no necesitara reformas. Aquella estaba en un sitio estupendo, a tres manzanas de la calle Mayor. Tenia dos pisos, con balcones y sin termitas. Esa era la parte positiva.

Luego estaba lo malo: el camino que llevaba a la casa parecia una jungla, habia tenido que poner cristales nuevos en el piso de arriba y el jardin podria ser un santuario de vida salvaje.

Cuando le conto a sus vecinos la idea del santuario, enseguida le prestaron un cortacesped. Claramente, no les gustaban las malas hierbas.

Desde el principio se dio cuenta de que tendria que invertir mucho dinero para hacer la casa habitable, pero ella no tenia mucho dinero. Ni siquiera tenia muebles. De modo que compro pintura. Kilos de pintura.

Los armarios de la cocina eran de color verde menta, la pared azul. El comedor, que ella habia convertido en oficina, era de color malva y el pasillo daba a un salon pintado de amarillo. En total, el piso de abajo tenia practicamente todos los colores del arco iris.

Y en algunas habitaciones hasta tenia muebles.

En la parte de atras de la casa estaba la sala de masajes, con un vestidor y un cuarto de bano. La camilla de masaje era blanca, de vinilo.

Todo estaba muy ordenado, excepto una de las esquinas, en la que habia sacos de cemento, ladrillos… y una apisonadora mas grande que ella.

– ?Se puede saber que estas haciendo, chica? -pregunto Gary.

Phoebe tenia en la mano el plato de pomelo.

– Voy a construir una cascada.

– Una cascada -repitio Barb-. Pero carino, si apenas tienes sitio para orinar. ?Vas a construir una cascada dentro de la casa?

– No es tan dificil. Lo he visto en una revista…

Phoebe la vio en su mente. Queria la cascada al fondo de la habitacion, una cascada con la altura de una ducha que formara un estanque rodeado de plantas tropicales…

– No es muy diferente de un jacuzzi y seria mas natural, mas relajante. Los padres podrian sentarse al borde con los ninos…

Gary y Fred se miraron, miraron luego los sacos de cemento y soltaron una carcajada.

– No puede ser tan dificil encontrar a un albanil que me haga una cascada. Cosas mas raras se hacen. Bueno, se que no sera facil, pero…

– ?Facil? ?Vas a necesitar cincuenta albaniles!

– Bueno, pues me da igual. Yo creo que es una idea muy practica… ?no os parece bonito?

– Yo creo que tu eres lo mas bonito de este barrio -sonrio Fred-. Y si quieres construir una cascada, eso es lo que deberias hacer.

Pero entonces miro a Gary y los dos volvieron a soltar una carcajada.

En ese preciso momento vio a un hombre en la puerta… no a cualquier hombre, sino a Fox. Fox Lockwood.

Las perritas lo vieron enseguida y salieron corriendo a saludarlo.

Pero a Phoebe se le cayo el plato al suelo, rompiendose en pedazos. Por un momento, no podia moverse. Su corazon latia como si le fuera a dar un ataque, como cada vez que veia a Fergus. Pero aquella vez era peor.

Era culpa suya que se le hubiera ocurrido la tonta idea de la cascada. Y culpa suya que hubiera limpiado la casa de arriba abajo. Sus hermanos eran adorables, de modo que si ellos hubieran causado esa aceleracion cardiaca, podria entenderlo.

Pero ?por que solo se le aceleraba con los hombres equivocados? ?Donde estaba la justicia en el mundo?

– ?Phoebe? No queria molestar, pero el timbre no funciona y cuando oi voces…

– No pasa nada -lo interrumpio ella-. Estos son mis vecinos: Barb, Gary, Fred… Os presento a Fox Lockwood.

– Nosotros ya nos ibamos -dijo Barb mientras estrechaba su mano con fuerza. Fox se puso rigido, seguramente por el dolor.

– Podeis llevaros el pastel de cafe. Luego nos vemos -dijo Phoebe.

Tardo un minuto en despedirlos, recoger las piezas del plato roto y los trozos de pomelo que habian rodado por el suelo, sufrir un ataque al corazon porque iba sin pintar, sin peinar y con una camiseta arrugada, hacer que Mop y Duster dejaran de portarse como cachorros en crack y luego volver con el.

Fox seguia en el mismo sitio.

– De verdad lamento haberte interrumpido.

– No me has interrumpido. Los sabados por la manana, mis vecinos se pasean por aqui como Pedro por su casa. ?Que querias?

– Me porte de forma muy grosera el otro dia y queria disculparme. Cuando empieza dolerme la cabeza, me porto como un animal… Siento mucho haberte molestado.

– No importa. Ademas, yo se lo que es el dolor -dijo Phoebe, mirandolo con curiosidad-. Pero podrias haber llamado por telefono para pedir disculpas.

– Si, bueno -murmuro el, tirandose de una oreja-. He probado de todo, pero no puedo librarme de los dolores de cabeza. Tu lo hiciste. Y si pudieras considerar tenerme a mi y a mi bocaza como cliente, te lo agradeceria mucho.

Evidentemente, odiaba tener que pedirselo. Y Phoebe lo entendia, porque tampoco a ella le gustar tener que suplicar.

– Supongo que ahora mismo te duele, ?no?

– Esta a punto de llegar -suspiro el-. Pero no he venido por eso. Queria pedirte disculpas y pense que, siendo

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