ademas, desacostumbrado. Siempre habia tenido al sargento para que se preocupara por el. Toco el rostro de Bothari: el menton afeitado era aspero al tacto.
— ?Que hago ahora, sargento?
16
Pasaron tres dias antes de que llorara, preocupado porque no podia llorar. Entonces, solo en la cama, de noche, llego una violenta tormenta incontrolable que duro horas. Miles la considero meramente una catarsis, pero siguio repitiendose en noches sucesivas y entonces se preocupo porque no podia parar. Ahora su estomago le dolia todo el tiempo, pero especialmente despues de las comidas, por lo que en consecuencia apenas las probaba. Sus rasgos finos se afinaron mas aun, moldeandose a los huesos.
Los dias eran una niebla gris. Rostros, familiares y no familiares, le fastidiaban pidiendole instrucciones, a las que su respuesta era un laconico e invariable: «Arreglese usted mismo.» Elena no le hablaba en absoluto. Se estremecia temiendo que ella encontrara consuelo en brazos de Baz. La vigilaba secretamente, ansioso. Pero ella no parecia estar buscando consuelo en ninguna parte.
Despues de una reunion de la plana mayor Dendarii, particularmente informal e inconcluyente, Arde Mayhew le llevo aparte. Miles se habia sentado, silencioso, a la cabecera de la mesa, estudiandose las manos aparentemente, mientras sus oficiales croaban como sapos sobre cosas sin sentido.
— Dios sabe — le susurro Arde — que yo no se mucho acerca de ser un oficial militar — aspiro profundamente —, pero si se que no se puede arrastrar consigo a doscientas personas, o mas, hasta el limbo, asi como asi, y luego ponerse catatonico.
— Tienes razon — gruno Miles —. No sabes mucho.
Se marcho pisando firme, con la espalda erguida, pero sacudido por dentro ante la injusticia de la queja de Mayhew. Pego un portazo al cerrar su cabina justo a tiempo para vomitar en secreto por cuarta vez en esa semana, la segunda desde la muerte de Bothari; tercamente resuelto a hacerse cargo ahora mismo del trabajo y a dejarse de tonterias, y cayo en la cama para quedar inmovil las seis horas siguientes.
Se estaba vistiendo. Los hombres que desempenan deberes solitarios estaban todos de acuerdo: uno tenia que mantener alto el nivel o las cosas se iban al diablo. Miles llevaba ya tres horas despierto y se habia puesto los pantalones. En la hora siguiente intentaria afeitarse, o ponerse los calcetines, lo que pareciera mas facil. Medito sobre el obstinado y masoquista habito barrayarano de afeitarse todos los dias contra, digamos, la civilizada costumbre betana de aplastar permanentemente los brotes de pelo. Tal vez se decidiera por los calcetines.
Sono el timbre de la cabina. Lo ignoro. Luego el intercomunicador, con la voz de Elena.
— Miles, dejame entrar.
Se sento de una sacudida, casi mareandose, y contesto rapidamente:
— ?Pasa! — lo que acciono la cerradura codificada.
Elena se abrio paso con cuidado por enter ropa tirada por el suelo, armas, equipamiento, cargadores vacios, envases de raciones. Miro a su alrededor, arrugando la nariz con consternacion.
— ?Sabes? Si no ordenas este revoltijo tu mismo, deberias al menos elegir un nuevo guardaespaldas.
Miles tambien miro a su alrededor.
— Nunca se me habia ocurrido — dijo humildemente —. Solia creer que yo era una persona muy ordenada, siempre todo en su lugar, o asi lo pensaba. ?No te importaria?
— No me importaria ?que?
— Que me consiguiera un nuevo guardaespaldas.
— ?Por que deberia importarme?
Miles considero el asunto.
— Tal vez Arde. Tengo que encontrarle algo, tarde o temprano, ahora que ya no puede pilotar naves.
— ?Arde? — repitio ella con tono de duda.
— Ya no es ni remotamente tan desalinado como solia ser.
— Mm. — Recogio un visor de mano que estaba tirado en el suelo y busco un lugar donde ponerlo, pero habia solo una superficie alta en la cabina desprovista de polvo y de desorden —. Miles, ?cuanto tiempo vas a tener aqui este ataud?
— Aqui podria estar tan bien como en cualquier otro lado. El deposito es frio. A el no le gustaba el frio.
— La gente esta empezando a pensar que eres extrano.
— Dejalos que pienses lo que les guste. Le di mi palabra una vez de que le llevaria de vuelta a Barrayar para que le enterraran, si… si algo le pasaba aqui.
Ella se encogio de hombros, airada.
— Y ?por que molestarte manteniendole tu palabra a un cadaver? Jamas sabra la diferencia.
— Yo estoy vivo — respondio tranquilamente Miles —, y yo lo sabria.
Elena se paseo por la cabina, con los labios tensos. La cara tensa, todo el cuerpo tenso…
— Llevo diez dias dando tus clases de combate sin armas, no has venido ni a una sola sesion.
Miles se pregunto si debia contarle lo de los vomitos de sangre. No, seguro que ella le arrastraria hasta la enfermeria. No queria ver a la medica. Su edad, la secreta debilidad de sus huesos… demasiadas cosas se harian evidentes en un examen medico minucioso.
Elena prosiguio:
— Baz esta haciendo dos turnos, reacondicionando equipos. Tung, Thorne y Auson andan de aca para alla organizando a los nuevos reclutas… pero todo esta empezando a despedazarse. Todos pierde el tiempo discutiendo con los demas. Miles, si permaneces una semana mas encerrado aqui, los Mercenarios Dendarii van a empezar a parecer lo mismo que esta cabina.
— Lo se, estuve en las reuniones de la plana mayor. Solo porque no haya dicho nada no significa que no este escuchando.
— Entonces escuchales cuando dicen que necesitan tu liderazgo.
— Juro por Dios, Elena, que no se para que. — Se paso la mano por el cabello y alzo la barbilla —. Baz arregla cosas, Arde las maneja, Tung, Thorne, Auson y su gente pelean, tu los mantienes a todos en buen estado fisico… Yo soy la unica persona que no hace nada fundamental en absoluto. — Hizo una pausa —. ?Lo que ellos dicen?, y ?que es lo que dices tu?
— ?Que importa lo que yo diga?
— Has venido.
— Me pidieron que viniera. No has dejado entrar a nadie mas, ?recuerdas? Me han estado molestando durante dias. Actuan como un punado de cristianos pidiendole a la Virgen Maria que intercerda ante Dios.
— No, solo ante Jesus; Dios esta Barrayar. — Una sombra de su vieja sonrisa le atraveso el rostro.
Elena se reprimio, pero luego oculto la cara entre las manos.
— ?Maldito seas por hacerme reir! — dijo, tratando de controlarse.
Miles se levanto, le asio las manos y la hizo sentar a su lado.
— ?Por que no deberias reir? Te mereces la risa, y todas las cosas buenas.
Ella no respondio, sino que miro hacia la caja rectangular plateada que estaba en el rincon de la cabina.
— Tu nunca dudaste de las acusaciones de esa mujer — dijo al fin —, ni siquiera en el primer instante.
— He visto mucho mas de el de lo que tu nunca has visto. Practicamente vivio en mi bolsillo trasero durante diecisiete anos.
— Si… — Bajo la vista a sus manos, que ahora retorcia en su regazo —. Supongo que nunca vi mas que visnumbres fugaces. Venia a la villa en Vorkosigan Surleau y le daba a la senora Hysop el dinero una vez al mes… dificilmente se quedaba mas de una hora. Parecia de tres metros de alto, con esa librea marron y plateada vuestra. Solia estar muy excitada, no podia dormir durante una o dos noches antes de que viniera. Los veranos eran el paraiso, porque cuando tu madre me invitaba al lago para ir a jugar contigo, le veia todo el dia. — Cerro con fuerza los punos y la voz se le quebranto —. Y todo eran mentiras. Gloria falsa, mientras que todo el tiempo lo