— ?Por que no? ?Acaso eso — senalo con un gesto la enfermeria — es mas horrible para una mujer que para un hombre?

— No lo se. Tu padre dijo una vez que si una mujer se pone un uniforme, se lo busca, y que no debe dudar en dispararle… una rara veta de igualitarismo, viniendo de el. Pero todos mis instintos son arrojar mi capa para que cruce un charco o cosas asi, no volarle la cabeza. Eso me repugna.

— El honor va con el riesgo — argumento Elena —. Niega el riesgo y negaras el honor. Siempre crei que eras el unico barrayarano varon que yo conocia que le permitiria a una mujer poder tener un honor que no estuviese depositado entre sus piernas.

Miles refunfuno.

— El honor de un soldado es cumplir su deber patriotico, seguro…

— ?O de una soldado!

— O de una soldado, de acuerdo; ?pero nada de todo esto es servir al emperador! Estamos aqui por el diez por ciento del margen de beneficio de Tav Calhoun. O en todo caso, estabamos…

Se contuvo, para continuar con su recorrido, y, luego, hizo una pausa.

— Lo que dijiste alli… sobre endurecerte…

Elena alzo la barbilla.

— ?Si?

— Mi madre fue una soldado verdadera tambien, y no creo que jamas dejara de sentir el dolor de los demas; ni siquiera el de sus enemigos.

Quedaron ambos en un largo silencio.

La reunion de oficiales para el plan de defensa ante el probable contraataque no fue tan dificil como Miles habia temido. Ocuparon una sala de reuniones que habia pertenecido a la gerencia de la refineria; el impresionante panorama exterior invadia la instalacion por los ventanales. Miles gruno y se sento de espaldas al mismo.

Rapidamente asumio el rol de arbitro, controlando el flujo de ideas al tiempo que ocultaba su carencia de informacion sobre el tema. Se cruzo de brazos, y solto algunos «hum» y «mm», pero solo muy ocasionalmente dijo: «Dios nos ayude», porque esto hacia que Elena se sofocara. Thorne y Auson, Daum y Jesek, y los tres oficiales felicianos jovenes liberados, a los que no les habian secado el cerebro, hicieron el resto; si bien, Miles se encontro con que tenia que alejarlos de ideas muy parecidas a las que acababan de resultarles inapropiadas a los pelianos.

— Seria de un gran ayuda, mayor Daum, si pudiera contactar con su comando — dijo Miles al concluir la sesion, y penso; ?por el amor de Dios, como puede haber extraviado un pais entero? —. Como ultimo recurso, tal vez un voluntario en una de esas lanzaderas de la estacion podria escurrirse hasta el planeta y decirles que estamos aqui, ?no?

— Lo seguiremos intentando, senor — prometio Daum.

Algun alma entusiasta habia encontrado cuartos para Miles en la seccion mas lujosa de la refineria, previamente reservada, como la elegante sala de reuniones de la gerencia. Desafortunadamente, el servicio de mantenimiento habia quedado mas bien interrumpido en las ultimas semanas. Miles se abrio paso entre artefactos personales del ultimo peliano que habia acampado en la suite ejecutiva, los cuales cubrian a su vez otro estrato anterior que correspondia al feliciano que habia sido expulsado en su momento. Ropas desparramadas, envolturas vacias de raciones, discos de ordenador, botellas semivacias, todo bien agitado por el bamboleo en gravedad artificial durante el ataque. Los discos de datos, al examinarlos, resultaron ser todos de entretenimientos ligeros. Ningun documento secreto, ningun brillante golpe maestro de inteligencia.

Miles podria haber jurado que las abigarradas manchas velludas que crecian en las paredes del bano se movian cuando no estaba mirandolas directamente. Quiza fuer un efecto de la fatiga. Tuvo cuidado de no tocarlas al ducharse. Puso las luces al maximo de intensidad cuando finalizo, y cerro la puerta con llave, recordandose a si mismo severamente que no habia pedido la compania nocturna del sargento sobre la base de que habia «Cosas» en su bano desde que tenia cuatro anos. Dolorido de sueno, se vistio con ropa interior limpia que trajo consigo.

La cama era una burbuja ingravida, entibiada como un utero por rayos infrarrojos. El sexo en gravedad cero, habia escuchado Miles, era uno de los punto algidos de los viajes espaciales. Personalmente, jamas habia tenido oportunidad de probarlo. Diez minutos, tratando de relajarse en la burbuja le convencieron de que nunca lo haria, tampoco, aunque los olores y las manchas que saturaron el aposento al calentarse el ambiente sugerian que en un minimo de tres personas lo habian probado ahi mismo, recientemente. Se levanto rapido y se sento en el suelo hasta que su estomago dejo de revolverse en su interior. Suficiente botin por la victoria.

A traves de los ventanales habia una esplendida vista del casco abierto, arrugado, de la RG 132. Por momentos, la tension se liberaba en alguna tortuosa escama de metal y saltaba espontaneamente para agitarse un poco, superficialmente, en otra zona afectada de la nave, adhiriendose como caspa. Miles observo durante un rato y luego decidio ir a ver si el sargento tenia aun el botellin de whisky.

El corredor correspondiente a la suite terminaba en una cubierta de observacion, una campana de cromo y cristal enmarcada por el polvo de millones de estrellas. Atraido, Miles se encamino hacia alli.

La voz de Elena, en un grito inarticulado, le saco de su somnolencia, causandole un brusco flujo de adrenalina. Venia de la cubierta de observacion; Miles echo a correr con su marcha desigual.

Trepo velozmente la pasarela y doblo, agarrandose con una mano de un poste luminoso. La oscura cubierta de observacion estaba tapizada en terciopelo azul real, que brillaba a la luz de las estrellas. Asientos rellenos de liquido y bancos de extranas curvas y disenos parecian a invitar a reclinarse indolentemente. Baz Jesek estaba con la espalda en uno de ellos, los brazos separados y el sargento Bothari encima de el.

Las rodillas del sargento aplastaban la ingle y el estomago del maquinista, y las manos se cerraban sobre el cuello de Baz, retorciendolo. La cara de Baz estaba marron, sus palabras estranguladas no conseguian la coherencia. Elena, con la guerrera desabrochada, galopaba alrededor de ambos, apretando y aflojando sus manos ante la desesperacion de no poder oponerse fisicamente a Bothari.

— ?No, padre! ?No! — gritaba.

?Habia atrapado Bothari al maquinista tratando de acosarla? Una celosa y caliente colera sacudio a Miles, frustrada inmediatamente por el frio razonamiento. Elena, entre todas las mujeres, era capaz de defenderse a si misma; las paranoias del sargento habian garantizado eso. Sus celos se tornaron hielo. Podia dejar que Bothari matase a Baz…

Elena le vio.

— ?Miles… mi senor!, ?detenle!

Miles se acerco.

— Sueltalo, sargento — ordeno. Bothari, el rostro amarillo de ira, miro a los lados y luego a su victima. Sus manos no aflojaron.

Miles se arrodillo y apoyo levemente su mano en los acordonados musculos del brazo de Bothari. Tuvo la incomoda sensacion de que aquello era la cosa mas peligrosa que habia hecho en su vida. Bajo la voz hasta murmurar:

— ?Debo repetir mis ordenes dos veces, hombre de armas?

Bothari le ignoro.

Miles cerro apretadamente sus manos alrededor de la muneca del sargento.

— No tiene fuerza para romper mi presa — gruno Bothari por un rincon de su boca.

— Tengo fuerza para romperme los dedos intentandolo — contesto Miles, y cargo todo su peso para ayudarse. Sus unas se pusieron blancas. En un instante, sus articulaciones empezarian a estallar…

Los ojos del sargento se entrecerraron, el aliento le pasaba siseando por sus manchados dientes. Entonces, con un insulto, solto a Baz de un empujon y se libro de Miles con una sacudida. Les dio la espalda, jadeando, los ojos ciegos perdidos en el infinito.

Baz se retorcio en el banco y cayo al suelo con un fuerte golpe. Trago en un ronco ahogo liquido y escupio sangre. Elena corrio hacia el y le acuno la cabeza en su regazo, sin hacer caso de la incomoda situacion.

Miles se levanto tambaleandose y se quedo de pie, recobrando el aliento.

— Esta bien — dijo finalmente —, ?que pasa aqui?

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