Cuando por fin hubo acabado todo, Kay se acurruco contra el en la oscuridad y le acaricio el pelo un rato. Abatido, Gavin se quedo mirando el vacio, consciente de que sus confusos planes para aflojar lazos no habian servido de nada, mas bien, involuntariamente, los habian estrechado. Kay se habia dormido, y el se habia quedado acostado con un brazo atrapado bajo aquel cuerpo, con la sabana humeda incomodamente adherida al muslo, sobre un colchon lleno de bultos y con muelles viejos, lamentando no tener el valor de ser un capullo, largarse de alli y desaparecer para siempre.
El cuarto de bano de Kay olia a moho y esponjas humedas. Habia pelos adheridos a uno de los lados de la pequena banera. La pintura de las paredes estaba desconchada.
—Necesita algunos arreglillos —habia comentado Kay.
Gavin se habia cuidado mucho de ofrecerle ayuda. Las cosas que no le habia dicho eran su talisman y su salvaguarda; las ensartaba mentalmente e iba pasandolas como cuentas de un rosario. Nunca le habia hablado de amor. Nunca le habia hablado de matrimonio. Nunca le habia pedido que se mudara a Pagford. Sin embargo, alli estaba ella y, aunque Gavin no supiera explicarselo, lo hacia sentirse responsable.
Ahora, el reflejo de su rostro lo miraba fijamente desde el espejo desazogado. Tenia ojeras y el pelo, rubio y no muy espeso, reseco y encrespado. La bombilla desnuda que colgaba del techo iluminaba con crueldad forense su cara de chivo cansado.
«Treinta y cuatro anos —penso—, y aparento por lo menos cuarenta.»
Levanto la maquinilla de afeitar y sego con delicadeza los dos gruesos pelos rubios que crecian a ambos lados de su prominente nuez.
Golpes en la puerta del cuarto de bano. Gavin dio un respingo; se le fue la mano y la sangre que broto en su delgado cuello le salpico la camisa blanca.
—?Tu novio todavia no ha salido del cuarto de bano y yo voy a llegar tarde! —grito una furiosa voz femenina.
—?Ya voy! —grito Gavin a su vez.
El corte le dolia, pero ?que mas daba? Acababan de brindarle la excusa que necesitaba: «Mira lo que me ha hecho hacer tu hija. Ahora tendre que pasar por casa a cambiarme de camisa antes de ir al trabajo.» Casi de buen humor, cogio la chaqueta y la corbata que habia colgado en el gancho y abrio la puerta.
Gaia paso a su lado, cerro de un portazo y echo el cerrojo. Fuera, en el reducido rellano, donde apestaba a goma quemada, Gavin recordo los crujidos de la barata cama de pino de la noche anterior, el golpeteo del cabecero contra la pared, los gemidos y gritos de Kay. A veces era facil olvidar que su hija estaba en la casa.
Bajo apresuradamente la escalera sin enmoquetar. Kay le habia comentado que pensaba lijarla y barnizarla, pero, a juzgar por lo abandonado que tenia su piso de Londres, dudaba mucho que llegara a hacerlo. En realidad, estaba convencido de que ella confiaba en irse a vivir con el en un futuro no muy lejano, pero no iba a permitirlo; ese era su ultimo baluarte, y alli, llegado el caso, opondria resistencia.
—Pero ??que te has hecho?! —chillo Kay al ver la sangre en la camisa de Gavin. Llevaba un kimono rojo barato que a el no le gustaba, pero que le sentaba tan bien…
—Gaia se ha puesto a golpear la puerta, me ha dado un susto y me he cortado. Tendre que ir a casa a cambiarme.
—Pero ?si te he preparado el desayuno! —se apresuro a decir ella.
Entonces Gavin comprendio que no olia a goma quemada, sino a huevos revueltos. Unos huevos anemicos y demasiado hechos.
—No puedo, Kay. Tengo que cambiarme de camisa. Tengo una…
Pero ella ya habia empezado a servir cucharadas de aquella masa grumosa en los platos.
—Cinco minutos. Seguro que puedes…
El telefono movil, que Gavin tenia en el bolsillo de la chaqueta, emitio un fuerte zumbido. Lo saco y se pregunto si se atreveria a fingir que era un mensaje urgente.
—Dios mio —dijo, sinceramente horrorizado.
—?Que pasa?
—Barry. ?Barry Fairbrother! Se ha… ?hostia!, se ha… ?se ha muerto! Es un mensaje de Miles, ?joder, que fuerte!
Kay dejo la cuchara de madera.
—?Quien es Barry Fairbrother?
—Juego al squash con el. ?Solo tiene cuarenta y cuatro anos! ?Dios!
Releyo el mensaje de texto. Kay lo miraba desconcertada. Sabia que Miles era el socio de Gavin en el bufete, pero nunca los habian presentado. Para ella, Barry Fairbrother no era mas que un nombre.
Se oyo un fuerte estrepito en la escalera: Gaia bajaba a toda prisa.
—Huevos —constato, asomandose por la puerta de la cocina—. Como los que no me preparas a mi todas las mananas. Y gracias a este —anadio, dirigiendo una mirada asesina a la nuca de Gavin—, seguramente he perdido el maldito autobus.
—?Mira, si no hubieras pasado horas peinandote…! —le grito Kay a la espalda de su hija, que no le contesto, sino que se precipito por el pasillo, con la mochila rebotando contra las paredes, y cerro de un portazo al salir a la calle.
—Tengo que irme, Kay —dijo Gavin.
—Pero ?si ya estan listos! Come un poco antes de…
—Tengo que cambiarme de camisa. Mierda, ademas le hice el testamento a Barry, tendre que buscarlo. No, lo siento, he de marcharme. Es increible —anadio, releyendo una vez mas el mensaje de Miles—. No me lo puedo creer, el jueves pasado jugamos al squash. No puedo… ?Dios!
Habia muerto un hombre; Kay no podia decir nada sin quedar mal. Gavin le dio un beso rapido en los labios que ella no le devolvio y se retiro por el estrecho y oscuro pasillo.
—?Nos vere…?
—?Ya te llamare mas tarde! —la interrumpio el, fingiendo no haberla oido.
Cruzo la calle hacia su coche, a buen paso, aspirando el aire frio de la manana y sujetando mentalmente la noticia de la muerte de Barry como quien sujeta una ampolla de liquido volatil que no se atreve a agitar. Al girar la llave en el contacto, se imagino a las hijas gemelas de Barry tumbadas boca abajo en sus literas, llorando. Las habia visto asi, una cama encima de la otra, jugando con sus respectivas nintendos, al pasar por delante de la puerta de su dormitorio la ultima vez que lo habian invitado a cenar.
Los Fairbrother eran la pareja mas unida que conocia. Ya no volverian a invitarlo. Siempre le decia a Barry que era muy afortunado. Pues bien, por lo visto no lo era tanto.
Alguien caminaba por la acera hacia el; temiendo que fuera Gaia, con la intencion de abroncarlo o pedirle que la llevara al instituto, dio marcha atras demasiado bruscamente y golpeo el coche que tenia detras: el viejo Vauxhall Corsa de Kay. El transeunte llego a la altura de su ventanilla, y resulto ser una anciana escualida y renqueante con pantuflas. Sudoroso, Gavin maniobro hasta salir del estacionamiento. Al acelerar, miro por el retrovisor y vio a Gaia entrando otra vez en casa de Kay.
Le costaba respirar hondo y notaba una fuerte presion en el pecho. Hasta ese momento no habia sido consciente de que Barry Fairbrother era su mejor amigo.
VI
El autobus escolar habia llegado a los Prados, una urbanizacion que se extendia desordenadamente a las afueras de Yarvil. Casas grises y sucias, algunas con iniciales y obscenidades pintarrajeadas con espray; alguna que otra ventana cegada con tablones; antenas parabolicas y hierba sin cortar… Nada de todo aquello era mas digno de la atencion de Andrew que la abadia en ruinas de Pagford, recubierta de reluciente escarcha. En otros tiempos, a Andrew le habian intrigado e intimidado los Prados, pero la costumbre los habia convertido en algo normal y corriente.
Por las aceras pululaban ninos y adolescentes camino del instituto, muchos con camiseta de manga corta pese al frio. Andrew diviso a Krystal Weedon, una alumna que, por su apellido, era objeto de bromas y chanzas.[1] Iba caminando con desenvoltura, riendo a carcajadas, en medio