Miles sintio un ligero cambio en la gravedad y en la vibracion; debian de estar moviendose para una formacion de ataque. Era hora de ponerse el casco y entrar en contacto con Tung y Auson en la sala de tacticas. El tecnico que asistia a Elena le puso el casco a la joven. Ella abrio la placa facial para hablar con el perito; colaboraban en algunos ajustes menores.
Si Baz se atenia a su programa, esta era seguramente la ultima oportunidad que Miles tenia con Elena. Con el maquinista lejos, nadie le usurparia su papel de heroe. El siguiente rescate lo haria el. Se imagino a si mismo acabando con amenazadores pelianos a diestra y siniestra y salvandola de algun pozo tactico… los detalles eran vagos. Ella tendria que creer que el la amaba, acto seguido. La lengua de Miles se destrabaria magicamente y encontraria al fin las palabras adecuadas, despues de tantas otras desacertadas; la nivea piel de ella se entibiaria al calor de su ardor y volveria a florecer…
La cara de Elena, enmarcada por el yelmo, era fria y austera, el mismo paisaje invernal y descolorido que habia mostrado al mundo desde la muerte del sargento. Su falta de reaccion preocupaba a Miles. Aunque en verdad, ella tenia sus obligaciones Dendarii para distraerse, mantenerse ocupada… no como el lujo autoindulgente de su propio retiro. Al menos, con Elena Visconti lejos, se habia ahorrado aquellos incomodos encuentros por los pasillos y salas de reuniones, donde ambas mujere simulaban un feroz y frio profesionalismo.
Elena se acomodo en su armadura y miro pensativa el negro agujero de la boca del arco de plasma incorporado al brazo derecho de su traje. Se calzo el guante, cubriendo las venas azules de su muneca, como palidos rios de hielo. Sus ojos le hicieron pensar a Miles en navajas. Camino hasta su lado y aparto al tecnico con un ademan. Las palabras que fijo no fueron ninguna de las tantas que habia ensayado para la ocasion. Bajo la voz para susurrar:
— Lo se todo sobre el suicidio. No creas que puedes sorprenderme.
Elena se sobresalto y se puso roja. Le miro con fiero desden. Cerro la placa facial de su casco.
Perdona, dijo el en su angustiado pensamiento. Es necesario.
Arde le coloco el casco a Miles, conecto los mandos y comprobo las conexiones. Un encaje de fuego se anudo y se enmarano en las entranas de Miles. ?Maldicion!, pero iba a ser dificil ignorarlo.
Comprobo su comunicacion con la sala de tacticas.
— ?Comodoro Tung? Aqui Naismith. Los videos, por favor.
El interior de su placa facial se inundo de color y de lecturas duplicadas de la telemetria de la sala de tacticas para el combate de campo. Unicamente comunicaciones, ningun enlace de servo esta vez. La armadura peliana no tenia ninguno.
— Ultima oportunidad para cambiar de parecer — dijo Tung por el comunicador, continuando la vieja argumentacion —. ?Seguro que no prefiere atacar a los oseranos despues de la transferencia, mas lejos de las bases pelianas? Nuestra informacion respecto de ellos es mucho mas detallada…
— ?No! Tenemos que destruir o capturar la nomina antes de la entrega; hacerlo despues es estrategicamente inutil.
— No del todo, seguramente podriamos usar el dinero.
Y como, penso hoscamente Miles. Pronto requeriria numeracion cientifica registrar su deuda con los Dendarii. Dificilmente una flota mercenaria podria quemar mas rapido el dinero aunque sus naves corrieran a todo vapor y los fondos fueran arrojados directamente a los hornos. Nunca antes alguien tan pequeno habia debido tanto a tantos, y aquello empeoraba a cada hora. Su estomago se le escurria por la cavidad abdominal como una ameba torturada, arrojando seudopodos de dolor y la vacuola de un eructo acido. Eres una ilusion psicosomatica, le aseguro Miles.
El grupo de asalto formo y se encamino a las lanzaderas que aguardaban. Miles camino entre ellos, tratando de tocas a cada persona , llamarla por su nombre, darle algun consejo individual; eso parecia gustarle. Ordeno sus rangos en su mente, y se pregunto cuantas bajas habria cuando hubiera terminado el trabajo del dia. Perdon… Estaba agotado de soluciones astutas. Esto debia hacerse a la vieja usanza, de frente, duramente.
Marcharon por los corredores hasta entrar en las lanzaderas. Seguramente, esta era la peor parte: esperar impotentemente hasta que Tung los entregara como cajas de huevos, tan fragiles, tan revueltos cuando se rompen. Tomo aliento profusamente y se preparo para afrontar los efectos habituales de la gravedad cero. No estaba en absoluto preparado para el calambre que le doblo, le arrebato el aliento y le dreno la cara hasta dejarsela blanca como un papel. Nunca habia tenido antes uno asi, no como ese… Se doblo sobre si mismo jadeando, perdio el apoyo de la banda de sujecion y floto con la ingravidez. Dios, finalmente ocurria… la ultima humillacion: iba a vomita en una armadura espacial. En unos instantes, todo el mundo se enteraria de su comica debilidad. Absurdo, un pretendiente a oficial del Imperio con mareos por el vacio. Absurdo, absurdo, el siempre habia sido absurdo. La presencia de animo le alcanzo apenas para poner a toda potencia el sistema de ventilacion de su traje, con una sacudida del menton, y para acallar la emision de su intercomunicador. No habia ninguna necesidad de convidar a los mercenarios con el sonido poco edificante de las arcadas de su comandante.
— Almirante Naismith — requirieron de la sala de tacticas —. Su lecturas medicas parecen extranas. Se solicita chequeo telemetrico.
El universo parecio reducirse a su vientre. Un torrente repentino, arcadas, tos, y otro, y otro. El ventilador no podia seguir el ritmo. No habia comido nada aquel dia, ?De donde salia todo eso?
Un mercenario tiro de el en el aire y trato de ayudarle, estirandole las piernas agarrotadas.
— Almirante Naismith, ?esta usted bien?
Le abrio la placa facial; ante el «?No! ?No aqui…! ?Hijo de puta!» que jadeo Miles, el hombre salto hacia atras y alzo la voz en un grito penetrante:
— ?Medica!
Esta exagerando la reaccion, trato de decir Miles; lo limpiare yo mismo… Coagulos oscuros, gotas escarlata, globulos de resplandor carmesi flotaron delante de su aturdida mirada, divulgando su secreto. Parecia ser sangre pura. «No», se quejo, o trato de hacerlo, «no ahora…».
le aferraron unas manos, que le devolvieron por el corredor por el que momentos antes habia entrado. La gravedad le comprimia contra la cubierta del pasillo; ?quien diablos habia aumentado la gravedad? Otras manos le quitaron el casco. Se sentia como una langosta para la cena. El estomago volvio a esprimirsele.
La cara de Elena, casi tan blanca como la suya, se le acerco. La joven se arrodillo, se quito el guante de servo y le asio la mano, carne a carne al fin.
— ?Miles!
La verdad es lo que uno se cree…
— ?Comandante Bothari! — grazno Miles, tan alto como podia. Un anillo de rostros atemorizados se amontono a su alrededor. Sus dendarii. Su gente. Por ellos, entonces. Todo por ellos —. Hagase cargo.
— ?No puedo!
Su cara estaba palida y aterrada por la conmocion. Dios, penso Miles, debo parecerme a Bothari vertiendo sus tripas. No es tan grave, trato de decirle a Elena. Espirales negras y plateadas destellearon en su vista, enturbiandole el rostro de la joven. ?No! ?Todavia no…!
— Mi subdita. Tu puedes. Tu debes. Estare contigo. — Se retordio, aferrado por algun gigante sadico —. Tu eres un verdadero Vor, no yo… Debio de haber algun cambio en aquellos reproductores. — Le dispenso una tetrica sonrisa — Impuslo, adelante…
Elena se levanto entonces; la determinacion desalojo el terror de su cara, el hielo que habia corrido como agua se trasmuto en marmol.
— Bien, mi senor — susurro. Y en voz mas alta —: ?Bien! Hagan sitio aqui, dejen hacer su trabajo a los medicos… — Y despejo a los admiradores.
Miles fue puesto en una camilla flotante. Miro sus pies en las botas, distantes y oscuras lomas, balanceandose delante de el como si le llevaran volando. Primero, los pies; tenian que ser primero los pies. Apenas sintio el pinchazo de la primera endovenosa en el brazo. Escucho tras el la voz de Elena, alzandose tronante.
— ?Esta bien, payasos! No mas juegos. ?Vamos a ganar este asalto para el almirante Naismith!
Heroes. Brotaban alrededor suyo como semillas. Un portador; aparentemente el er incapaz de contraer la enfermedad que el mismo diseminaba.
— Maldita sea — se lamento —. Maldita sea, maldita sea, maldita sea…
Repitio esta letania como una mantra, hasta que la segunda inyeccion sedante le separo del dolor, de la frustracion y de la conciencia.