frecuencia callaba.

– ?Que clase de visiones? -pregunto Baedecker.

– ?Has oido hablar de Mutsoyef y la caverna y el Don de las Cuatro Flechas?

– No.

– No importa -dijo Robert Medicina Dulce-. Eso no te concierne, Baedecker.

– ?Y dice usted que la montana tambien es sagrada para los sioux?

El anciano se encogio de hombros.

– Los arapahoes recibieron aqui una medicina que quemaban para hacer un humo dulzon para sus rituales. Los apaches recibieron el don de una medicina magica equina; los kiowas el rino sagrado de un oso. Los sioux dicen que recibieron una pipa de la montana, pero yo no les creo. Inventaron eso por envidia. Los sioux son muy embusteros.

Baedecker cambio de posicion y sonrio.

Robert Medicina Dulce dejo de afilar la vara y miro a Baedecker.

– Los sioux afirmaban haber visto una gran ave en la montana, un verdadero Pajaro de Trueno, con alas de mas de un kilometro de longitud y una voz que parecia el fin del mundo. Pero eso no es gran medicina. Son triquinuelas Wihio. Cualquier hombre con un poco de medicina puede invocar al Pajaro de Trueno.

– ?Puede usted? -pregunto Baedecker.

El viejo chasco los dedos.

A los dos segundos la tierra temblo con un rugido que parecia venir del cielo y la tierra al mismo tiempo. Baedecker vio algo enorme y reluciente detras de el. La sombra se acercaba cubriendo las laderas, y Baedecker se apoyo en una rodilla para ver como el B-52H terminaba su viraje y se alejaba rugiendo a una altura de menos de ciento cincuenta metros, mas bajo que la cima del monte. Los ocho motores de reaccion dejaron una estela de humo negro en el aire de la tarde. Baedecker se sento, sintiendo en las piedras las vibraciones del paso del avion.

– Lo lamento, Baedecker -dijo el anciano. Los dientes eran amarillos y fuertes, y solo le faltaba uno de los inferiores-. Ha sido un truco Wihio barato. Vienen aqui todos los dias a esta hora desde la base Ellsworth. Me dicen que usan esta montana para cerciorarse de que su aparato de radar les dice la verdad cuando viajan.

– ?Que significa Wihio? -pregunto Baedecker.

– Es nuestra palabra para el Embaucador -dijo el cheyenne, cortando y mascando otra hoja de cacto-. Wihio es indio cuando lo desea, animal cuando lo desea, y nunca tiene buenos propositos. Puede demostrar un cruel sentido del humor. Es la misma palabra que usamos para arana y para hombre blanco.

– Oh -dijo Baedecker.

– Ademas, muchos sospechamos que es el Creador.

Baedecker reflexiono sobre esto.

– Cuando Mutsoyef bajo de esta montana… -dijo el viejo, e hizo una pausa para sacarse un trozo de planta de la lengua-. Cuando bajo, llevaba consigo el Don de las Flechas Sagradas, nos enseno las Cuatro Canciones, nos conto nuestro futuro, incluida la extincion del bufalo y la llegada de los hombres blancos que nos reemplazarian, y luego dio las Flechas a sus amigos y dijo: «Esto que os doy es mi cuerpo. Recordadme siempre.» ?Que piensas de esto, Baedecker?

– Me suena familiar.

– Si -dijo el anciano. Corto una raiz en trozos pequenos y la miro frunciendo el ceno-. A veces temo que mi abuelo y mi bisabuelo tomaban prestada una buena historia cuando la oian. No importa. Ten, ponte esto en la boca. -Entrego a Baedecker un pequeno trozo de raiz al que habia pelado la capa superior.

Baedecker la sostuvo en la mano.

– ?Que es?

– Un trozo de raiz -dijo el anciano con voz paciente.

Baedecker se puso el trozo de raiz en la boca. Tenia un gusto vagamente amargo.

– No lo mastiques ni lo sorbas -dijo Robert Medicina Dulce, poniendose un trozo mas grande en la boca. Lo hizo girar hasta que se le hincho como un trozo de tabaco contra la mejilla-. No lo tragues.

Baedecker guardo silencio un minuto, sintiendo el sol en la cara y las manos.

– ?Que efecto tiene? -pregunto.

El anciano se encogio de hombros.

– Impide que me venga sed -dijo-. Mi botella de agua esta vacia y hay un largo camino hasta la bomba del centro de visitantes.

– ?Puedo pedirle algo?

El anciano dejo de cortar la raiz y asintio.

– Tengo una amiga -dijo Baedecker-, alguien a quien amo y a quien creo muy sabia. Ella cree en la riqueza y el misterio del universo y no cree en lo sobrenatural.

Robert Medicina Dulce espero.

– ?Cual es la pregunta? -dijo al cabo de un minuto.

Baedecker se toco la frente, sintiendo el ardor del sol. Se encogio de hombros ligeramente, pensando en el gesto de Scott.

– Me preguntaba que pensaria usted de eso -dijo.

El viejo corto otros dos trozos de raiz y se los puso en la boca, pasandolos a la otra mejilla y hablo con lentitud y claridad:

– Creo que tu amiga es sabia.

Baedecker entorno los ojos. Tal vez fuera producto de varios dias sin comida, o el tiempo que habia pasado al sol o ambas cosas, pero entre el y el anciano cheyenne el aire parecia vibrar, fluctuando como vaharadas de calor en una carretera en un dia de verano.

– ?Usted no cree en lo sobrenatural? -pregunto Baedecker.

Robert Medicina Dulce miro hacia el este. Baedecker siguio la mirada. En la llanura, el sol centelleo contra una ventana o parabrisas.

– Tal vez tu conozcas mas ciencia que yo -dijo el viejo-. Si el mundo natural es el universo, ?cuanto crees que conocemos de el? ?O que comprendemos? ?El uno por ciento?

– No -respondio Baedecker-. No tanto.

– ?El uno por ciento del uno por ciento?

– Quiza -dijo Baedecker, aunque al decirlo lo puso en duda. No creia que el universo fuera infinitamente complejo (un diezmilesimo de un conjunto infinito seguia siendo un conjunto infinito), pero tenia la intuicion visceral de que aun en el limitado reino de las leyes fisicas elementales los humanos no habian atisbado ni siquiera un diezmilesimo de las permutaciones y posibilidades-. Menos que eso.

Robert Medicina Dulce guardo la navaja y abrio las manos. Los dedos se abrieron al sol como petalos.

– Tu amiga es sabia -dijo-. Ayudame, Baedecker.

Se levanto y cogio el brazo del viejo, dispuesto a hacer fuerza, pero Robert Medicina Dulce no pesaba nada. El viejo se levanto sin esfuerzo para ninguno de los dos, y Baedecker tuvo que echar una pierna hacia atras para no caerse. Sintio un cosquilleo en los brazos, donde lo habia tocado el cheyenne. Tuvo la sensacion de que de no haberse sostenido el uno al otro habrian levitado en ese momento, dos globos libres errando sobre la pradera de Dakota del Sur.

El indio apreto los brazos de Baedecker una vez y lo solto.

– Ten un buen paseo por la montana, Baedecker -dijo-. Yo debo bajar la colina para conseguir agua y usar ese pestilente retrete. Odio acuclillarme entre los arbustos. No es civilizado.

El viejo cogio un recipiente de plastico y echo a andar despacio colina abajo, contoneandose al andar. Se detuvo una vez para decir:

– Baedecker, si encuentras una caverna profunda, muy profunda, hablame de ella al bajar.

Baedecker asintio y se quedo mirando al hombre que se alejaba. No penso en despedirse hasta que Robert Medicina Dulce se perdio de vista en una curva del sendero.

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