– Manana me ire de Delhi -dijo ella animadamente-. Volare a Varanasi y luego a Khajuraho, hare una escala en Calcuta, ire a Agra y despues regresare a Poona.

– ?Que hay en Agra?

– Solo el Taj Mahal -dijo Maggie, inclinandose hacia el con una mirada picara-. No puedes ver la India sin ver el Taj Mahal. Esta prohibido.

– Lo lamento pero tendra que ser asi -dijo Baedecker-. Manana tengo una cita en Bombay, y dices que Scott regresara el martes. Necesito regresar a casa a lo sumo una semana despues del viernes. Ya estoy alargando demasiado el viaje.

Noto que la habia decepcionado.

– Ademas -anadio-, no sirvo para turista.

La bandera americana le habia parecido absurda. Pensaba que le conmoveria. Una vez, en Yakarta, despues de ausentarse de su pais solo nueve meses, se le saltaron las lagrimas al ver la bandera americana flameando en la popa de un viejo carguero en el puerto. Pero en la Luna -a cuatrocientos mil kilometros de casa- encontraba ridicula la imagen de la bandera con su alambre rigido extendido para simular una brisa en el vacio.

Baedecker y Dave se cuadraron. Frente al sol, ante la camara de television que habian instalado, saludaron la bandera. Sin darse cuenta ya habian cobrado el habito de inclinarse hacia adelante en la posicion de «simio cansado» tipica de la baja gravedad, sobre la que Aldrin les habia advertido durante las sesiones de instruccion. Era comoda y natural, pero quedaba mal en las fotografias.

Habian terminado el saludo y se disponian a hacer otra cosa cuando les hablo el presidente Nixon. La improvisada llamada telefonica de Nixon habia insertado una experiencia irreal en un mundo surreal. El presidente no tenia pensado lo que iba a decir y empezo a divagar. Cuando parecia que habia redondeado la frase y ellos se disponian a responder, Nixon hablaba de nuevo. El tiempo de retraso complicaba la transmision. Dave se encargo de responder. Baedecker solo dijo «Gracias, senor presidente» varias veces. Por alguna razon Nixon penso que querrian conocer el resultado de los partidos de futbol del dia anterior. Baedecker odiaba el futbol. Se pregunto si esos desvarios sobre el futbol representaban la idea de Nixon acerca de como hablan los hombres entre ellos.

– Gracias, senor presidente -dijo Baedecker. Y mientras se ponia de cara a esa camara, esa bandera congelada contra un cielo negro, escuchando las divagaciones del director ejecutivo del pais entre chirridos de estatica, Baedecker pensaba en el objeto no autorizado que habia escondido en el bolsillo de la rodilla derecha.

El vuelo Delhi-Bombay salio con tres horas de retraso. Un viajante britanico que vendia helicopteros y estaba sentado junto a Baedecker en la terminal dijo que hacia semanas que el piloto y el ingeniero de vuelo de Air India mantenian una rencilla. Uno de los dos retrasaba el vuelo todos los dias.

Una vez en el aire, Baedecker trato de dormitar, pero el chillido incesante de los botones de llamada lo mantuvo despierto. En cuanto despegaron, fue como si todos los ocupantes del avion llamaran a las camareras con sari. Los tres hombres de la fila anterior a Baedecker pedian alborotadamente almohadas y bebidas y chascaban los dedos con modales imperiosos que irritaban a Baedecker, con su prudente temperamento del Medio Oeste.

Maggie Brown se habia marchado poco despues del desayuno. Habia garrapateado su itinerario en una servilleta y se lo habia metido en el bolsillo del traje.

– Nunca se sabe -dijo-. Tal vez algo te haga cambiar de parecer.

Baedecker habia hecho algunas preguntas mas sobre Scott antes de que ella se marchara en un taxi negro y amarillo, pero se quedo con la impresion de una joven que erroneamente habia seguido al amante a una tierra extrana y ajena y que ya no sabia como sentia ni pensaba Scott.

Volaban en un Air Bus frances. Baedecker noto, con ojo profesional, que las alas se flexionaban con mayor latitud que un Boeing y sorprendido se percato del abrupto angulo de ataque que escogia el piloto indio. Las companias aereas americanas no permitirian que sus pilotos maniobraran por temor a alarmar a los pasajeros. Los pasajeros indios no parecian notarlo. El descenso hacia Bombay fue tan rapido que Baedecker recordo un vuelo a Pleiku en un C-130, donde el piloto habia tenido que bajar casi verticalmente por temor a los disparos.

Bombay parecia compuesta de chozas con techo de hojalata y fabricas decrepitas. Mas tarde, Baedecker llego a ver edificios modernos y el mar Arabigo. El avion se inclino en un angulo de cincuenta grados, una meseta se elevo para recibirlos y aterrizaron. Baedecker cabeceo, una silenciosa felicitacion para el piloto.

El viaje en taxi desde el aeropuerto hasta el hotel fue demasiado para el agotado Baedecker. Poco despues de las puertas del aeropuerto Santa Cruz de Bombay empezaban las barriadas pobres. Kilometros cuadrados de chozas con techo de hojalata, vencidas tiendas de lona y callejas estrechas y lodosas se extendian a ambos lados de la autopista. Un cano de agua de seis metros de altura recorria el apinamiento de chozas como una manguera atravesando un hormiguero. Ninos de tez cetrina correteaban sobre el cano o se apoyaban en los flancos herrumbrados. Por todas partes se veia el vertiginoso movimiento de un sinfin de cuerpos.

Hacia mucho calor. El aire humedo que entraba por las ventanillas abiertas del taxi le pegaba en la cara como un tubo de escape caliente. En ocasiones veia el mar Arabigo a la derecha. En los suburbios un enorme cartel anunciaba «0 dias para el monzon», pero las nubes bajas no traian lluvias refrescantes, solo un reflejo del agobiante calor y una pesadez que le aplastaba los hombros como un yugo.

La ciudad era aun mas desconcertante. Cada calle lateral era un tributario de seres humanos de camisa blanca que se derramaban en crecientes y turbulentos arroyos y rios de poblacion. Miles de diminutos escaparates ofrecian sus mercancias de colores chillones a millones de peatones abarrotados. La cacofonia de bocinas, motores y timbres de bicicleta envolvio a Baedecker en un grueso manto de aislamiento. Carteles gigantescos y chillones promovian a actores de cine de mejillas sonrosadas y actrices de pelo renegrido, labios rojizos y tez purpurea.

Pronto llegaron a Marine Drive, al Queen's Necklace, y el mar aparecia gris y batiente a la derecha. A la izquierda, Baedecker vio pistas de criquet, crematorios al aire libre y edificios de oficinas. Creyo ver una nube de buitres sobrevolando la Torre del Silencio a la espera de los cadaveres de los parsis, pero las motas continuaron revoloteando en la periferia de su vision cuando Baedecker desvio los ojos.

La oleada de aire acondicionado hizo temblar su piel humeda dentro del Oberoi Sheraton. Baedecker casi no recordaba ni haberse registrado ni haber seguido al camarero de chaqueta roja hasta su habitacion del piso treinta. Las alfombras olian a una especie de acido fenico y antiseptico; en el ascensor, un grupo de bulliciosos arabes apestaba a almizcle, y por un instante, Baedecker penso que iba a vomitar. Deslizo un billete de cinco rupias al camarero, que corrio la cortina de la ancha ventana y se fue cerrando la puerta. Los sonidos se amortiguaron y Baedecker arrojo su chaqueta de lino en una silla y se derrumbo sobre la cama. Se durmio en diez segundos.

Habian recorrido con el Rover casi cinco kilometros, un record. Cinco kilometros de barquinazos. Las ruedas mordian el polvo lunar arrojandolo en una trayectoria extrana y chata que fascinaba a Baedecker. El mundo era un vacio brillante. Las sombras de ambos los precedian a los tumbos. Mas alla del crujido de la radio y los ruidos internos del traje, Baedecker sentia un silencio frio y absoluto.

La zona de experimentos se hallaba alejada de la zona de aterrizaje, en un paraje llano cerca de un pequeno crater de impacto llamado Kate en los mapas. Habian avanzado cuesta arriba mientras el pequeno ordenador del Rover memorizaba cada vuelta y recodo. El modulo de descenso era una chispa de oro y plata en el valle que dejaban atras.

Baedecker desplego el paquete sismico mientras Dave tomaba una vista panoramica con la Hasselblad que llevaba montada en el pecho. Baedecker extendio cuidadosamente los cables dorados de diez metros. Dave rebotaba ligeramente despues de cada foto, un globo humanoide sujeto a una playa rutilante. Dave transmitio algo a Houston y boto hacia el sur para fotografiar una prominencia rocosa. La Tierra era un escudo azul y blanco en un cielo negro.

«Ahora», penso Baedecker. Se apoyo en una rodilla, pero la posicion le resulto incomoda a causa del traje y tuvo que apoyar ambas rodillas en el polvo para asegurar la punta del ultimo filamento sismico. Dave seguia alejandose. Baedecker abrio la cremallera del bolsillo de la rodilla derecha y extrajo los dos objetos. Le costo abrir

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