Pasaron por el gran castillo de Windsor, cuyas torres y almenas se alzaban sobre el Tamesis. Philippa siempre habia admirado su magnificencia, pero desde el rio le resultaba aun mas imponente y amenazador. Recordo las partidas de caza en las que habia participado durante los meses de otono. Cuando dejaron atras el castillo de Windsor, diviso las hermosas colinas de Chiltern. Llegaron a la posada King's Head poco despues de la puesta del sol. El cielo seguia iluminado, pues la noche caia muy tarde en primavera.

Lucy y Peter, el lacayo del conde, los estaban esperando. Lord Cambridge habia reservado toda un ala de la posada, que constaba de una inmensa alcoba para los recien casados, dos pequenos cuartos destinados a los sirvientes y un comedor privado. Los remeros cenarian en la cocina y pasarian la noche en los establos.

– La cena fue ordenada previamente por lord Cambridge, milord -anuncio Peter a su amo.

– Dile al posadero que nos sirva, entonces. Ha sido un dia muy largo y la dama esta ansiosa por retirarse a las habitaciones a descansar.

– Si, milord.

Lucy habia acompanado a su ama a la alcoba para que se refrescara.

– El viaje no fue nada malo, milady. El tal Pedro resulto ser un buen hombre y una agradable compania.

– Tendrias que haber visto Windsor desde el Tamesis -comento Philippa-. Parece el doble de grande, o mas. Me sentia diminuta en un barquito minusculo. Todo se ve diferente desde el rio. Tio Thomas tuvo una idea brillante y siempre se lo voy a agradecer. -Se lavo la cara y las manos. Cuando termino, le dijo a su doncella-: Ve a cenar ahora y luego me ayudas a prepararme para la cama, ?de acuerdo?

– Gracias, milady -replico Lucy haciendo una reverencia. Acompano a Philippa al comedor privado y luego desaparecio, seguida por Peter.

Al rato se presento el dueno de la posada, escoltado por tres jovenes sirvientas que cargaban tres bandejas enormes. Crispin St. Claire rio para sus adentros al ver la cena. Lord Cambridge no habia sido muy sutil en la eleccion del menu: ostras para el caballero y esparragos verdes en salsa de limon para la dama. Echo una mirada a Philippa y vio como chupaba los carnosos tallos y se lamia los labios con fruicion.

– ?Me encantan los esparragos! -exclamo la flamante esposa con gran entusiasmo-. ?Que dulce es el tio Tom que se acordo de este detalle!

Philippa no tenia idea de como ese plato inocente estaba afectando a su marido.

– Milord encontrara una tarta de manzanas con crema sobre aquella mesa -indico el posadero al conde. Luego, le presento sus respetos y, azuzando a las criadas, salio de la habitacion y cerro la puerta.

Crispin y Philippa se echaron a reir.

– Como se nota que el tio Tom anduvo por aqui. Estoy segura de que vino en persona y abrumo al pobre hombre con miles de instrucciones.

– Y no nos defraudo, pequena. El menu fue perfecto y la comida, deliciosa. Ojala nos atiendan asi en todas las posadas.

– Seguro que si -replico Philippa. Conocia muy bien a Thomas Bolton y sentia que, segundo a segundo, aumentaba la enorme deuda que tenia con el y que jamas podria pagarle. Gracias a el habia conocido al conde, con quien disfrutaba de los placeres de la cama. Ademas, Crispin era un hombre bondadoso.

Sin embargo, sospechaba que el conde no compartia del todo su devocion por servir a la reina. Rezo en silencio y rogo a Dios que Crispin lograra comprenderla.

Cuando terminaron de comer, aun no habia anochecido. El sonido de flautas, tambores y cimbalos inundo la estancia. Se acercaron a la ventana y vieron que habian instalado un Palo de Mayo en la plaza de la aldea. Las parejas se estaban preparando para comenzar el baile. Philippa miro suplicante a su esposo y el asintio con la cabeza. En el corredor de sus apartamentos habia una puerta que comunicaba con el exterior. Tomados de la mano, salieron para ver a los jovenes danzando alrededor del poste engalanado con coloridas cintas que los bailarines enredaban con sus saltos y piruetas. Era el final perfecto de un dia perfecto.

El conde volvio a hacerle el amor esa noche, luego de convencerla de que nadie podria oirlos, pues sus habitaciones se hallaban en el extremo mas alejado de la posada. Crispin fue tierno y carinoso.

Cuando finalmente llegaron a Oxford, con su bullicio y ajetreo, Philippa se alegro: la ciudad le resultaba vivificante, incluso mas que Londres. La posada elegida por lord Cambridge quedaba sobre el camino que conducia a Brierewode.

– Tendremos que salir al amanecer -anuncio el conde.

– De acuerdo, milord. Se que estas ansioso por llegar y yo muero de curiosidad por conocer mi nuevo hogar.

– Te encantara.

Philippa le sonrio, pero dudaba de que fuera a gustarle. 'Sera otra finca en medio del campo -penso-. No es la corte. Me aburrire enseguida. Por suerte, en un par de semanas volveremos a reunimos con el rey y la reina'.

Por primera vez desde el 30 de abril, el dia amanecio gris y nublado, aunque no llovia. Partieron de Oxford bajo una luz mortecina. Los acompanaba una tropa de guardias armados que habian contratado en Henley. Lucy y Peter iban en la retaguardia, junto al carro que transportaba las pertenencias de la condesa. Ya avanzada la tarde, Philippa escucho la voz de Crispin en medio del ruido de los cascos de los caballos.

– Ya casi llegamos, pequena. Ahi adelante esta la aldea de Wittonsby. ?Alcanzas a ver la aguja de la iglesia?

– ?Como se llama el rio que estamos bordeando?

– Windrush. Podras verlo desde la casa, Luego de la proxima curva, sobre la ladera de las colinas, esta Brierewode -anuncio con alegria.

Cuando doblaron la curva, Philippa alzo la vista y descubrio una hermosa casa de piedra gris con tejados a dos aguas y altas chimeneas.

– Es encantadora -reconocio.

En la pradera, junto al rio, pastaba el ganado. Los campos estaban recien arados y la tierra, lista para ser sembrada. Los labriegos interrumpieron sus tareas para observar a la comitiva. Cuando reconocieron a su amo, todos gritaron al unisono y agitaron sus manos con gran efusividad. Crispin St. Caire les devolvio el saludo. Philippa entendio de inmediato que su marido era amado por su gente.

La aldea estaba ubicada a lo largo de la ribera bordeada por anosos sauces. Las granjas de piedra, con sus techos de paja, estaban muy bien conservadas. Los esposos y su cortejo cruzaron la plaza principal, donde habia una hermosa fuente, y se detuvieron ante la iglesia de piedra que se alzaba hacia el cielo. Los pobladores abandonaron sus casas y sus campos para dar la bienvenida al conde. Alertado por uno de los ninos, el sacerdote salio presuroso del templo.

El conde levanto la mano para pedir silencio; fue obedecido al instante.

– Les presento a Philippa Meredith, condesa de Witton, a quien he desposado hace seis dias en la capilla de la reina Catalina. El parroco se acerco e hizo una reverencia.

– Bienvenido a casa, milord. Bienvenida a Wittonsby, milady. Dios bendiga su union con muchos hijos. Soy el padre Paul -dijo dirigiendose a Philippa. Era un hombre sencillo de mediana edad.

Luego, un hombre de baja estatura y rostro rubicundo dio un paso adelante y tomo la palabra.

– Bienvenido a casa, milord -dijo, arqueandose en una comica reverencia-. Me alegro de que haya regresado. Bienvenida, milady -agrego, despejandose la frente a modo de saludo. Luego, arengo a la multitud-: ?Gritemos tres hurras por el senor y su novia! ?Hurra! ?Hurra! ?Hurra!

Y todos los pobladores vitorearon a coro.

– Es Bartholomew, mi capataz. Bario es un buen hombre -explico el conde a Philippa-. La condesa y yo agradecemos a todos por tan grato recibimiento -dijo a la multitud. El conde y su comitiva se retiraron de la plaza saludando, y subieron la arbolada colina donde se hallaba Brierewode.

El mayordomo los aguardaba en la puerta y los mozos de cuadra procedieron a hacerse cargo de los caballos.

– Bienvenidos a casa, milord, milady -saludo el mayordomo con una reverencia-. ?Desea que atienda a los guardias, milord?

– Si. Alimentalos y alojalos en algun sitio; por la manana, dile a Robert que les pague por su servicio.

Crispin miro a Philippa y, lomandola por sorpresa, la levanto en sus vigorosos brazos y la llevo en andas hasta el vestibulo, donde la deposito suavemente.

– Es una vieja costumbre.

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