– Esta asustada.

– Pues nadie lo diria.

– Nunca mostrara su miedo en publico -contesto Nyssa-. Recordad que es una Howard.

Enrique Manox, el profesor de musica de Catherine, fue interrogado por el Consejo y no oculto que habia tratado de seducir a la reina cuando esta tenia doce anos y medio.

– Estaba muy desarrollada para ser una nina de tan corta edad -dijo-. ?Deberian haberla visto, senores! Tenia los pechos de una mujer de dieciseis anos.

– ?Estuvisteis juntos? -pregunto el duque de Suffolk-. Quiero decir juntos en el sentido biblico. ?Quiero la verdad! Vuestra vida esta en juego.

– No -contesto Manox negando con la cabeza-. Yo fui el primer hombre que la toco, pero no quise precipitarme porque era muy joven e inexperta. Iniciar a una mujer es como poner por primera vez una brida a una yegua: debe hacerse con mucho cuidado. Pero cuando la tenia a punto de caramelo aparecio ese maldito Dereham y termino el trabajo que yo habia iniciado. ?Con la cantidad de tiempo y esfuerzo que tuve que emplear en esa jovencita! -se lamento-. A pesar de su traicion, no me habria importado compartirla con el. La buena de Cat era una mujer muy apasionada. Trate de deshacerme de el con la esperanza de que Catherine volviera a mi, pero fracase. Fui a ver a la duquesa y le dije que si visitaba el dormitorio de Catherine a medianoche descubriria algo que la escandalizaria y la sorprenderia.

– ?Y lo hizo?

– No -respondio Enrique Manox-. Me dio una bofetada, me dijo que no era mas que un botarate y amenazo con echarme de su casa si volvia a irle con cuentos sobre las muchachas. No tuve mas remedio que retirarme y aceptar mi derrota.

Thomas Howard se mordio el labio inferior e hizo una mueca de desaprobacion al pensar cuan irresponsable habia sido su madrastra. El Consejo decidio que Enrique Manox no era el hombre que buscaban y que no tenia sentido retenerle durante mas tiempo. El joven fue liberado al dia siguiente y nunca mas se volvio a saber de el.

La siguiente testigo llamada a declarar fue Katheri-ne Tylney, una camarera que habia servido a la reina antes y despues de su ascension al trono y parienta lejana de esta.

– Conoceis a Catherine Howard desde hace mucho tiempo, ?verdad? -le pregunto el duque de Suffolk.

– Asi es -contesto ella-. La conozco desde que vivia en Horsham. Naturalmente, ella era una Howard y estaba por encima mio, asi que me puse muy contenta cuando fui escogida para acompanarla a Lambeth.

– ?Como era Catherine Howard?

– Muy testaruda -respondio la camarera sin vacilar-. Era de esas personas que no desisten hasta salirse con la suya. Tenia un corazon de oro, pero era testaruda como una muia.

– Habladme del viaje del pasado verano.

– No comprendo vuestra pregunta -repuso la senora Tylney-. ?A que os referis exactamente?

– ?Cambio su relacion con el rey durante esos meses? -inquirio el duque de Suffolk-. ?Diriais que se comportaba como una buena esposa? ?Sospechasteis en algun momento que enganaba a su majestad?

– Lady Catherine empezo a comportarse de una forma muy extrana hacia la primavera -recordo la camarera-. Cuando la caravana llego a Lincoln, todo el mundo se instalo en el campamento, excepto sus majestades, que se alojaron en el castillo. La reina solia abandonar su habitacion hacia las once de la noche y no regresaba hasta las cuatro o las cinco de la madrugada.

– ?Sabeis donde pasaba la noche? -inquirio el duque de Suffolk mientras sus companeros se inclinaban y aguzaban el oido.

_La primera vez que su majestad abandono su habitacion, lo hizo acompanada de Margaret Morton y de una servidora. Cuando llegamos a las habitaciones de lady Rochford, nos ordeno volver a la cama pero nosotras la vimos llamar a la puerta y cerrarla con llave. La segunda vez solo la acompane yo y me ordeno que la esperara en la habitacion de la doncella de lady Rochford. Hacia mucho frio y no salio hasta las cinco de la madrugada.

– ?Estaba lady Rochford en la habitacion con la reina? -pregunto el obispo Gardiner.

– No lo se, senor. La reina confiaba en mi mas que en las demas y me utilizaba como correo. Ella y lady Rochford se enviaban mensajes que no tenian pies ni cabeza.

– ?Es posible que su majestad se viera con el senor Dereham? -inquirio el conde de Suffolk.

– No, senor. El senor Dereham no aparecio hasta que la caravana llego a Pontefract.

– ?Hablasteis con alguien sobre el extrano comportamiento de la reina? -quiso saber el duque de Norfolk.

Katherine Tylney miro a Thomas Howard como si se hubiera vuelto loco.

– No, senor. ?A quien se lo iba a decir? ?Al rey, quiza? ?Y que podia decirle? ?Que sospechaba que su esposa le enganaba? Yo solo soy una camarera, una sirvienta. ?Quien soy yo para criticar a la reina? Nadie me habria creido.

– Gracias, senora Tylney -dijo el conde de Suffolk-. Podeis retiraros, pero quiza volvamos a llamaros a declarar.

Katherine Tylney se despidio de los miembros del Consejo con una reverencia y se retiro a su habitacion.

– ?Que os ha parecido, caballeros?

– Parece claro que la reina se trae algo entre manos -opino el conde de Southampton.

– ?Pero que? -se pregunto lord Russell-. ?Y por que?

– No existe ninguna duda sobre el que -respondio lord Audley-. Solo nos falta averiguar con quien.

– Creo que conozco la respuesta a vuestra pregunta -intervino el arzobispo Cranmer-. No tengo pruebas, pero sospecho que Tom Culpeper es nuestro hombre. La reina le aprecia mucho y acompano a sus majestades durante los cuatro meses que duro el viaje. Estando al servicio del rey, sabia perfectamente cuando habia moros en la costa y cuando podia visitar a la reina sin miedo a ser sorprendido.

– ?Por el amor de Dios, Cranmer! -exclamo Tho-mas Howard-. Culpeper llego a palacio cuando solo era un pequeno paje y fue criado por el rey. Su majestad le quiere como a un hijo. ?Es imposible que Tom Culpeper sea nuestro hombre!

– Yo solo he dicho que sospecho de el, pero que no tengo pruebas -repitio el arzobispo.

– ?Que os ha hecho sospechar de el?

– Vuestra sobrina.

nos

– Sera mejor que continuemos con los interrogato-intervino el duque de Suffolk, que barruntaba tormenta-. La proxima testigo es Margaret Morton, otra de las camareras de la reina. Hacedla entrar, por favor -ordeno al guardia.

Margaret Morton era una mujer mucho mas gruesa y bastante menos atractiva que Katherine Tylney que entro en la sala dandose importancia y saludo a los miembros del Consejo con una reverencia.

– ?En que puedo ayudaros, senores? -inquirio sin esperar a ser preguntada.

– La senora Tylney nos ha hablado de las escapadas nocturnas de su majestad… -empezo el duque de Suffolk.

– ?Oh, si! -le interrumpio la camarera-. Todo el mundo sabia que su majestad y lady Rochford se traian algo entre manos. Se daban recaditos al oido y se enviaban mensajes ininteligibles. Lady Rochford tambien llevaba y traia notas escritas.

– Habladnos de lo sucedido una noche en el castillo de Lincoln.

– No fue solo aquella noche; tambien ocurrio en York y en Pontefract, senores -aseguro la senora Morton-. Nosotras las doncellas de la reina soliamos entrar y salir de sus habitaciones libremente, pero un dia su majestad puso el grito en el cielo cuando la senora Lufflyn entro en su dormitorio sin llamar. La echo de alli con cajas destempladas y nos prohibio volver a entrar sin pedir permiso. Aquella noche se encerro en su habitacion con lady Rochford -anadio bajando la voz para atraer la atencion del Consejo-. Cerraron la puerta por dentro y la atrancaron, pero ?que diriais que ocurrio? ?El mismisimo Enrique Tu-dor trato de entrar! Supongo que deseaba pasar la noche con ella. No quiero parecer irrespetuosa pero ?tendrian que haberle visto aporreando la puerta en camison y gorro de dormir! -dijo con una risita antes de hacer una pausa para comprobar el efecto que su historia producia en el Consejo-. En fin, su majestad empezo a golpear la puerta y lady Rochford pregunto quien era. Nosotras contestamos que su majestad deseaba ver a la reina y lady Rochford ordeno que esperaramos un

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