– Si, milady. Si el conde se enterara, me echaria a patadas a Cumbria, y me gusta el sur tanto como a usted. Si volviera, me obligarian a casarme con el hijo de un granjero y me quedaria estancada en el norte para siempre. Le reitero: no soy como mi hermana, feliz con su marido y sus hijos.
– Pero cuando tenga hijos, nos quedaremos varadas en Brierewode -Philippa quiso inquietar a su doncella, pero no lo logro.
– Dele uno o dos hijos y vera como la deja regresar a la corte. Todo saldra bien.
Philippa asintio.
– ?Sabias que el tio Thomas alquilo un barco para nosotros? Navegaremos junto con la flota real y la reina me ha pedido que lleve conmigo a varias damas de honor. Izaremos nuestro propio pabellon y no tendremos que andar mendigando un lugar para dormir.
– Al menos viajaremos comodas a ese pais extrano. Nunca subi a un barco, milady, pero, si mi hermana Annie cruzo el mar en barco, yo tambien lo hare, aunque me de un poco de miedo.
A Philippa le gustaba galopar por las tierras de su marido y cada dia se sentia mas relajada y a gusto. Ya hacia bastante tiempo que habia dejado la corte. Crispin cumplia con diligencia sus deberes de terrateniente y de esposo. Y Philippa disfrutaba tanto de sus caricias que la entristecia un poco tener que dejar Brierewode para reunirse con la corte en Dover.
El sobrino de la reina visitaria el palacio justo antes del ansiado viaje a Francia. Las damas y los caballeros que integraban la comitiva real debian estar en Dover para saludar a Carlos V. El emperador, hijo de la difunta hermana de Catalina, contaba apenas veinte anos de edad y no conocia a su tia. No se llevaba bien con el rey frances, pues Francisco, al igual que Enrique, habia aspirado al trono del Imperio y se habia opuesto a la eleccion de Carlos de Espana.
Partieron de Brierewode una lluviosa manana de mayo. Philippa se sentia de lo mas excitada.
– Nos veremos en otono, antes de ir al palacio para las fiestas navidenas -dijo a Marian.
El ama de llaves asintio y sonrio. Era imposible no simpatizar con una muchacha tan amable y encantadora como Philippa, pero, en su opinion, viajaba demasiado. ?Cuando se quedaria en la casa a hacer lo debia?
– ?Buen viaje, milady y milord! -exclamo.
Primero fueron a Londres y se alojaron en la residencia de Thomas Bolton, donde Lucy los estaba esperando.
– Lord Cambridge mando hacer unos vestidos hermosos para usted, milady -susurro la doncella, exaltada-, y tambien trajes para el senor que ya guarde en un baul aparte. Tambien empaque sus joyas. Sera un acontecimiento extraordinario; todo el mundo habla de eso. La cena va a ser sencilla, porque tuve que prepararla yo misma. La servidumbre en pleno se marcho a Otterly con lord Cambridge.
– Sirvenos la cena en nuestros aposentos. Supongo que tendre que olvidarme del bano, ya que no hay quien cargue los baldes de agua. ?No se como hare para quitarme el maldito polvo del camino!
– Puedo colocar una pequena banera en la cocina.
– Peter y yo la llenaremos con el agua del pozo -propuso el conde, que habia escuchado la conversacion.
– ?Oh, gracias, milord! -se alegro Lucy.
Crispin St. Claire enlazo la cintura de su esposa con sus brazos.
– Te frotare la espalda -dijo en tono lascivo.
– Y yo frotare la tuya porque vamos a banarnos juntos, milord. Conozco esa mirada, Crispin, pero no me acostare con un hombre mugriento y con olor a caballo.
– ?Que fastidiosa! Jamas conoci una mujer tan obsesiva de la higiene, aunque tampoco conoci una mujer que huela tan dulce como tu, pequena. Dudo que tengamos la suerte de banarnos en Francia.
– Dondequiera que vaya, debo tener mi bano. Muchas de mis companeras usan perfume para tapar la hediondez, pero mi nariz es muy sensible y la detecta enseguida.
– Ire a buscar el agua. ?Peter!
Amo y criado llenaron dos grandes calderos y Lucy los puso sobre el fuego.
– El agua tardara en calentarse, milady.
Lucy corria agitada de un lado a otro. Coloco platos y jarros de peltre sobre la mesa de la cocina. Lleno un recipiente con mantequilla, saco el pan del horno, busco una tabla de madera y un cuchillo, y puso todo sobre la mesa. Luego le pidio a Peter que trajera una jarra de cidra de la alacena y llenara las copas. Tomo un cucharon y sirvio dos platos del suculento guiso, que constaba de trozos de carne, puerros y zanahorias sumergidos en una salsa a base de vino.
– ?Por favor, sientense! -invito el conde a los criados-. No se queden esperando, porque se les va a enfriar la comida.
– Gracias, milord -replico Peter mientras la doncella agregaba dos platos y dos jarros a la mesa.
Mientras comian se oia como el agua de los calderos empezaba a hervir. Philippa mojo con pan los restos de la salsa y espero que los demas terminaran. Cuando finalizaron de comer, Peter se puso de pie.
– Con su permiso, milady, voy a llenar la banera.
– ?Controla la temperatura! -indico Lucy mientras llevaba la vajilla al fregadero de piedra-. Milord, por favor, ?seria tan amable de llenar un balde con agua fria? Y tu, Peter, cuando termines con la banera, ve a los establos y trae la olla que les dejamos a los guardias.
Por fin, el bano estaba listo. Peter habia regresado a los establos para hacerles compania a los hombres armados. El conde habia dado permiso a Lucy para retirarse. Philippa estaba feliz en su banera y Crispin la observaba, disfrutandola.
– ?El cepillo, milord! -pidio Philippa, sacando al conde de su ensimismamiento-. ?No dijiste que me frotarias la espalda?
El se arrodillo, tomo el cepillo, y comenzo a frotarle la espalda.
– ?Que pena que no haya lugar para los dos! -le murmuro al oido y le beso el lobulo de la oreja- Me encanta banarme contigo, Philippa.
Ella solto una risita.
– Cuando te banas conmigo me enredas entre tus piernas.
– Te hare el amor esta noche.
– Tenemos que madrugar manana.
– Pero no podremos retozar hasta llegar a Francia. Ademas, tu odias las posadas publicas.
– Le pedire a Lucy que vierta mas agua. ?Detente, Crispin, mi espalda es muy sensible!
Crispin la enjuago con suavidad hasta que desaparecio toda la espuma de su piel. Cuando salio de la banera, la abrazo.
– Crispin, no -lo regano, al observar el bulto en su entrepierna.
– No pienso esperar un minuto mas, pequena.
Se quito la camisa y el resto de las prendas y la fue empujando hasta la mesa. Aferro su rostro con las manos y le dio un imperioso beso.
– ?Crispin! -protesto una vez mas-. ?Los criados!
– Peter esta jugando a los dados con los guardias y dormira en los establos. Lucy esta en el piso de arriba y no vendra a menos que la llamemos.
Con su virilidad liberada de toda coercion, se preparo para el lujurioso arrebato. Tendida sobre la gran mesa de la cocina, Philippa enlazo sus piernas en la cintura del conde y el hundio su espada en un solo movimiento, suave pero certero. Ella lo estrujo en sus brazos y emitio un profundo suspiro.
– ?Ay, mi condesa, creo que estoy agonizando! Ninguna mujer me ha hecho gozar tanto como tu.
– Entonces, estaras muy feliz de que sea de tu esposa, Crispin.
Philippa gemia, colmada por esa virilidad anhelante. Los pezones estaban duros como puas por el roce constante del solido torso del conde contra ella. Arqueo su cuerpo para que el pudiera llegar hasta lo mas recondito de su ser. Crispin la poseia de una forma que la enloquecia de placer. Presa de una pasion ardiente y estremecedora, echo la cabeza hacia atras y sintio como unos labios humedos e impetuosos recorrian su delicado cuello, desde la base hasta el menton. Philippa deslizo los dedos por la espalda del conde, aranandolo suavemente al principio y luego, a medida que aumentaba su excitacion, hundiendo sus garras con mas vigor.
El conde tomo las manos de Philippa y las coloco en torno a su cabeza.
– ?Quieres dejarme tus marcas, pequena? -gruno Crispin y le beso la oreja. Movia sus caderas hacia adelante y hacia atras, cada vez mas excitado por los gemidos y quejidos que brotaban de la garganta de su esposa. Sintio