llegar.

– Debeis cambiaros de ropa, majestad -dijo lady Browne-. Y vosotras, ?que haceis ahi paradas? -espeto a las jovenes damas-. ?Traed el vestido y las joyas de la princesa!

El vestido que lady Ana debia lucir para recibir al rey habia sido confeccionado en tafetan de color rojo y encaje dorado y, a pesar de que seguia los patrones de moda alemanes, resultaba muy elegante. Sus damas le frotaron los brazos, el pecho y la espalda con agua caliente en la que habian disuelto unas gotas de esencia de rosas. Sabedoras de lo escrupuloso que era el rey, no deseaban que se disgustara al comprobar que el olor corporal de la princesa era algo mas fuerte de lo habitual. Cuando estuvo vestida, Nyssa trajo unos pendientes y una gargantilla de rubies y diamantes y el resto de las damas le recogieron el cabello en una redecilla dorada y le pusieron una caperuza de terciopelo bordada con perlas.

– El rey ya esta aqui, senora -anuncio Kate Carey.

La princesa fue acompanada al exterior y guino los ojos al recibir la luz del sol. La ayudaron a montar en un caballo palafren blanco como la nieve cubierto con terciopelo dorado y una silla de cuero blanco. Las monturas de sus lacayos estaban adornadas con un leon negro, emblema del escudo de Cleves, y Hans von Grafsteen abria la marcha portando un estandarte.

Ana salio al encuentro del rey Enrique, quien habia detenido su marcha y la saludo quitandose el sombrero y esbozando una amplia sonrisa. Por un momento, Ana de Cleves le vio como lo que habia sido una vez: el principe mas elegante y atractivo de toda la cristiandad. Le devolvio la sonrisa mientras Hans le traducia las frases de bienvenida del monarca. Complacida, comprobo que habia entendido algunas de sus palabras.

– Hans, saludare a su majestad en ingles y luego traduciras mis palabras de agradecimiento.

– Si, senora.

– Agradesco a su maguestad su caluroso resibi-miento -chapurreo Ana-. Prometo estar una buena esposa y madre.

Sorprendido, el rey enarco una ceja al oir el discurso de su futura esposa.

– Creia que esta mujer solo hablaba aleman.

– Su alteza esta aprendiendo ingles -explico Hans-. Lady Nyssa Wyndham y las otras damas le estan ensenando y su majestad esta haciendo grandes progresos.

– ?Ah, si? -replico el rey con sequedad. Recordando de repente que no estaban solos y que cientos de personas estaban pendientes de sus movimientos, se inclino y abrazo a la princesa.

Ambos sonrieron y saludaron a sus subditos antes de retirarse a otro de los pabellones precedidos por los trompeteros y seguidos por los consejeros del rey, el arzobispo y numerosos nobles ingleses y alemanes.

– Un caballo percheron -refunfuno el rey-. Voy a casarme con un caballo percheron.

La pareja real bebio una copa de vino y monto en un coche de caballos dorado que debia llevarles hasta Greenwich. Al lado de Ana se sento lady Lowe, el ama de cria de la princesa y la supervisora de las damas que la habian acompanado en su viaje de Cleves a Inglaterra. Tambien viajaba con ellas la condesa de Overstein, la esposa del embajador y les seguian los carruajes descubiertos que transportaban a las damas de la reina y al resto de personas a su servicio. Cerraba la marcha una carroza, regalo del rey Enrique, tirada por dos magnificos caballos bayos, decorada con terciopelo color carmesi y oro y conducida por los lacayos de la princesa, vestidos de negro y plata.

Los ciudadanos de Londres salieron a la calle a recibirles y el rio Tamesis se lleno de embarcaciones en las que se amontonaban los curiosos deseosos de aclamar a la nueva reina. Los entusiastas subditos engalanaron sus casas con colgaduras con los escudos de Inglaterra y Cleves mientras coros de ninos entonaban cantos de alabanza a la corona y de bienvenida a la princesa Ana.

Cuando la carroza de la princesa entro en el patio del palacio de Greenwich fue recibida con una salva de disparos. El rey beso a su prometida y pronuncio un breve discurso de bienvenida mientras la guardia real formaba y presentaba armas cuando la real pareja entro en el.palacio. Enrique Tudor condujo a lady Ana a sus habitaciones privadas y le aconsejo que descansara antes del banquete que debia celebrarse aquella noche.

Aunque la princesa Ana mantenia la serenidad, se sentia emocionada por el caluroso recibimiento dispensado por el pueblo de Londres.

– Son una gente estupenda, ?no te parece Hans?

– pregunto por cuarta vez-. Sin embargo, el rey sigue disgustado conmigo; lo se a pesar de que hace todo lo posible por disimular en mi presencia.

– ?Como podeis estar tan segura,, senora?

– Nunca he estado enamorada pero se que cuando un hombre ama a una mujer no rehuye su mirada

– respondio Ana de Cleves esbozando una sonrisa triste-. Ese Holbein ha enganado a todo el mundo y el rey esta enamorado del retrato de una dama que en nada se parece a mi. Se casa conmigo solo por razones politicas: si no fuera porque se muere de ganas de fastidiar al rey de Francia y al emperador de Roma no dudaria en enviarme de vuelta a Cleves.

Si Enrique Tudor hubiera podido leer los pensamientos de su perspicaz prometida se habria quedado de piedra, pero estaba demasiado ocupado lamentandose y buscando la manera de librarse de la princesa. La muchacha no era como el esperaba y no la veia con los buenos ojos de aquellos que trataban de consolarle y dorarle la pildora. En cuanto a el, se tenia por un hombre joven, atractivo y jovial y deseaba una novia con las mismas cualidades.

Por esta razon, despues del banquete celebrado en honor de la princesa Ana aquella misma noche corrio en busca de su primer ministro.

– Lady Ana es una dama de reputacion y pasado intachables -suspiro Cromwell negando con la cabeza-. Y el pueblo la quiere. Me temo que no hay nada que hacer.

– Entonces, ?los abogados no han dado con una solucion?

Thomas Cromwell volvio a negar con la cabeza. Sabia que su vida corria peligro y empezaba a preocuparse. Mientras un escalofrio recorria su espalda recordo a su predecesor, el cardenal Wolsey, a quien el rey habia culpado por no conseguir la colaboracion de la reina Catalina de Aragon en el asunto de su divorcio. Si no hubiera muerto de camino a Londres habria sido ejecutado por el mismisimo Enrique Tudor.

El cardenal habia tratado de aplacar la ira del rey ofreciendole el palacio de Hampton Court, pero ni siquiera un regalo tan valioso habia bastado para hacerse perdonar. Los ojos de Enrique Tudor brillaban con la misma intensidad que lo habian hecho entonces y, por primera vez en su vida, el primer ministro, que se sabia el causante del enojo de su monarca, no sabia que hacer. La capacidad del rey de inventar las mas refinadas formas de vengarse de sus enemigos era de sobras conocida, por lo que Cromwell se dijo que, si habia llegado su hora, preferia una muerte rapida y sencilla.

Enrique Tudor despidio a sus consejeros con brusquedad y se retiro a sus habitaciones. Se sirvio una copa de vino, se desplomo en un sillon y reflexiono mientras bebia.

– Pareceis un leon con una espina clavada en la pata, Hal -dijo Will Somers, su bufon, arrodillandose junto a el. Margot, la monita de cara arrugada que siempre le acompanaba, se acurruco entre sus brazos. Era muy vieja, empezaba a perder pelo y el poco que conservaba estaba salpicado de hebras grises. Emitio un suave grunido y miro a su amo en busca de unas palabras amables.

– Aparta a ese animal repugnante de mi vista -refunfuno Enrique Tudor.

– A la pobrecilla solo le quedan unos pocos dientes -repuso Will acariciando el lomo de su mascota.

– Aunque no le quedara mas que uno, se las arreglaria para morderme una mano. Me siento tan desgraciado, Will -suspiro, apesadumbrado-. Me han enganado.

– Es cierto que la princesa no se parece en nada a la joven del retrato -contesto Will, que sabia que era inutil discutir con el monarca cuando este se disgustaba-. Sin embargo, parece una mujer digna y bondadosa.

– Si pudiera encontrar la forma de librarme de ella… -murmuro el rey-. ?Es igual que una yegua deFlandes!

– En efecto. Lady Ana es una mujer alta, pero estoy seguro de que os gustara mirarla directamente a los ojos; es ancha pero no esta gruesa. Con vuestro permiso, majestad, los anos tambien han pasado por vos y ya no sois el apuesto principe que cautivaba a las mujeres hace algunos anos. Deberiais sentiros satisfecho por tener como prometida a una mujer como lady Ana.

– Si pudiera mandarla de vuelta a Cleves… -dijo el rey haciendo caso omiso de las palabras de su bufon.

– Un acto tan indigno no seria propio de vos, Hal. Teneis fama de ser el caballero mas galante de toda Europa y no quisiera tener que avergonzarme de serviros. La pobre princesa esta lejos de su hogar, en una tierra

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