guardias y conductores. No habia nadie en quien refugiarse, nadie para protegerla. Estaba sola de verdad.
Kateb condujo por la carretera que llevaba al desierto. Durante el primer dia. verian pueblos y pequenas ciudades, pero al siguiente, ya habrian dejado atras la civilizacion.
Por suerte, Victoria iba en silencio. Despues de lo poco que habia descansado esa noche, Kateb no tenia ganas de conversacion. En circunstancias normales, no la habria acusado de su falta de sueno, pero se habia pasado horas en la oscuridad, dando vueltas en la cama, intentando no pensar en ella. Imposible, despues de haberla visto desnuda.
Era como si la imagen de su cuerpo estuviese impresa en su cerebro. No necesitaba cerrar los ojos para ver aquella piel palida y los generosos pechos. La imagen lo perseguia, le recordaba todo el tiempo que llevaba sin estar con una mujer. Y el deseo de estar con ella lo enfadaba.
Sabia que estaba mas enfadado consigo mismo que con Victoria, pero era mas facil echar la culpa a otro. Si no fuese un hombre con tanto control, la habria hecho suya alli mismo, en el asiento delantero del coche, sin importarle que fuesen acompanados. Pero no podia hacerlo. No solo porque jamas la forzaria ni la expondria delante de sus hombres, sino porque la necesidad que tenia era demasiado especifica. Deseaba a Victoria, no a una mujer cualquiera. Y eso era lo que mas lo molestaba.
Habian pasado cinco anos desde la muerte de Cantara. Cinco anos durante los que habia llorado su perdida. En ocasiones, el deseo lo habia llevado a irse con alguien a la cama, pero siempre se habia tratado de una necesidad exclusivamente fisica. Nada mas. Y se negaba a que el caso de Victoria fuese diferente.
Aquella estadounidense no tenia nada que ver con Cantara. Su bella esposa habia nacido en el desierto, habia sido risuena y morena. Habian crecido juntos. Lo habia sabido todo de ella. No habia habido sorpresas, misterios, y lo preferia asi. Ella lo habia entendido, habia entendido cual era su posicion, su destino. Y habia estado orgullosa, sin dar por hecho que eran iguales. Habia sido su esposa y eso le habia bastado.
Miro a Victoria. Su perfil era perfecto, sus labios estaban llenos. Aquella mujer querria ser igual que cualquier hombre. Esperaria que su opinion contase. Querria hablar acerca de todo. De sus sentimientos, de sus planes, de su vida. Y eso era mas de lo que podia soportar un principe.
Volvio a mirarla y se dio cuenta de que le temblaba un poco la mejilla. Era como si llevase demasiado tiempo con los dientes apretados. Estaba palida y sus manos estaban rigidas. Entonces lo entendio.
Tenia miedo.
Aquello lo molesto. No habia sido tan cruel como para aterrorizarla.
– No pasara nada hasta que no estemos en el pueblo -le dijo.
Ella lo miro.
– ?Cuanto tardaremos? -pregunto con voz tremula.
– Tres dias. Muy pocas personas saben donde esta. Es muy bonito, al menos, para mi. No habras visto nada igual.
Kateb espero que ella no le preguntase que pasaria cuando llegasen alli. No habria sabido como responder. Se la habia llevado porque ella se habia ofrecido a cambio de su padre y la ley del desierto respetaba los sacrificios nobles. ?Pero cual era el fin? ?De verdad iba a hacer de ella su amante?
Volvio a mirarla. Llevaba vaqueros y unas ridiculas botas de tacon. La camisa era fina y se le pegaba a los pechos. Se obligo a concentrarse en la carretera.
Le parecia atractiva y disfrutaria de ella en la cama, pero no queria comprometerse a nada mas que una noche. Lo que significaba que tendria que buscarle algo que hacer.
– Esto… Yo pensaba que la gente del desierto era nomada.
– Muchos si, pero a otros les gusta vivir en el desierto sin tener que trasladarse de un campamento a otro. El pueblo permite tener lo mejor de los dos mundos.
– Espero haber traido suficiente crema solar -murmuro Victoria.
– Si no, te conseguiremos mas.
– ?Asi que no tiene pensado abandonarme en el desierto y dejar que me coman viva las hormigas?
– No estamos en el lejano Oeste -comento el en tono de broma.
– Lo se, pero me sigue pareciendo un castigo horripilante. La horca seria mas rapida.
– Pero hay menos oportunidades de que te rescaten.
– Eso es cierto.
Victoria dejo de sentir miedo. Kateb pudo por fin oler su perfume, o el olor de su cuerpo. En cualquier caso, le gusto. Y eso lo molesto.
Suspiro. Iban a ser unos seis meses muy largos.
Hicieron dos breves paradas para beber agua e ir al bano.
Justo antes de que se pusiese el sol, se detuvieron para pasar la noche y levantaron el campamento. Montaron varias tiendas con lo que parecian ser sacos de dormir y esterillas. Dos hombres se pusieron a trabajar en lo que parecia una cocina de gas y otros instalaron una especie de barbacoa, tambien de gas.
Kateb se acerco a ella.
– Pareces preocupada. ?Acaso no son de tu gusto las instalaciones?
– Pensaba que hariamos una hoguera y que pinchariamos la comida en palos para cocinarla.
El arqueo una ceja.
– ?De donde sacariamos la lena para hacer el fuego?
Ella miro a su alrededor. Los camiones iban cargados hasta arriba, pero no habia nada parecido a maderos, ni siquiera palos.
– Cierto.
– Las cocinas son mas practicas. Se calientan rapidamente y son menos peligrosas que el fuego.
– Aqui hay poco que quemar.
– Nosotros.
– Ah, Vale -miro a los hombres que estaban trabajando en la cocina-. ?Debo ofrecerles mi ayuda? En el castillo a los cocineros no les gustaba que entrase cualquiera en la cocina.
– ?Por que ibas a ayudar?
– Porque soy una trabajadora mas, igual que ellos. Y porque es de buena educacion.
– No tienes que cocinar.
Se suponia que los servicios que tenia que prestar eran otros. Se le hizo un nudo en el estomago, pero lo ignoro. Tampoco quiso pensar en compartir la cama con Kateb. Ya lo haria mas tarde. Cuando llegasen al misterioso pueblo del desierto. Por el momento, estaba a salvo.
Lo miro, observo la elegante inclinacion de su cabeza, la cicatriz de su cara. Kateb gobernaba el desierto. Podia hacer lo que quisiera con ella y nadie lo detendria. Asi que lo de estar a salvo era relativo. Dio un paso atras.
– Nunca he ido de acampada -dijo-. Es agradable. La vida en el desierto es mas moderna de lo que yo habia pensado.
– Esto no es la vida en el desierto. Estar en el desierto es ser uno con la tierra. Es viajar con camellos y caballos, llevando solo lo necesario. El desierto es bello, pero tambien peligroso.
Victoria clavo la mirada en su cicatriz. Habia oido rumores de que lo habian atacado cuando era adolescente, pero no conocia los detalles. No le habia parecido importante preguntarlos. No sabia mucho acerca de Kateb. Si hubiese imaginado que iba a pasar mas tiempo en su compania, se habria molestado en hacer mas preguntas.
Uno de los hombres les llevo dos sillas plegables y las coloco a la sombra. Victoria no estaba segura del protocolo, pero espero a que se sentase Kateb antes de imitarlo. Despues el mismo hombre volvio con dos botellas de agua y ella acepto una, agradecida.
– Creci en Texas -comento, mas para llenar el silencio que porque pensase que a el le pudiese interesar-. En una pequena ciudad entre Houston y Dallas. No se parecia en nada a esto, aunque tambien hacia mucho calor en verano. No habia muchos arboles, asi que cuando estabas en la calle, era dificil escapar del sol. Recuerdo tambien que habia tormentas de verano. Me gustaba quedarme debajo de la lluvia, dando vueltas sin parar. Aunque el