enero de 1986 presencio el desastre del Challenger solo porque Cole Prescott, el vicepresidente de la empresa de Baedecker, le pidio que acompanara a un cliente que habia financiado un subcomponente del paquete experimental Spartan-Halley, que iba en el compartimiento de carga del Challenger.

El lanzamiento del 51-L se desarrollaba normalmente y Baedecker y su cliente se hallaban de pie en los palcos VIP, a cinco kilometros de la rampa 39-B, protegiendose los ojos del sol de la manana, cuando las cosas no funcionaron bien; Baedecker solo llevaba una ligera chaqueta de algodon, era la manana mas fria que recordaba en el Cabo. A traves de los prismaticos vio un destello de hielo en el andamiaje que rodeaba el transbordador.

Baedecker estaba pensando en irse cuanto antes para que no lo retrasara la multitud cuando la voz del encargado de relaciones publicas de la NASA sono en el altavoz.

– Altitud cuatro coma tres millas nauticas, distancia del punto de lanzamiento tres millas nauticas. Motores acelerando. Tres motores al ciento cuatro por ciento.

Baedecker evocaba su propio lanzamiento, quince anos antes, su tarea de comunicar datos mientras Dave Muldorff «pilotaba» el monstruoso Saturno V, cuando el altavoz lo devolvio al presente con la voz del comandante Dick Scobee.

– Positivo, acelerando.

Baedecker miro hacia el aparcamiento para calcular el congestionamiento de las carreteras y un segundo despues su cliente dijo:

– Vaya, esos cohetes forman una gran nube cuando se separan, ?eh?

Baedecker miro hacia arriba y vio esa estela expansiva que no tenia nada que ver con la separacion de las etapas; de inmediato reconocio el morbido fulgor rojizo que iluminaba el interior de la nube cuando los combustibles hipergolicos se encendieron al escapar del sistema de control de reaccion y de los motores de maniobra orbital destruidos. Segundos despues los cohetes se desprendieron del cumulo expansivo de la explosion. Sintiendo nauseas, Baedecker se volvio hacia el piloto Tucker Wilson, un ex colega de tiempos del Apollo que todavia trabajaba en la NASA, y dijo sin esperanzas:

– ?Abortan la mision?

Tucker sacudio la cabeza. No era un mero regreso al lugar de lanzamiento. Esto era lo que cada uno de ellos temia en silencio durante sus propios lanzamientos. Cuando Baedecker miro de nuevo, los primeros segmentos de la nave destruida iniciaban su larga y triste caida hacia la cripta del mar.

En los meses posteriores al Challenger, a Baedecker le costo creer que alguna vez los americanos hubieran volado al espacio con tanta frecuencia y competencia. Ese largo intervalo de dudas en que no hubo ninguna mision se transformo para Baedecker en la normalidad, confundiendose en su mente con una agobiante sensacion de pesadez, entropia y triunfo de la gravedad, una sensacion que lo abrumaba desde que su propio mundo y su familia se habian despedazado meses antes.

– Mi amigo Bruce dice que Scott no salio de su habitacion durante dos dias despues del estallido del Challenger -dijo Maggie Brown. Estaban frente a la terminal aerea de Nueva Delhi.

– ?De veras? -dijo Baedecker-. Crei que Scott ya no tenia interes en el programa espacial. -Miro hacia el sol naciente repentinamente oscurecido por las nubes. El color se desbordaba del mundo como el agua de un fregadero.

– El decia que no le importaba -dijo Maggie-. Decia que Chernobyl y el Challenger eran los primeros signos del fin de la era tecnologica. Semanas despues se las arreglo para venir a la India. ?Tienes hambre, Richard?

Aun no eran las seis y media de la manana pero la terminal se estaba llenando de gente. Algunos todavia dormian en los rajados y mugrientos suelos de linoleo. Baedecker se pregunto si eran pasajeros o simplemente personas que buscaban un techo para pasar la noche. Un nino estaba sentado solo en una silla de vinilo negro y lloraba a moco tendido. Se deslizaban lagartos por las paredes.

Maggie lo condujo a una pequena cafeteria del segundo piso, donde camareros somnolientos aguardaban con servilletas sucias colgadas del brazo. Maggie le advirtio que no probara el tocino y pidio una tortilla, tostada con gelatina y te. Baedecker penso en desayunar pero desecho la idea. En realidad queria un whisky. Pidio cafe.

No habia mas clientes en el gran salon, excepto la alborotada tripulacion de un avion de Aeroflot que se veia por la ventana. Los rusos chascaban los dedos para llamar a los cansados camareros indios. Baedecker miro al capitan y el hombre le resulto familiar, aunque Baedecker sabia que muchos pilotos sovieticos tenian esas mandibulas cuadradas y esas cejas marcadas. No obstante, se pregunto si lo habria conocido durante los tres dias que habia recorrido Moscu y la Ciudad de las Estrellas con el proyecto de prueba Apollo-Soyuz. Se encogio de hombros. No tenia importancia.

– ?Como esta Scott? -pregunto.

Maggie Brown lo miro con una expresion de cautela que parecio envolverla como un velo.

– Bien. Dice que nunca se ha encontrado tan bien, pero creo que ha perdido algo de peso.

Baedecker evoco a su corpulento hijo, con corte cepillo y camiseta, queriendo jugar de shortstop en el equipo de la pequena liga de Houston. Era demasiado lento, y solo servia para jugar en la parte derecha del campo.

– ?Como va su asma? ?La humedad la ha hecho resurgir?

– No, el asma esta curada -replico Maggie-. Segun Scott, se la curo el Maestro.

Baedecker pestaneo. Hasta hace poco, en su apartamento vacio, se habia sorprendido esperando toses, la respiracion entrecortada. Recordaba las ocasiones en que habia abrazado al chico como si fuera un bebe, acunandolo, mientras ambos se asustaban del gorgoteo de los pulmones.

– ?Tu eres seguidora de este… del Maestro?

Maggie rio y fue como si el velo se le cayera de los ojos verdes.

– No, no estaria aqui si lo fuera. No les permiten dejar el ashram por mas de unas horas.

Baedecker murmuro y miro el reloj. Faltaban noventa minutos para que saliera su vuelo a Bombay.

– Se retrasara -dijo Maggie.

– ?Eh? -pregunto Baedecker, confundido.

– Tu vuelo. Se retrasara. ?Que haras hasta el martes?

Baedecker no habia pensado en ello. Era jueves por la manana. Habia planeado estar en Bombay esa misma tarde, ver a la gente de electronica y su estacion de tierra el viernes, coger el tren a Poona para visitar a Scott el fin de semana y salir de Bombay el lunes por la tarde.

– No se -dijo-. Supongo que me quedare en Bombay un par de dias mas. ?Que tenia de importante ese retiro como para que Scott no pudiera tomarse tiempo libre?

– Nada -dijo Maggie Brown. Bebio el ultimo sorbo de te y dejo la taza con un ademan brusco y furioso-. Es lo mismo de siempre. Conferencias del Maestro. Sesiones de soledad. Danzas.

– ?Danzas?

– Bueno, algo parecido. Tocan musica. El ritmo se acelera cada vez mas. Se mueven cada vez mas deprisa. Al final caen agotados. Eso purifica el alma.

Baedecker reparo en los silencios de Maggie. Habia leido acerca de un ex profesor de filosofia que se habia transformado en el mas reciente guru de los chicos ricos de naciones acomodadas. Segun Time, los lugarenos indios se habian escandalizado al oir hablar de sexo grupal en sus ashrams. Baedecker se habia alarmado cuando Joan le dijo que Scott habia abandonado la Universidad de Boston para ir al otro confin del mundo. ?En busca de que?

– No pareces aprobarlo -le dijo a Maggie Brown.

La joven se encogio de hombros. De pronto se le iluminaron los ojos.

– ?Oye, tengo una idea! ?Por que no vienes a pasear conmigo? He tratado de convencer a Scott de que viera algo mas que el ashram de Poona desde que llegue en marzo. ?Ven conmigo! Sera divertido. Puedes conseguir un pase de Air India para viajes internos baratisimo.

Baedecker se quedo desconcertado un instante, pensando en los rumores sobre sexo grupal. Luego vio la avidez infantil de la cara de Maggie y se reprocho sus ocurrencias obscenas. La chica simplemente se sentia sola.

– ?Adonde pensabas ir? -pregunto. Necesitaba un segundo para formular un rechazo cortes.

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