– Bueno, gracias a Dios -comento Brock, levantando una mano-. He estado rezando por ella. -Dejo caer la mano y se golpeo el muslo-. Y ese precioso bebe. Jesus tiene un lugar especial para los bebes.
Jeffrey no respondio, pero se dijo que ojala Jesus tuviera un lugar aun mejor para los que los apunalaban.
– ?Como lo lleva la familia? -pregunto Brock.
– Al parecer bien -le dijo Jeffrey antes de cambiar de tema-. Hace tiempo que no trabajas para la policia, ?verdad?
– Ya lo creo -exclamo Brock, a pesar de que habia sido forense durante anos-. He de decirte que me alegro de que Sara ocupara mi plaza. No es que el dinero no me viniera bien, pero por aquel entonces Grant se me estaba haciendo demasiado grande. Venia mucha gente de la ciudad, y querian que las cosas se hicieran como en la urbe. Yo no queria que se me pasara nada por alto. Es una gran responsabilidad. Me descubro ante ella.
Jeffrey sabia que al decir «la ciudad» se referia a Atlanta. Como casi todas las pequenas poblaciones de principios de los noventa, Grant habia vivido una gran afluencia de urbanitas que buscaban una vida mas tranquila. Huian de las grandes ciudades pensando que encontrarian un pacifico eden al final de la interestatal. Y en su mayor parte asi habria sido… si se hubieran dejado los ninos en casa. En parte, Jeffrey habia sido elegido como jefe de policia por su experiencia con el grupo antipandillas de la policia de Birmingham, Alabama. Cuando Jeffrey firmo su contrato, las autoridades responsables de Grant se habrian puesto a sacrificar cabras de haber pensado que eso podia resolver el problema de las bandas juveniles.
– Sara dijo que esto es bastante sencillo. Solo necesitas sangre y orina, ?verdad? -pregunto Brock.
– Aja -le contesto Jeffrey.
– He oido que Hare la ayuda con su consulta -dijo Brock.
– Aja -dijo Jeffrey dando un sorbo de cafe.
Hareton Earnshaw, el primo de Sara, tambien era medico, aunque no pediatra. Se encargaba de la clinica mientras Sara permaneciera en Atlanta.
– Mi padre, en paz descanse, solia jugar a cartas con Eddie y los demas -dijo Brock-. Recuerdo que a veces me llevaba a jugar con Sara y con Tessie. -Solto una risotada que resono en el coche-. ?Eran las unicas chicas de la escuela que me dirigian la palabra! -Habia autentico pesar en su voz-. Los demas creian que tenia las manos llenas de microbios.
Jeffrey se lo quedo mirando.
Brock le tendio una mano para ilustrarlo.
– De tocar a los muertos. Tampoco es que lo hiciera cuando era nino. No empece hasta mas tarde.
– Aja -dijo Jeffrey, preguntandose como habian pasado a ese tema.
– Mi hermano Roger era el que los tocaba. Roger era un autentico granuja.
Jeffrey se preparo, pensando que eso derivaria en un chiste asqueroso.
– A los chavales les cobraba un cuarto de dolar para llevarlos a la sala de embalsamar cuando papa se iba a dormir. Los conducia hasta alli con las luces apagadas, con la ayuda de una linterna para alumbrar el camino, y entonces apretaba el pecho del difunto, asi. -Aun sabiendo que no debia, Jeffrey se volvio para ver el lugar exacto-. Y el cuerpo exhalaba un leve gemido.
Brock abrio la boca y dejo escapar un leve y funebre gemido. El sonido era horrible -aterrador-, algo que Jeffrey deseo haber olvidado cuando se acostara aquella noche.
– Cristo, que cosa tan siniestra -dijo Jeffrey, estremeciendose como si alguien hubiera andado sobre su tumba-. No vuelvas a hacer eso, Brock.
Brock parecia arrepentido, pero disimulo. Se bebio el cafe y se quedo callado el resto del camino hasta el deposito.
Cuando Jeffrey se detuvo delante de la casa de los Rosen, lo primero que observo fue un rojo y reluciente Ford Mustang aparcado junto a la puerta. En lugar de dirigirse a la puerta principal, Jeffrey rodeo el coche, admirando sus elegantes lineas. Cuando tenia la edad de Andy Rosen, Jeffrey sonaba con conducir un Ford Mustang, y ver uno siempre le provocaba celos irracionales. Paso los dedos por la capota, recorriendo las franjas negras, pensando que Andy habia tenido muchos mas motivos para vivir que el cuando tenia su edad.
Alguien mas amaba ese coche. A pesar de que era muy temprano, no habia rocio sobre la chapa. Cerca del guardabarros de atras habia un balde vuelto del reves con una esponja encima. La manguera del jardin estaba enrollada cerca del coche. Jeffrey miro su reloj, y se dijo que era una hora extrana para lavar el coche, sobre todo considerando que el propietario habia muerto el dia antes.
Mientras se acercaba al porche, Jeffrey oyo a los Rosen discutir, al parecer con virulencia. Llevaba lo bastante siendo policia para saber que la gente suele decir las verdades cuando esta enfadada. Espero junto a la puerta, escuchando, aunque procuro no hacerlo de manera muy descarada por si algun corredor tempranero se preguntaba que estaba haciendo.
– ?Por que demonios te preocupas por el ahora, Brian? -preguntaba Jill Rosen-. Jamas te importo un bledo.
– Eso es una puta mentira, y lo sabes.
– A mi no me hables asi.
– ?Que te jodan! Te hablare asi cuando me salga de los cojones.
La voz de Jill Rosen bajo de tono, y Jeffrey no escuchaba bien lo que decia. Cuando el hombre le contesto, tampoco levanto la voz.
Jeffrey les concedio un minuto por si volvian a encolerizarse antes de llamar a la puerta. Los oyo moverse por la casa y supuso que uno o los dos estaban llorando.
Jill Rosen abrio la puerta. Jeffrey vio que llevaba un kleenex muy usado en la mano y comprendio que se habia pasado la manana llorando. Por un instante se acordo de Cathy Linton en la terraza de su casa, el dia anterior, y sintio una compasion que jamas habria creido poder experimentar.
– Jefe Tolliver -dijo Rosen-. Este es el doctor Brian Keller, mi marido.
– Hablamos por telefono -le recordo Jeffrey.
Keller parecia destrozado. A juzgar por el pelo gris, que le raleaba, y la mandibula caida, debia de rondar ya los sesenta, pero la afliccion le hacia parecer veinte anos mayor. Llevaba unos pantalones de raya diplomatica y, aunque era obvio que formaban parte de un traje completo, solo le cubria el torso una camiseta amarilla con el cuello en uve, que revelaba una mata de pelo gris en el pecho. Como su hijo, le colgaba del cuello una cadena con la estrella de David, o a lo mejor era la que habian encontrado en el bosque. Curiosamente, iba descalzo, y Jeffrey se dijo que habia sido Keller quien habia lavado el coche.
– Lo siento -dijo Keller-. Me refiero a lo de ayer, cuando hablamos por telefono. Estaba muy afectado.
– Siento lo de su hijo, doctor Keller -respondio Jeffrey.
Le estrecho la mano, y penso en como preguntarle con delicadeza si Andy era su hijo natural o adoptado. Muchas mujeres mantenian el apellido de soltera cuando se casaban, pero generalmente los hijos adoptaban el del padre.
– ?Es usted el padre biologico de Andy? -pregunto Jeffrey a Keller.
– Dejamos que Andy eligiera el apellido que queria cuando tuvo edad suficiente para tomar una decision fundada -dijo Rosen.
Jeffrey asintio, aunque opinaba que dejar elegir demasiadas cosas a los chavales era uno de los motivos por los que habia tantos en comisaria, sorprendidos de que sus malas decisiones les pudieran meter en lios.
– Pase -le invito Rosen, indicandole a Jeffrey que siguiera el breve pasillo que conducia a la sala.
Al igual que casi todos los profesores, vivian en Willow Drive, que daba a la calle Mayor, a poca distancia de la universidad. Esta habia llegado a un acuerdo con el banco para garantizar prestamos hipotecarios a bajo interes para los nuevos profesores, quienes se quedaban con las casas mas bonitas de la ciudad. Jeffrey se pregunto si todos los profesores permitian que sus hogares se deterioraran tanto como la de Keller. En el techo, habia manchas de humedad provocadas por un reciente chaparron, y las paredes necesitaban desesperadamente una nueva capa de pintura.
– Siento el desorden -dijo Jill Rosen con voz neutra.
– No pasa nada -contesto Jeffrey, aunque se pregunto como se podia vivir en medio de semejante desbarajuste-. Doctora Rosen…
– Jill.
– Jill -repitio-. ?Puede decirme si conoce a Lena Adams?