dentro de ella unas leves contracciones, pero el aun no estaba listo. Retiro despacio el miembro y se detuvo.

– ?Oh, Crispin, no! -suplico Philippa-. ?Te necesito, te necesito!

– Espera un segundo, pequena.

Beso sus dulces labios con creciente ardor y volvio a moverse dentro de ella. Las humedas paredes de su femineidad se contraian y lo estrujaban con fuerza, provocandole un placer casi doloroso.

Philippa creyo que moriria de frustracion cuando se interrumpio el amoroso acto. Pero los fogosos besos y la nueva embestida de su esposo reavivaron rapidamente su deseo. La tormenta volvio a cernirse, haciendose cada vez mas densa y cercando a los amantes hasta estallar sobre ellos con toda su furia. El conde cayo desplomado encima de Philippa, que se dio cuenta de que la dura madera lastimaba sus hombros, espalda y nalgas.

– ?Sal de encima mio! -grito riendo-. Por culpa de tus jueguitos perversos, tendre que tomar otro bano.

Crispin emitio un grunido. Se sentia exhausto. Las piernas estaban inertes. Cuando recibio un fuerte empujon, logro ponerse de pie.

– ?Por Dios, mujer! -se quejo-.Vas a matarme con tus exigencias constantes.

– ??Mis exigencias!? -Philippa se sento y luego se bajo de la mesa-. Estas muy equivocado, milord. ?Eres tu el insaciable!

– No, no. Mira esos adorables senos que tienes, mira como me senalan. ?No ves que me estan rogando que los acaricie? -Agacho la cabeza y beso uno de los pezones.

– Eres un depravado, milord -lo reto en broma. Luego se metio en la banera y se lavo hasta que no quedaran vestigios de la pasion-. Trae el caldero para calentar el agua. Esta demasiado fria para ti.

– Llama a Lucy y dile que puede irse a dormir -susurro el conde cuando ambos estuvieron en la alcoba.

– Partimos bien temprano. Antes de acostarte, guarda la banera ordeno Philippa a su doncella, que salio presurosa.

– Ven a la cama -dijo Crispin, somnoliento.

La joven se quito la camisa, se metio en la cama y sonrio cuando el la abrazo. Sabia que estaba dormido y que en cualquier momento comenzaria a roncar. Pero a mitad de la noche, el caballero se desperto e hizo el amor apasionadamente con su mujer.

– No podremos hacerlo hasta llegar a Francia -murmuro.

– Tu fogosidad asombraria al rey y la reina, milord.

En pocas semanas habian desaparecido sus temores de unirse con su esposo. Desde el principio, habia sido una experiencia de lo mas placentera. Obviamente, la reina no opinaba lo mismo, aunque nunca habia dicho una palabra al respecto. Philippa se pregunto si todas las mujeres gozaban tanto como ella en la cama.

El dia siguiente amanecio despejado y calido. Era 24 de mayo. Partieron antes del alba y vieron la salida del sol mientras cabalgaban rumbo a Canterbury, donde se reunirian con la corte. Cuanto mas se acercaban a la ciudad, mas atestados se hallaban los caminos. Llegaron a destino y se dirigieron a la pequena posada The Swan, donde lord Cambridge les habia reservado habitaciones.

El emperador aun no habia llegado, pero su arribo era inminente. Philippa se presento ante la reina, que se alegro de verla.

– ?Eres feliz, hija mia?

– Muy feliz. Pero ya estoy lista para volver a mi puesto, Su Alteza.

– Cuando regresemos de Francia, ya no estaras a mi servicio. No me faltaran mujeres que me asistan, pequena, y si bien has sido tan leal a los Tudor como tu difunto padre, ahora tu deber principal es darle un heredero a tu esposo. Es un requisito fundamental para la felicidad del matrimonio; nadie lo sabe mejor que yo, hija mia.

– ?Pero, Su Alteza, yo quiero servirla siempre!

– Lo se, querida. Una de las gracias que Dios me ha concedido es el amor que tu y tu buena madre me han brindado. Pero, como Rosamund, debes seguir tu propio camino. Siempre seras bienvenida en la corte, por supuesto, pero tu obligacion, y lo sabes muy bien, es formar una familia.

– ?Oh, senora, me siento tan desconsolada! -sollozo Philippa-. Si hubiera sabido que tenia que renunciar a la corte, jamas me habria casado.

– ?Pamplinas! -rio la reina-. Las mujeres se casan o se ordenan monjas, no hay otra opcion. Y tu no eres carne de convento, pequena, pese a las solemnes declaraciones que hiciste el ano pasado. Como tu madre, estas hecha para ser esposa y tener una familia. Ahora, secate esas lagrimas. Eres una de las damas mas bellas de la corte y quiero que estes a mi lado cuando saludemos a mi sobrino, el emperador Carlos V.

– Muy bien, senora.

Cuando se encontro con su esposo a la noche, le conto con enojo la decision de la soberana.

– Lo lamento, pero la reina piensa que eso es lo mejor para ti. Es una suerte que gocemos de su amistad, Philippa. Si tenemos una hija, tal vez algun dia se convierta en dama de honor de Catalina o de la princesa Maria.

– De todos modos, podemos seguir yendo a la corte. Iremos para Navidad, ?verdad?

– Lo decidiremos luego de visitar a tu familia en el norte. Si quedaras embarazada, no te haria nada bien el ajetreo del viaje. No podria soportar que te pasara algo, pequena.

– ?Por que? ?Si ya posees las tierras que tanto deseabas! -le espeto Philippa con crueldad.

– Porque considero que eres tan valiosa como esas tierras -repuso sin alzar la voz.

La joven se sorprendio ante la respuesta.

– ?Acaso te has enamorado de mi?

– No lo se. Estamos empezando a conocernos. ?Y tu, Philippa, crees que algun dia podras amarme?

Se quedo meditando un largo rato y luego contesto:

– No lo se. He visto como el amor puede elevarte a alturas celestiales y al mismo tiempo hundirte en el dolor mas profundo. Crei amar a Giles FitzHugh, pero, obviamente, estaba equivocada, pues hace rato que lo he borrado de mi memoria y de mi corazon.

– ?Me amaras algun dia, Philippa? -volvio a preguntar el conde.

– No lo se. Estamos empezando a conocernos, Crispin.

– Eres una mujer dificil -rio St. Claire.

Philippa se entero de que la princesa Maria no viajaria con sus padres para encontrarse con su prometido, el delfin de Francia. La princesita se quedaria en el palacio de Richmond, bajo la tutela del duque de Norfolk y el obispo Foxe, que tambien compartiria la responsabilidad del gobierno. Enrique y Catalina se dirigieron a la costa. El 22 de mayo pernoctaron en el castillo de Leeds y el 24 llegaron a Canterbury, ya avanzada la tarde. Dos dias despues, arribo finalmente el emperador Carlos V con su flota. La armada inglesa, que lo estaba aguardando en el estrecho de Dover, lo recibio con una salva de canonazos.

El conde y la condesa de Witton habian cabalgado hasta Dover al enterarse del inminente desembarco del emperador. Mezclados con la multitud, vieron como Carlos V avanzaba bajo un dosel con el blason del Imperio: un aguila negra sobre un pano de oro. El obeso y altivo cardenal Wolsey, ataviado con su capa purpura, se acerco al ilustre visitante y se inclino sin dejar de sonreir un segundo. Debido al griterio de la muchedumbre, Philippa y Crispin no alcanzaron a escuchar sus palabras, pero sabian que el cardenal escoltaria al emperador al castillo de Dover, donde pasaria la noche.

El rey, que no habia sido informado de la llegada de su sobrino con tanta premura como el cardenal Wolsey, arribo a Dover a la manana del dia siguiente, que era domingo de Pentecostes. Tras saludar al emperador, lo escolto hasta Canterbury. A medida que avanzaban por la ruta, multitudes de subditos ingleses vitoreaban al rey Enrique y a Carlos, y manifestaban su aversion a los franceses.

En la catedral, los soberanos asistieron a una misa solemne en la que no solo se celebro la festividad religiosa, sino tambien la augusta visita del emperador. Despues del oficio, se trasladaron al palacio del arzobispo Warham, donde el cortejo real aguardaba con ansiedad al emperador. Carlos V finalmente conoceria a su tia, Catalina de Aragon.

Cuando el rey y el emperador aparecieron en las puertas del palacio, todos los cortesanos se agolparon en el vestibulo para saludarlos. Luego, las damas escoltaron a los regios caballeros a lo largo de un corredor flanqueado por veinte pajes de la reina vestidos con trajes de brocado dorado y saten carmesi. Cuando llegaron al pie de una amplia escalinata de marmol, el emperador vio a la reina sentada en su trono. Vestia una capa confeccionada con hilos de oro y ribeteada en armino, y en el cuello lucia un collar de gruesas perlas de varias vueltas. Catalina lo acogio con una carinosa sonrisa. Carlos noto que no tenia la belleza de su madre, Juana, y que

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