Miles espio entreabriendo los ojos; sintiendose pesado por el sueno, como si se moviera bajo el agua. ?Que hora era, y por que estaba ese idiota llamandole erroneamente por el titulo de su padre? ?Era nuevo el sirviente? No…
Una fria consciencia le bano y se le hizo un nudo en el estomago, a medida que el significado completo de las palabras del hombre le penetraba. Se sento; su cabeza nadaba, su corazon se hundia.
— ?Que?
— El… v… vuestro padre pide que se vista y le vea abajo inmediatamente. — El hablar trastabillado del hombre confirmo su temor.
Faltaba una hora para el alba. Las lamparas amarillas formaban pequenos charcos calidos en la biblioteca cuando Miles entro. Las ventanas eran rectangulos transparentes de un frio gris azulado, balanceadas en la cuspide de la noche, sin transmitir la luz del exterior ni reflejar la luz de la sala. Su padre estaba de pie, semivestido con los pantalones de su uniforme, camisa y pantuflas, hablando en tono grave con dos hombres; su medico personal y un asistente vestido con el uniforme de la Residencia Imperial. Su padre, ?el conde Vorkosigan?, le miro a los ojos.
— ?El abuelo, senor? — pregunto quedamente Miles.
El nuevo conde asintio con la cabeza.
— Muy tranquilamente, mientras dormia, hace unas dos horas. No sufrio, creo.
La voz de su padre era clara y baja, sin temblor, pero su cara parecia mas marcada que de costumbre, casi arrugada. Endurecido, sin expresion: el comandante resuelto. Situacion bajo control. Unicamente sus ojos, y solo de vez en cuando, en un desliz aal pasar, conservaban la mirada de un nino herido y desorientado. Los ojos asustaban a Miles mucho mas que la boca austera.
La propia vision de Miles se empano, y se seco con la mano las necias lagrimas de sus ojos, en un arrebato brusco y furioso.
— Maldita sea — dijo, ahogandose en un sollozo. Nunca se habia sentido tan pequeno.
Su padre se dirigio a el, indeciso.
— Yo… — empezo a decir —. Estuvo pendiendo de un hilo durante tres meses, tu lo sabes…
Y yo corte ese hilo ayer, penso Miles con tristeza. Lo siento… Pero dijo solamente:
— Si, senor.
El funeral del viejo heroe fue casi un acontecimiento nacional. Tres dias de panoplia y pantomima, penso cansado Miles: ?para que todo eso? La ropa apropiada se confecciono apresuradamente en un adecuado negro sombrio. La Casa Vorkosigan se convirtio en una caotica plataforma de espera para incursiones en representaciones teatrales publicas preestablecidas. La ceremonia, en el Castillo Vorhartung, donde se reunio el Consejo de Condes. Los elogios. La procesion, que fue casi un desfile, gracias al prestamo, hecho por Gregor Vorbarra, de una banda militar de uniforme y de un contingente de la puramente dcorativa caballeria. El entierro.
Miles habia pensado que su abuelo era el ultimo de su generacion. No tanto, parecia, viendo el atroz grupo de ancianos rechinando martinetes y sus mujeres marchitas, de negro, como cuervos aleteando, que venian arrastrandose desde las maderas labradas entre las que habian estado ocultos. Miles, austeramente cortes, soportaba sus miradas emocionadas y compasivas cuando era presentado como el nieto de Piotr Vorkosigan, asi como sus recuerdos interminables de personas de las que nunca habia oido hablar, que habian muerto antes de que el naciera, y de quienes, esperaba sinceramente, no volveria a oir jamas.
Incluso despues de haber sido aplastada la ultima palada de tierra, la cosa no habia terminado. Esa tarde y esa noche, la Casa Vorkosigan fue invadida por una horda de amigos, conocidos, militares, hombres publicos, sus esposas, los corteses, los curiosos y mas parientes de los que le importaban. Uno no podria llamarlos personas que le desearan buenos augurios, reflexiono.
El conde y la condesa Vorkosigan estaban atrapados escaleras abajo. El deber social fue siempre, para su padre, un yugo asociado al deber politico, por lo que era doblemente irremediable. Pero cuando su primo Ivan Vorpatril llego a remolque de su madre, lady Vorpatril, Miles resolvio escapar al unico reducto no ocupado por fuerzas enemigas. Ivan habia aprobado sus examenes como aspirante, segun habia oido Miles; no creyo poder tolerar los detalles. Arranco un par de vistosos retonos al pasar frente a una ofrenda floral y subio en el ascensor hasta el utimo piso, a refugiarse.
Miles golpeo la puerta labrada.
— ?Quien es? — sono debilmente la voz de Elena. Probo el picaporte esmaltado, vio que la puerta estaba sin llave y asomo una mano ondeando las flores por la puerta. La voz de ella agrego —: Oh, pasa, Miles.
Entro, delgado y de negro, y sonrio indeciso. Elena estaba sentada en una silla antigua, junto a la ventana.
— ?Como sabias que era yo? — pregunto Miles.
— Bueno, o eras tu o… nadie me trae flores de rodillas. — Miro un momento al picaporte, revelando inconscientemente la escala de altura que habia empleado para su deduccion.
Miles cayo rapidamente de rodillas y marcho asi por la alfombra para presentarle su obsequio con un ademan teatral.
—
— Oh, querido. — Elena le ayudo a llegar hasta la cama, le hizo estirar las piernas y volvio a su silla.
Miles miro el pequeno dormitorio.
— ?Este cuchitril es lo mejor que podemos ofrecerte?
— A mi me agrada. Me gusta la ventana a la calle, es mas grande que el cuarto de mi padre — le aseguro ella. Luego olio las flores, un tanto rancias. Miles se lamento de inmediato por no haber escogido otras mas perfumadas. Elena le miro de repente con suspicacia —. Miles, ?donde las conseguiste?
Se sonrojo un poco, sintiendose culpable.
— Las tome prestadas del abuelo. Creeme, nunca lo notaran. Ahi abajo hay una selva.
Elena sacudio la cabeza como sin esperanza.
— Eres incorregible. — Pero sonrio.
— ?No te importa? — pregunto ansioso Miles —. Pense que te darian mas placer a ti que a el, a estas alturas.
— ?Con tal que nadie piense que yo misma las robe!
— Mandamelos a mi — dijo Miles con cierta pompa. Ella miraba ahora la delicada estructura de las flores de un modo mas sombrio —. ?Que estas pensando? ?Cosas tristes?
— Sinceramente, mi cara bien podria ser una ventana.
— En absoluto. Tu cara es mas como…, como el agua. Toda reflejos y luces cambiantes; nunca se que se oculta en lo mas profundo. — Al final de la frase bajo la voz, para indicar el misterio de las profundidades.
Elena sonrio burlonamente y luego se puso mas seria.
— Solo pensaba que… nunca puse flores en la tumba de mi madre.
El se ilumino ante la perspectiva de un proyecto.
— ?Quieres hacerlo? Podriamos ir y cargar una o dos carretillas, nadie lo notaria.
— ?Por cierto que no! — respondio indignada —. Eso esta bastante mal por tu parte. — Miro las flores a la luz de la ventana, una luz plateada por lass nubes heladas de otono —. De todas maneras, no se donde esta.
— Que extrano. Con la fijacion que el sargento tiene con tun madre, hubiera pensado que es de los que hacen peregrinajes; aunque quiza no le guste recordar su muerte.
— Tienes razon en eso. Una vez le pedi que me llevara a ver donde estaba enterrada y demas, y fue como hablarle a un muro. Sabes como puede llegar a ser.
— Si, muy como un muro; particularmente cuando se trata de una persona. — Un destello de maquinacion le ilumino la mirada —. Tal vez sea un sentimiento de culpa. Tal vez tu madre fue una de esas mujeres que muere en el parto… Murio en la epoca en que tu naciste, ?no?
— Me dijo que fue un accidente de aviacion.
— Ah.
— Pero, en otra ocasion dijo que se habia ahogado.