quito la gorra.

Y se quedo helado.

La sedosa melena de Rachel habia desaparecido, dejando en su lugar una cabeza rapada en la que se distinguia claramente la cicatriz de la operacion.

– Rachel, Dios mio -susurro Ben horrorizado por la dimension de lo que habia tenido que pasar.

Apretando aquella gorra ridicula contra su pecho, giro la silla para poder mirarla a los ojos, preparandose mientras lo hacia para odiarse a si mismo por haberla hecho llorar.

Pero habia olvidado que para Rachel llorar en publico era algo inaceptable. Y llorar delante de el equivaldria al desastre.

De modo que, tan regia como siempre, permanecia absolutamente tranquila, con la cabeza bien alta y dirigiendole una fiera mirada.

– Te… te odio.

Si, y el la creia. Se lo merecia incluso mas de lo que la propia Rachel sabia. Volvio a colocarle la gorra en la cabeza, rozando al hacerlo la calida piel de su cuello.

– Lo siento.

– Vete.

– Rachel…

– ?No! ?No me mires siquiera!

Su piel se habia enrojecido peligrosamente y Ben comprendio entonces que Rachel pensaba que la vision de su cabeza le habia repugnado.

– No, espera. Dios mio, Rachel… -tomo aire-. Mira, estoy horrorizado por lo que has tenido que pasar, no por el aspecto que tienes. Estas…

Deslumbrante, era lo unico que podia pensar mientras fijaba la mirada en aquellos enormes y adorables ojos. La veia valiente, encantadora y deseable. Pero Rachel nunca le creeria.

– Viva, Rachel, estas viva. ?Y no es eso lo unico que importa?

Rachel no dijo una sola palabra, pero su pecho se elevaba y descendia al ritmo de su agitada respiracion. Y, siendo un hombre debil, Ben fijaba en aquel pecho sus ojos, hechizado por los sorprendentemente sensuales monticulos de sus senos.

– Querias decir fea -susurro Rachel.

De la garganta de Ben escapo un gemido que no fue capaz de controlar.

– No, definitivamente, no era eso lo que queria decir -volvio a tomar aire y sacudio la cabeza-. Te equivocas, estas muy equivocada.

– Ahora vete.

Perseguido por aquellas dolorosamente familiares palabras, Ben juro suavemente, lucho contra los demonios que lo urgian a hacer exactamente lo que le pedia y volvio a colocar las manos sobre la silla.

– Vamonos de aqui.

– ?Adonde?

– A donde deberia haberte llevado en cuanto he llegado. A la cama.

Desde lo alto del piso de arriba, tumbada al borde de la escalera, Emily espiaba a sus padres. Aquel no habia sido el jubiloso encuentro que habia imaginado. Pero ya no era una nina. Sabia que la vida no tenia por que ser facil. Y todavia estaba a tiempo de arreglar aquello. Podia hacerlo. Si sus padres no se habian alegrado de volver a verse, ella intentaria hacerlos felices. Por dificil que pudiera parecer.

Durante toda su vida le habian dicho lo extraordinariamente inteligente que era. Ella adoraba esa palabra: «extraordinariamente», sobre todo porque cuando se miraba en el espejo lo unico que veia era aquel pelo rizado que ningun gel podia dominar, demasiadas pecas y una sonrisa estupida. ?Que tenia ella de extraordinario? Quiza cuando le crecieran los senos tuviera algo de lo que jactarse, pero, ?que ocurriria si nunca le crecian y al final tenia que operarse, como su tia Mel?

Su madre le decia que lo que tenia de extraordinario era su cerebro, que funcionaba como una maquina bien engrasada. Pues bien, ya habia hecho un buen uso de el consiguiendo que sus padres volvieran a estar juntos y no podia desperdiciar aquel esfuerzo.

Lo unico que tenia que conseguir era que volvieran a enamorarse. Desgraciadamente, sabia muy poco sobre aquel sentimiento en particular.

Desesperada, acababa de llamar su tia. Pensando que como Mel habia tenido tantos novios, podria darle muchisimas ideas, Emily le habia dicho que estaba pidiendo consejo para una amiga, pero Mel se habia echado a reir y le habia contestado que tanto sus amigas como ella todavia eran muy jovenes para el amor.

Gracias, tia Mel.

Abajo, en el cuarto de estar, su padre estaba empujando la silla de ruedas. Su rostro habia perdido parte de su habitual despreocupacion y habia cedido el paso a una tension que la estremecio.

?Que ocurriria? Bueno, ademas de todo lo que ya sabia que estaba pasando.

La expresion de su madre, tensa y malhumorada, no la sorprendia lo mas minimo. Sabia que iba a recibir un castigo serio. Probablemente tendria que lavar los platos durante un mes, quiza mas. Y seguramente tambien perderia el privilegio de la television. Pero quedarse sin sus apreciados reality shows y sin la MTV era un precio muy pequeno a pagar a cambio de que sus padres volvieran a enamorarse.

Cuando desaparecieron de su vista, Emily bajo por la barra de bomberos y aterrizo en medio del cuarto de estar, intentando ignorar el cosquilleo de culpabilidad que sentia en la boca del estomago. Porque, maldita fuera, si de verdad era tan especial como todo el mundo decia, entonces deberia saber que era lo mejor para sus padres. Y lo mejor para ellos era estar juntos, en el mismo continente. Ese era el motivo por el que le habia hablado a su padre de la situacion en la que se encontraba su madre. Le habia dicho a su tia Mel que habian contratado a una enfermera y le habia hecho creer a su madre que habia sido Mel la que habia conseguido una enfermera.

Y, una vez habia conseguido que todo el mundo hiciera lo que ella pretendia, lo unico que le quedaba por hacer era dejar que las cosas rodaran por si solas.

Manuel Asada estuvo arrastrandose por la selva brasilena durante dias hasta llegar por fin a sus dominios. El agotamiento y la falta de los lujos a los que estaba acostumbrado lo habian dejado muy debil. Llevaba demasiado tiempo viajando y apenas podia pensar, pero la vista de su antigua fortaleza le dio nuevas energias.

Habia sido localizada y posteriormente saqueada, por supuesto, gracias a Ben Asher. Las fuerzas de seguridad estaban persiguiendolo como a un animal. Malditos fueran todos ellos. Su casa era apenas una sombra de lo que habia sido. Los cristales de las ventanas habian desaparecido, el interior estaba destrozado, sucio, lleno de basura. Pero tambien por ello pagarian.

El hecho de haber podido llegar de nuevo hasta alli era un milagro. Se habia salvado por los pelos. Y toda aquella experiencia: la carcel, la huida, habian reavivado los recuerdos de una infancia sin dinero y sin amor.

Solo por eso ya podria matar.

Sus dominios, en otros tiempos rebosantes de actividad, parecian burlarse de el en el silencio de la cada vez mas oscura noche. Dios, odiaba el silencio y la oscuridad.

La mayor parte de sus subalternos habian sido tambien encarcelados. Dos de ellos estaban todavia temblando en los Estados Unidos, esperando sus instrucciones despues de haber fracasado en el atentado contra Rachel Wellers. Habia llegado el momento de volver a pensar en lo ocurrido. Por lo que sabia, aquella mujer habia sufrido mucho. A Asada le gustaba aquella situacion. Le gustaba mucho. Y pretendia que todos ellos tuvieran que sufrir incluso mas. Muy pronto conseguiria reorganizarse.

– Carlos, este lugar esta hecho un asco.

– Es que usted ha estado fuera mucho tiempo -el miedo hacia temblar la voz de Carlos.

Todo el mundo sabia lo que sentia Asada por la suciedad, hasta que punto lo enfurecia. Y el hecho de que hubiera sido tratado como un parasito en una repugnante celda no lo habia ayudado a mejorar. Y tampoco haber tenido que estar huyendo desde entonces.

No podian entrar en la casa, habia hombres vigilandola. Pero bajo aquella fortaleza, habia un bunker secreto. En otros momentos lo habian utilizado como almacen, pero en aquellas circunstancias se convertiria en su casa.

Carlos corrio ante el mientras se dirigian hacia la puerta escondida que conducia a un tramo de escaleras.

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