Dan Simmons

Fases De Gravedad

Titulo original: Phases of Gravity

Traduccion: Carlos Gardini

A Robert y Kathryn Simmons

PRIMERA PARTE – POONA

El vuelo 001 de Pan Am dejo atras el claro de luna y descendio hacia el aeropuerto de Nueva Delhi a traves de las nubes y la oscuridad. Mirando el ala, Baedecker sintio que el tiron de la gravedad se mezclaba con la tension de un viejo piloto obligado a aterrizar como pasajero. Cuando las ruedas rozaron la pista, Baedecker miro el reloj: las 3.47 hora local. Sintio pinchazos de dolor detras de los ojos al mirar las oscuras siluetas de los depositos de agua y los edificios mas alla de la luz intermitente del ala. El enorme 747 viro bruscamente a la derecha y carreteo hasta detenerse. El gemido de los motores se ahondo y se apago, dejando a Baedecker con el eco de su fatigado pulso en los oidos. Hacia veinticuatro horas que no dormia.

Incluso antes de que la lenta cola llegara a la salida, Baedecker sintio la vaharada de calor y humedad. Al bajar por la escalerilla al pegajoso asfalto, sintio el tiron de la tremenda, masa del planeta bajo sus pies, aumentada por el peso de los cientos de millones de almas desdichadas que poblaban el sub-continente, e irguio los hombros para combatir el abatimiento.

«Debi haberme hecho la tarjeta de credito», penso. En la penumbra, con los demas pasajeros, espero a que el autobus azul y blanco se acercara por el oscuro pavimento. La terminal era un borron luminoso en el horizonte. Las nubes reflejaban las luces que parpadeaban mas alla de la pista.

No hubiera sido muy dificil. Solo le habian pedido que se sentara frente a las camaras y las luces, sonriera y dijera:

«?Me conoceis? Hace dieciseis anos pise la Luna. Eso no me ayuda cuando quiero reservar un billete de avion o pagar una cena en un cafe frances.» Dos lineas mas de chachara y el cierre estandar con la inscripcion de su nombre en la tarjeta de plastico:

RICHARD E. BAEDECKER.

El edificio de la aduana parecia un enorme deposito. Luces amarillas de sodio colgaban de las vigas de metal, dando un aire grasiento y ceroso a la tez de la gente. Baedecker tenia la camisa pegada al cuerpo. Las colas avanzaban despacio. Baedecker estaba habituado a las impertinencias de los vistas de aduana, pero esos hombrecillos de pelo negro y camisa beige establecian nuevos records de impertinencia burocratica dia a dia. Un par de metros delante de el, una mujer india mayor esperaba con sus dos hijas, las tres con saris de algodon barato. Impaciente por sus respuestas, el funcionario que estaba detras del maltrecho mostrador arrojo las dos maletas baratas al suelo del cobertizo. Telas brillantes y estampadas, sostenes y bragas rasgadas se desparramaron. El vista se volvio hacia otro agente y mascullo algo en hindi. Ambos sonrieron con sorna.

De pronto el adormilado Baedecker se percato de que uno de los vistas le hablaba a el.

– ?Como ha dicho?

– He preguntado si es esto todo lo que tiene para declarar. ?No trae nada mas? -El sonsonete del ingles con acento indio sonaba extranamente familiar para Baedecker. Se lo habia escuchado a personal hotelero indio en todo el mundo. Solo que entonces el tono no revelaba suspicacia ni enfado.

– Si. Esto es todo. -Baedecker senalo el formulario rosa que habia llenado antes de aterrizar.

– ?Es todo lo que lleva? ?Una bolsa? -El agente alzo la vieja bolsa negra como si contuviera contrabando o explosivos.

– Es todo.

El hombre fruncio el entrecejo y se lo paso desdenosamente a otro agente de camisa beige, quien trazo una X sobre la bolsa como si la violencia del movimiento pudiera exorcizar posibles peligros.

– Andando, andando -dijo el primer agente, gesticulando. -Gracias -dijo Baedecker. Cogio la bolsa y salio a la oscuridad.

Solo se veia negrura. Dos triangulos negros. Ni siquiera las estrellas eran visibles durante el descenso final. Enfundados en los voluminosos trajes de presion, cenidos por correas y hebillas, solo veian el cielo uniforme y negro. Durante la mayor parte de la secuencia de combustion final y descenso, el modulo de aterrizaje se habia invertido y la superficie lunar era invisible. Solo en los minutos finales Baedecker pudo mirar el resplandor de la tremula superficie lunar.

«Es igual que en las simulaciones», penso. Tenia que haber algo mas. Tenia que sentir algo mas. Pero mientras respondia automaticamente a las transmisiones y preguntas de Houston, mientras tecleaba numeros en el ordenador y le leia cifras a Dave, ese pensamiento indigno volvia una y otra vez. «Es igual que las simulaciones.»

– ?Senor Baedecker! -Tardo un minuto en registrar el grito. Alguien lo llamaba desde hacia un rato. En un callejon entre la aduana y la terminal, Baedecker miro a su alrededor. Miles de insectos bailaban en el resplandor de los reflectores. Gentes envueltas en tunicas blancas dormian en la acera, acurrucadas contra los oscuros edificios. Hombre morenos de camisa brillante se apoyaban contra los taxis amarillos y negros. Baedecker giro hacia el otro lado cuando la muchacha se le acerco.

– ?Senor Baedecker! Hola. -La muchacha se detuvo con un simpatico gesto de saludo, irguio la cabeza, aspiro una profunda bocanada de aire.

– Hola -dijo Baedecker. No sabia quien era esa joven, pero tuvo una fuerte sensacion de deja vu. ?Quien diablos lo saludaba en Nueva Delhi a las cuatro y media de la manana? ?Alguien de la embajada? No, no sabian que llegaba, y en todo caso no les importaba. Ya no. ?Bombay Electronics? Dificil. No en Nueva Delhi. Y esa joven rubia era obviamente norteamericana. Siempre torpe para recordar nombres y rostros, Baedecker se sonrojo con culpabilidad y embarazo. Hurgo en la memoria. Nada.

– Soy Maggie Brown -dijo la muchacha, extendiendo la mano. El la estrecho, sorprendido de hallarla tan fresca. Sentia la piel febril. ?Maggie Brown? Ella se aparto un mechon de pelo que le llegaba hasta los hombros, y Baedecker de nuevo tuvo la sensacion de haberla visto antes. Debia de haber trabajado para la NASA, aunque parecia demasiado joven para…

– Soy amiga de Scott -dijo ella con una sonrisa. Tenia boca ancha, y un pequeno orificio entre los dientes frontales. El efecto era curiosamente agradable.

– La amiga de Scott. Desde luego. Hola. -Baedecker le volvio a darla mano y miro en torno otra vez. Varios taxistas se habian acercado para ofrecer sus servicios. Baedecker meneo la cabeza, pero solo parlotearon mas. Baedecker cogio el codo de la joven y se aparto de la turba gesticulante-. ?Que haces aqui, en la India? Y en este lugar. -Baedecker senalo la calle angosta y la larga sombra de la terminal. Ahora la recordaba. Joan le habia ensenado una foto la ultima vez que Baedecker estuvo en Boston. Los ojos verdes se le habian grabado en la memoria.

– Hace tres meses que estoy aqui -dijo ella-. Scott rara vez tiene tiempo para verme, pero voy alli cuando esta libre. A Poona, quiero decir. Encontre un trabajo de gobernanta… no gobernanta, en realidad, sino una especie de tutora. La familia de un medico. Buena gente. Vive en el sector britanico. De todos modos, estaba con

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