– Todavia no.

– ?Que les ha dicho?

– Mire, sin animo de ofender, senor Copeland, pero esta no es la clase de cosa que se puede decir por telefono, ?no le parece? «Puede que su hijo muerto haya estado vivo todo este tiempo, pero mire, acaban de asesinarle.»

– Lo comprendo.

– Asi que hemos sido mas bien vagos. Vamos a traerlos aqui pare ver si pueden identificarle. Pero hay otra cosa: ?hasta que punto esta seguro de que se trata de Gil Perez?

– Bastante seguro.

– Comprendera que eso no es suficiente.

– Lo comprendo.

– De todos modos es tarde. Mi companero y yo hemos terminado el turno. Esperaremos a manana por la manana para enviar a alguien a recoger a los Perez.

– ?Y esto que es? ?Una llamada informativa?

– Algo parecido. Comprendo que tiene interes en el asunto. Tal vez usted tambien deberia venir manana, por si surgen nuevas preguntas.

– ?Donde?

– En el deposito. ?Necesita que le recojan?

– No, ire por mi cuenta.

Capitulo 5

Unas horas despues acoste a mi hija.

Nunca he tenido problemas con Cara a la hora de acostarla. Tenemos una rutina estupenda. Le leo un cuento. No lo hago porque todas las revistas de padres lo recomienden. Lo hago porque le encanta. Nunca se queda dormida. Le leo cada noche y lo maximo que he conseguido es que se adormezca un momento. En cambio yo si me duermo. Algunos de esos libros son espantosos. Me duermo en la cama de ella. Y ella me deja dormir.

No podia estar a la altura de su deseo voraz de libros para leer, asi que empece a comprar audiolibros. Yo le leia y despues ella podia escuchar una cara de una cinta, unos cuarenta y cinco minutos, antes de que fuera la hora de cerrar los ojos y dormir. Cara entiende esta norma y le gusta.

Ahora mismo le estoy leyendo a Roald Dahl. Tiene los ojos muy abiertos. El ano pasado, cuando la lleve a ver la produccion teatral de El rey leon, le compre un muneco Timon excesivamente caro. Lo tiene cogido con su brazo derecho. Timon tambien es un avido oyente.

Acabe de leer y bese a Cara en la mejilla. Olia a champu de bebe.

– Buenas noche, papa -dijo.

– Buenas noches, bicho.

Ninos. Un momento son como Medea en plena ira, y al siguiente son como angeles tocados por la gracia de Dios.

Puse en marcha el reproductor y apague la luz. Baje a mi despacho y encendi el ordenador. Desde casa puedo acceder a mis archivos del trabajo. Abri el caso de violacion de Charmique Johnson y me puse a repasarlo.

Cal y Jim.

Mi victima no era de las que despiertan las simpatias del jurado. Charmique tenia dieciseis anos y un hijo de padre desconocido. La habian arrestado dos veces por prostituirse, y una por posesion de marihuana. Trabajaba en fiestas como bailarina exotica, y si, eso es un eufemismo de stripper. La gente se preguntaria que habia ido a hacer a aquella fiesta. Esa clase de cosas no me desaniman. Hacen que me esfuerce mas. No porque me preocupe la correccion politica, sino porque me importa -me importa mucho- la justicia. De haber sido Charmique una rubia vicepresidenta del consejo de estudiantes del idilico Livingston, y los chicos hubieran sido negros, el caso estaria ganado.

Charmique era una persona, un ser humano. No se merecia lo que Barry Marantz y Edward Jenrette le habian hecho.

Y yo pensaba encerrarlos por ello.

Volvi al principio del caso y lo repase de nuevo. La fraternidad era un lugar lujoso con columnas de marmol, letras griegas, la pintura fresca y alfombras. Revise las facturas del telefono. Habia muchisimas, porque cada chico tenia su linea privada, por no hablar de moviles, mensajes de texto, correos electronicos y BlackBerrys. Uno de los investigadores de Muse habia rastreado todas las llamadas salientes de aquella noche. Habia mas de cien, pero no habia sacado nada en limpio. El resto de las facturas eran las habituales: electricidad, agua, la cuenta de la tienda de bebidas, servicios de limpieza, television por cable, servicios de telefonia, alquiler de videos Netflix, entrega de pizzas via internet…

Un momento.

Pense en eso. Pense en la declaracion de mi victima… no necesitaba volver a leerla. Era repugnante, y bastante especifica. Los dos chicos habian obligado a Charmique a hacer cosas, la habian puesto en diferentes posiciones, habian hablado todo el rato. Pero algo de aquello, la forma como se movian, la colocaban…

Sono mi telefono. Era Loren Muse.

– ?Buenas noticias? -pregunte.

– Solo si es cierta la expresion «No tener noticias son buenas noticias».

– No lo es -dije.

– Vaya. ?Has encontrado algo? -pregunto.

Cal y Jim. ?Que se me estaba escapando? Estaba justo alli, aunque fuera de mi alcance. Es esa sensacion, cuando tienes algo en la punta de la lengua, como el nombre del perro de una pelicula o el del boxeador que interpretaba Mr. T en Rocky III. Era eso mismo. Fuera de mi alcance.

Cal y Jim.

La respuesta estaba alli, en alguna parte, oculta, en la punta de una lengua mental. Maldita sea, pensaba seguir corriendo hasta que pillara a esa hija de puta y la acorralara contra la pared.

– Todavia no -dije-. Pero sigamos buscando.

A primera hora de la manana, el detective York estaba sentado frente a los senores Perez.

– Gracias por venir -dijo.

Hacia veinte anos, la senora Perez trabajaba en la lavanderia del campamento, pero desde la tragedia solo la habia vuelto a ver una vez. Hubo una reunion de familiares de las victimas -los ricos Green, los mas ricos Billingham, los pobres Copeland, los mas pobres Perez- en un lujoso bufete de abogados no muy lejos de donde nos encontrabamos ahora. Presentabamos el caso de las cuatro familias contra el propietario del campamento. Aquel dia los Perez apenas hablaron. Se quedaron callados, escuchando, y dejaron que los otros se desahogaran y llevaran la voz cantante. Recuerdo que la senora Perez tenia el bolso en el regazo y lo estrujaba. Ahora lo tenia sobre la mesa, pero seguia agarrandolo con ambas manos.

Estaban en una sala de interrogatorios. A peticion del detective York, yo observaba al otro lado del cristal. No queria que me vieran todavia. Me parecio logico.

– ?Por que estamos aqui? -pregunto el senor Perez. Era un hombre robusto, y llevaba una camisa demasiado pequena y abotonada hasta arriba que le oprimia el cuello.

– No es facil de decir. -El detective York miro hacia el cristal y aunque su mirada no estaba enfocada supe que me miraba a mi-. O sea que tendre que decirlo sin tapujos.

Los ojos del senor Perez se entrecerraron. La senora Perez apreto el bolso con mas fuerza. Me pregunte tontamente si seria el mismo bolso de hacia quince anos. Es increible las cosas que se piensan en momentos asi.

– Ayer se cometio un asesinato en la zona de Washington Heights de Manhattan -dijo York-. Encontramos el cadaver en un callejon cercano a la calle Ciento cincuenta y siete.

Mantuve los ojos fijos en sus caras, pero estos no mostraban ninguna expresion.

– La victima es un hombre y parece tener entre treinta y cinco y cuarenta anos. Mide metro sesenta y pesa setenta y seis kilos. -La voz del detective York habia adquirido una cadencia profesional-. El hombre utilizaba un alias, asi que tenemos dificultades para identificarlo.

York callo. Tecnica clasica para ver si decian algo. El senor Perez lo hizo.

– No entiendo que tiene que ver eso con nosotros.

Los ojos de la senora Perez se dirigieron hacia su marido, pero el resto del cuerpo no se movio.

– Enseguida se lo explico.

Casi pude ver los engranajes mentales de York poniendose en marcha, decidiendo como enfocarlo, si empezar hablando de los recortes, del anillo, o de que. Me lo podia imaginar ensayando las palabras en su cabeza y comprobando lo estupidas que parecian. Recortes, un anillo… eso no demuestra nada de nada. De repente yo mismo tuve dudas. En aquel momento el mundo de los Perez iba a ser destripado como el de un ternero en el matadero y me alegraba de estar detras del cristal.

– Trajimos a un testigo para identificar el cuerpo -siguio York-. Ese testigo cree que la victima podria ser su hijo Gil.

La senora Perez cerro los ojos. El senor Perez se puso tenso. Por un momento nadie hablo, nadie se movio. Perez no miro a su esposa. Ella no le miro a el. Se quedaron paralizados, como si las palabras siguieran suspendidas en el ambiente.

– A nuestro hijo lo mataron hace veinte anos -dijo por fin el senor Perez.

York asintio; no sabia que decir.

– ?Nos esta diciendo que finalmente han hallado su cadaver?

– No, no es eso. Su hijo tenia dieciocho anos cuando desaparecio, ?no es asi?

– Casi diecinueve -dijo el senor Perez.

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