Scott la semana pasada, cuando recibio su telegrama.

– Oh -dijo Baedecker. No se le ocurrio otra respuesta en varios segundos. En el cielo trepaba un pequeno reactor-. ?Scott esta alli? Pensaba que lo veria en… Poona.

– Scott esta en un retiro, en la granja del Maestro. No regresara hasta el martes. Me pidio que le avisara. Yo estoy visitando a una vieja amiga de la Fundacion Educativa de Vieja Delhi.

– ?El Maestro? ?Te refieres a ese guru?

– Asi lo llaman todos. De cualquier modo, Scott me pidio que le avisara, y pense que usted no se quedaria mucho tiempo en Nueva Delhi.

– ?Y has venido antes de que amanezca para darme este mensaje? -Baedecker miro atentamente a la joven. Mientras se alejaban de los potentes focos, la tez de la muchacha parecia brillar con fulgor propio. Baedecker noto que una luz tenue tenia el cielo hacia el este.

– No hay problema -dijo ella, cogiendole el brazo-. Mi tren llego hace pocas horas. No tenia nada que hacer hasta que abrieran las oficinas de la Fundacion.

Habian llegado al frente de la terminal. Baedecker noto que estaban en la campina, a cierta distancia de la ciudad. Veia edificios de apartamentos a lo lejos, pero los ruidos y olores que los rodeaban era campestres. La calzada del aeropuerto conducia a una autopista ancha, pero en las cercanias habia caminos de tierra bajo banianos de muchos troncos.

– ?Cuando despega su vuelo, senor Baedecker?

– ?A Bombay? A las ocho y media. Pero no me llames «senor». Llamame Richard, por favor.

– Vale, Richard. ?Que tal si damos un paseo y luego vamos a desayunar?

– De acuerdo -dijo Baedecker. En ese momento habria dado cualquier cosa por disponer de una habitacion vacia, una cama, tiempo para dormir. ?Que hora seria en St. Louis? Su mente fatigada no podia con esa simple aritmetica. Siguio a la muchacha que echo a andar por la calzada mojada por la lluvia. Enfrente despuntaba el sol.

Hacia tres dias que despuntaba el sol cuando aterrizaron. Los detalles se perfilaban con claridad. Se habia planeado de ese modo.

Mas tarde Baedecker apenas recordaba el descenso por la escalerilla y el momento en que salto del modulo lunar. Todos los anos de preparacion, simulacion y expectativas habian conducido a ese instante, esa brusca interseccion del momento y el lugar, pero lo que Baedecker recordaba despues era una vaga sensacion de frustracion y urgencia. Llevaban un retraso de veintitres minutos cuando Dave lo precedio escalerilla abajo. Ponerse los trajes y chequear los cincuenta y un items del sistema de soporte vital y la despresurizacion les habia llevado mas tiempo que en las simulaciones.

Se desplazaron por la superficie, verificando su equilibrio, recogiendo muestras, tratando de recobrar el tiempo perdido. Baedecker habia dedicado muchas horas a idear una frase breve para recitarla cuando pisara el suelo lunar -su «nota al pie de la historia», como la habia llamado Joan-, pero Dave hizo una broma al saltar del estribo, Houston pidio un chequeo radial y el momento paso.

Baedecker tenia dos recuerdos fuertes del resto de la actividad extravehicular. Recordaba la maldita lista que llevaba en la muneca. No lograron recobrar el tiempo, ni siquiera despues de eliminar la tercera muestra de mineral y el segundo chequeo de la memoria de guia del Rover. Habia odiado esa lista.

El otro recuerdo aun se le aparecia en suenos. La gravedad. Un sexto de g. La euforia de botar por la superficie rutilante y rocosa con solo impulsarse con las botas. Eso despertaba un recuerdo anterior; Baedecker era un nino que aprendia a nadar en el lago Michigan, y su padre lo sostenia mientras el avanzaba pateando la arena del fondo del lago. Que maravillosa ligereza, la fuerza de los brazos de su padre, el suave vaiven de las verdes olas, la perfecta sincronizacion de peso y liviandad se encontraban en la pulsacion de equilibrio que le brotaba de los talones.

Aun sonaba con eso.

El sol se elevo como un enorme globo naranja de bordes tremulos mientras la luz se refractaba en el aire tibio. Baedecker penso en las fotos Ektachrome del National Geographic. ?India! Insectos, pajaros, cabras, pollos y vacas se sumaban al creciente rumor del trafico de la autopista. Incluso ese sinuoso camino de tierra por donde andaban ya estaba atestado de personas en bicicletas, carretas, camiones con la inscripcion de Transporte Publico y taxis negros y amarillos que se internaban en la confusion como abejas furibundas.

Baedecker y la joven se detuvieron junto a un edificio pequeno y verde que tanto podia ser una granja como un templo hinduista. Quiza fuera ambas cosas. En el interior sonaban campanas. Un olor a incienso y estiercol salia de un patio interior. Los gallos graznaban y en alguna parte un hombre cantaba en un fragil falsete. Otro hombre -con traje de poliester azul- detuvo su bicicleta, enfilo hacia el costado del camino y orino en el patio del templo.

Paso un crujiente carro tirado por un buey y Baedecker se volvio para mirarlo. La mujer del carro se cubrio la cara con el sari, pero los tres ninos que la acompanaban miraron a Baedecker. El hombre del pescante le grito al fatigado buey y azoto el excoriado flanco con una pertiga. De pronto el rugido de un 747 de Air India ahogo los demas ruidos. Los costados de metal relumbraron en el oro del sol naciente.

– ?Que es este olor? -pregunto Baedecker. En medio de esa embestida de olores (tierra mojada, cloacas abiertas, gases de automoviles, pilas de abono, contaminacion de la lejana ciudad) surgia un aroma dulce y abrumador que ya parecia haberle impregnado la piel y la ropa.

– Estan preparando el desayuno -dijo Maggie Brown-. En todo el pais estan preparado el desayuno en fogatas abiertas. La mayoria usan estiercol de vaca seco como combustible. Ochocientos millones de personas preparando el desayuno. Gandhi escribio una vez que este era el aroma eterno de la India.

Baedecker cabeceo. Las nubes del monzon devoraban el sol. Por un segundo los arboles y la hierba cobraron un verdor brillante y postizo, realzado por la fatiga de Baedecker. La jaqueca que lo atormentaba desde Frankfurt se habia desplazado desde atras de los ojos hacia la nuca. Cada paso le retumbaba en la cabeza. Pero el dolor parecia algo distante y sin importancia, percibido a traves de una bruma de agotamiento y de mareo de tierra. Formaba parte de la extraneza: los nuevos olores, la rara cacofonia de sonidos rurales y urbanos, esta atractiva joven a quien el sol le marcaba los pomulos y le encendia los ojos verdes. ?Que seria ella para el hijo de Baedecker? ?Era seria esa relacion? Baedecker lamento no haber hecho mas preguntas a Joan, pero habia sido una visita incomoda y el estaba ansioso por marcharse.

Baedecker miro a Maggie Brown y comprendio que era machista pensar en ella como en una nina. La joven tenia ese aplomo y esa actitud alerta que Baedecker asociaba con los verdaderos adultos, no con los que se habian limitado a crecer. Baedecker calculo que Maggie Brown rondaba los veinticinco anos, con lo cual era varios anos mayor que Scott. ?No habia dicho Joan que la amiga de su hijo era graduada y adjunta de catedra?

– ?Has venido a la India solo para visitar a Scott? -pregunto Maggie Brown. Estaban de nuevo en la calzada circular, acercandose al aeropuerto.

– Si. No -dijo Baedecker-. Es decir, he venido a ver a Scott, pero lo he hecho coincidir con un viaje de negocios.

– ?No trabajas para el gobierno? -pregunto Maggie-. ?La gente del espacio?

Baedecker sonrio ante la imagen que evocaba «gente del espacio».

– Hace doce anos que no trabajo para ellos -respondio, y le hablo de la empresa aeroespacial de St. Louis para la cual trabajaba.

– ?Asi que no tienes nada que ver con el transbordador espacial? -dijo Maggie.

– Muy poco. Pusimos algunos subsistemas a bordo de los transbordadores y a veces alquilamos espacio en ellos. -Baedecker se percato de que habia usado el pasado como si hablara de un difunto.

Maggie se detuvo para observar el resplandor dorado del sol sobre los flancos de la torre de control y los edificios terminales de Nueva Delhi. Se calo un mechon rebelde detras de la oreja y se cruzo de brazos.

– Es dificil creer que han pasado casi dieciocho meses desde que estallo el Challenger -dijo-. Fue espantoso.

– Si -afirmo Baedecker.

Era ironico que el hubiera estado en Cabo Canaveral para ese vuelo. Solo habia asistido a un lanzamiento anterior, uno de los primeros vuelos de prueba del Columbia, casi cinco anos atras. En

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