por no mostrarse muy amigable conmigo. Nunca volvi alli.

El tercero era Alabam, un ladronzuelo de poca monta. Robaba espejos retrovisores, tornillos y tuercas, destornilladores, bombillas, reflectores, bocinas, baterias. Robaba bragas de mujer y sabanas de los tenderos, alfombras de los recibidores, felpudos de los portales. Se iba a los supermercados y compraba un saco de patatas, pero en el fondo del saco iban filetes, jamon, latas de anchoas, etc. Se hacia llamar George Fellows. George tenia una desagradable costumbre: bebia conmigo, y cuando yo estaba completamente pasado y ya casi indefenso, me atacaba. Queria a toda costa azotarme en el culo, pero era un tio enclenque y cobarde como una hiena. Yo siempre me las arreglaba para levantarme lo suficiente para pegarle una en el vientre y otra en la sien, que le mandaban tropezando y cayendose hasta el final de las escaleras, dejando normalmente por el camino objetos robados que se le caian del bolsillo -mi bayeta, un abrelatas, un despertador, mi pluma, un frasco de pimienta, o quizas un par de tijeras.

El encargado del almacen de bicicletas, el senor Han-sen, era un hombre de cara colorada, sombrio, con la lengua verde de chupar caramelos de menta para quitarse el aliento a whisky. Un dia me llamo a su oficina.

– Oye, Henry, esos dos tipos son bastante imbeciles ?no?

– A mi me caen bien.

– Pero, quiero decir que, Hector especialmente… realmente es un imbecil. Oh, entiendeme, esta bien, pero quiero decir que, bueno, ?crees que es capaz de hacer algo de provecho?

– Hector esta bien, senor.

– ?Lo dices en serio?

– Por supuesto.

– Y ese Alabam, tiene ojos de comadreja. Probablemente nos roba seis docenas de pedales de bicicleta cada mes ?no crees?

– Yo no lo creo asi, senor. Yo nunca le he visto llevarse nada.

– Chinaski…

– ?Si, senor?

– Te voy a aumentar el sueldo diez dolares a la semana.

– Gracias, senor. -Nos dimos la mano. Fue entonces cuando me di cuenta de que el y Alabam estaban compinchados y birlaban material del almacen.

39

Jan tenia un polvo excelente. Habia tenido dos ninos, pero tenia un polvo de lo mas acojonante. Nos habiamos conocido en una camioneta-bar -yo estaba gastando mis ultimos cincuenta centavos en una grasienta hamburguesa- y hablamos empezado a hablar. Ella me invito a una cerveza, me dio un numero de telefono, y tres dias mas tarde me mudaba a su apartamento.

Tenia un chochito prieto y recibia la polla como si fuese un cuchillo que fuera a matarla. Me recordaba a una pequena cerdita, jamona y lujuriosa. Habia en ella la suficiente rabia y hostilidad como para hacerme sentir que con cada embestida de mi cuchillo le pagaba de vuelta sus ataques de mala leche. Le habian extirpado un ovario y aseguraba que no podia quedarse prenada; pero, para tener un solo ovario, respondia generosamente.

Jan se parecia mucho a Laura -solo que era mas delgada y mas bonita, con una larga cabellera rubia que le caia por los hombros y unos hermosos ojos azules. Era extrana; siempre estaba cachonda por las mananas a pesar de la resaca. Yo por las mananas y con resaca no podia andar muy caliente. Yo era un hombre nocturno. Pero, por la noche, ella siempre estaba chillandome y arrojandome cosas: telefonos, guias telefonicas, botellas, vasos (llenos y vacios), radios, bolsos, guitarras, ceniceros, diccionarios, relojes de pulsera rotos, despertadores… Era una mujer fuera de lo corriente. Pero habia una cosa con la que siempre habia que contar. Ella queria follar por las mananas, con muchas ganas. Y yo tenia que ir al almacen de bicicletas.

Una manana tipica, mirando el reloj, la eche el primer polvo, gargajeando, con ganas de toser y con nauseas, tratando de disimularlo, luego me calente, me corri y me eche a un lado.

– Ya esta -dije-, voy a llegar con quince minutos de retraso.

Ella salio trotando hacia el bano, feliz como un pajaro, se limpio, canturreo, se miro el vello de las axilas, se miro en el espejo, se preocupo un poco mas por la edad que por la muerte, luego volvio trotando y se metio entre las sabanas mientras yo me embutia mis manchados calzoncillos dispuesto a salir e integrarme al alboroto del trafico afuera en la Tercera Calle y tirar luego hacia el este para ir a mi trabajo.

– Vuelve a la cama, papi -dijo ella.

– iMra, acabo de conseguir un aumento de sueldo.

– No tienes por que hacer nada. Solo tumbate a mi lado un ratito.

– Oh, mierda, nena.

– ?Por favor! Solo cinco minutos.

– Oh, joder.

Volvi a meterme. Ella aparto las sabanas y me agarro las pelotas. Luego me agarro el pene.

– ?Oh, que mono es!

Yo pensaba: ?cuando cojones podre salir de aqui?

– ?Te puedo preguntar una cosa?

– Venga.

– ?Te importa si lo beso?

– No.

Oia y sentia sus besos, luego note pequenos lametones. Luego me olvide de todo lo que se refiriese al almacen de bicicletas. Luego la oi romper un periodico. Senti algo ajustandose a la punta de mi polla.

– Mira -me dijo.

Me sente. Jan habia construido un pequeno sombrerito de papel y me lo habia colocado en la punta de la polla. Alrededor del glande habia enlazado una pequena cinta amarilla. La cosa se mantenia graciosamente erguida.

– ?Ay!, ?a que esta muy guapo? -me pregunto.

– ?El? Eso soy yo.

– Oh, no, no eres tu, es el, tu no tienes nada que ver con el.

– ?Que no?

– No. ?Te importa que lo bese otra vez?

– Esta bien, esta bien, adelante.

Jan quito el sombrerito y sosteniendolo con una mano empezo a besar alli donde habia estado puesto. Sus ojos me miraban profundamente. El glande entro en su boca. Me cai de espaldas, condenado para siempre.

40

Llegue al almacen de bicicletas a las 10:30 de la manana. La hora de entrada era a las 8. Era la pausa de media manana y el vagon del cafe estaba a la puerta. El personal del almacen estaba alli fuera. Me acerque y pedi un cafe doble y una rosquilla con mermelada. Hable con Carmen, la secretaria del encargado, acerca de las curiosidades de los camiones de carga. Como de costumbre, llevaba un vestido estrechamente ajustado que se amoldaba a su cuerpo como un globo hinchado se amolda al aire que contiene, quizas mas aun. Tenia capas y capas de lapiz de labios rojo oscuro y mientras hablaba se mantenia a la minima distancia posible, mirandome a los ojos y riendose, frotando partes de su cuerpo contra mi. Carmen era tan agresiva que asustaba, te daban ganas de salir corriendo ante tal presion.

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