Como la mayoria de las mujeres, queria aquello que no tenia, pero Jan me estaba absorbiendo todo el semen y alguna cosa mas. Carmen penso que yo me lo estaba montando de duro sofisticado. Yo me inclinaba hacia atras comiendome mi rosquilla y ella se echaba sobre mi. Acabo el descanso y todos entramos al almacen. De repente me imagine sosteniendo las bragas de Carmen, ligeramente manchadas de caca con uno de mis dedos del pie mientras yaciamos juntos desnudos en la cama en su apartamento de Main Street. El senor Hansen, el encargado, estaba parado en la puerta de su oficina.

– ?Chinaski! -bramo. Conoci el tono: todo habia acabado para mi.

Me acerque hasta el y me pare enfrente suyo. Estaba vestido con un traje marron claro de verano recien planchado, corbata ancha (verde), camisa marron claro y zapatos negro-marron claro exquisitamente relucientes. De repente me apercibi de los clavos en las suelas de mis gastados zapatos pinchandome en las plantas de los pies. Me faltaban tres botones de la sucia camisa. La cremallera de mis pantalones se habia atascado por la mitad. La hebilla de mi cinturon estaba rota.

– ?Si? -pregunte.

– Voy a tener que despedirle.

– Bueno.

– Es usted un empleado cojonudo, pero voy a tener que despedirle.

El tio estaba en una situacion embarazosa, a mi me daba un poco de corte por el.

– Ha estado llegando al trabajo a las diez y media durante cinco o seis dias. ?Como se cree que les sienta esto a los otros empleados? Ellos trabajan una jornada de ocho horas.

– Estoy de acuerdo. Relajese.

– Mire, yo de joven tambien era un tio duro. Solia aparecer por el trabajo con un ojo morado tres o cuatro veces al mes. Pero todos los dias estaba alli, trabajando y apechugando con mi deber. Puntual. Poco a poco me fui abriendo camino.

No conteste.

– ?Que es lo que le pasa? ?Como es que de repente ya no puede venir puntual al trabajo?

Tuve una subita intuicion de que podia salvar mi trabajo si le daba una respuesta adecuada.

– Vera, es que me acabo de casar. Ya sabe lo que son estas cosas. Estoy en mi luna de miel. Por las mananas, empiezo a ponerme mis vestidos, el sol brilla a traves de las persianas y ella me arrastra de nuevo al lecho para una ultima racion de cuello de pavo.

No funciono.

– Dare orden de que le extiendan su liquidacion.

Hansen se volvio hacia su oficina. Entro y oi como le decia algo a Carmen. Tuve otra repentina inspiracion y le llame con unos golpecitos en uno de los paneles de cristal. Hansen levanto la mirada, se acerco y abrio el cristal.

– Oiga -le dije-, yo nunca me lo he hecho con Carmen, de verdad. Es muy bonita, pero no es mi tipo. Hagame el cheque por toda la semana.

Hansen se dio la vueta.

– Hazle el cheque por una semana.

Era solo martes. Era algo que no me esperaba -pero el y Alabam estaban por aquel entonces sacando cerca de 20.000 pedales del almacen. Carmen se acerco y me entrego el cheque. Se quedo alli y me sonrio con indiferencia mientras Hansen se sentaba al telefono y llamaba a la oficina de Desempleo del Estado.

41

Todavia conservaba mi coche de treinta y cinco dolares. Los caballos estaban calientes. Nosotros estabamos calientes. Jan y yo no sabiamos nada de caballos, pero confiabamos en la suerte. En aquellos dias se corrian ocho carreras en vez de nueve. Nosotros teniamos una formula magica -la llamabamos «Harmatz en la octava». Willie Harmatz era un jockey mas que decente, pero tenia problemas de peso, igual que Howard Grant los tiene ahora. Examinando las estadisticas, nos habiamos dado cuenta de que Harmatz con frecuencia conseguia ganar en la ultima carrera, dando normalmente muy buenos dividendos.

No ibamos alli todos los dias. Algunas mananas estabamos demasiado enfermos por culpa de la bebida como para levantarnos de la cama. Entonces nos levantabamos ya entrada la tarde, bajabamos a la tienda de licores, nos quedabamos alli un rato, luego nos pasabamos una hora o dos en algun bar, escuchabamos la maquina tocadiscos, observabamos a los borrachos, fumabamos, escuchabamos la risa de los muertos… era una agradable forma de vivir.

Teniamos suerte. Parecia que solo acabaramos en el hipodromo los dias adecuados.

– Pero oye -le decia a Jan-, no puede hacerlo otra vez… es imposible.

Y alli llegaba Willie Harmatz, con la vieja carrera de estiron de siempre, remontando en el ultimo momento, atravesando el tupido peloton, superando la angustiosa distancia… Alli venia el viejo Willie a 16, a 8 a uno, a 9 a dos. Willie seguiria salvandonos cuando todo el resto del mundo se volviese indiferente y se diese por vencido.

El coche de treinta y cinco pavos casi siempre arrancaba, ese no era el problema; el problema era poner las luces. Despues de la octava carrera siempre estaba ya muy oscuro. Jan normalmente insistia en llevar una botella de oporto en su bolso. En el hipodromo bebiamos cerveza y si las cosas iban bien, bebiamos en el bar del hipodromo, principalmente escoces con agua. Yo ya tenia una multa por conducir borracho y ahora me veia conduciendo una coche sin luces, sin saber apenas por donde ibamos.

– No te preocupes, nena -decia yo-, el proximo bache que cojamos encendera las luces.

Teniamos la ventaja de los amortiguadores rotos.

– ?Ahi hay un socavon! ?Sujetate el sombrero!

– ?No tengo sombrero!

Yo pasaba por encima.

?TUMP! ?TUMP! ?TUMP!

Jan rebotaba de arriba a abajo, tratando de sostener su botella de oporto. Yo me aferraba al volante y trataba de divisar un poco de luz carretera adelante. El atravesar baches siempre conseguia encender las luces. Unas veces antes, otras despues, pero siempre acababan encendiendose.

42

Viviamos en el cuarto piso de una vieja casa de apartamentos; teniamos dos habitaciones en la parte trasera. La casa estaba construida al borde de un precipicio, de tal modo que cuando mirabas por la ventana parecia que estabas a una altura de doce pisos en vez de cuatro. Era muy semejante a vivir en el borde del mundo -un ultimo lugar de descanso antes del salto al vacio.

Mientras tanto, nuestra racha de suerte en el hipodromo se habia terminado, como se terminan todas las rachas de suerte. Nos quedaba muy poco dinero y bebiamos vino. Oporto y moscatel. Teniamos alineadas en el suelo de la cocina varias garrafas de vino, seis o siete; delante de ellas habia cuatro o cinco botellas de litro, y delante tres o cuatro de medio litro.

– Algun dia -le dije a Jan-, cuando se demuestre que el mundo tiene cuatro dimensiones en vez de solo tres, un hombre podra salir a dar un paseo y desaparecer porque si. Sin funerales, sin lagrimas, sin ilusiones, sin cielo ni infierno. La gente estara por ahi sentada y se preguntara «?Que le ha pasado a George?». Y alguien dira, «Bueno, no se. Dijo que iba a por un paquete de cigarrillos».

– Oye -le pregunte-. ?Que hora es? Quiero saber la hora.

– Bueno, vamos a ver, pusimos en hora el reloj con la radio ayer a medianoche. Sabemos que se adelanta 35 minutos cada hora. Senala ahora las 7 y media de la tarde, pero sabemos que no es verdad porque todavia no esta lo bastante oscuro. Muy bien. Esto son 7 horas y media. 7 veces 35 minutos son 245 minutos. La mitad de 35 son 17 y medio. Eso nos da 252 minutos y medio. De acuerdo, eso son 4 horas y 43 minutos y medio que le restamos y que nos lleva a las 3 menos 12 minutos y medio. Es la hora de almorzar y no tenemos nada que comer.

Nuestro reloj se habia caido y se habia averiado. Yo lo habia arreglado. Le habia quitado la tapa trasera y habia descubierto una averia en el muelle principal y en la cuerda. La unica manera de hacer que el reloj volviera a andar era acortar y tensar el muelle principal. Esto afectaba a la velocidad de las manecillas; casi podias ver como se movia el minutero.

– Vamos a abrir otra garrafa de vino -dijo Jan.

Realmente no teniamos nada mas que hacer, solo beber y hacer el amor.

Nos habiamos comido todo lo que se podia comer.

Por la noche saliamos de paseo y robabamos cigarrillos de las guanteras de los automoviles aparcados.

– ?Quieres que haga unas tortitas? -pregunto Jan.

– No se si podre con ninguna mas.

No teniamos mantequilla ni manteca, y Jan freia las tortitas a palo seco. Tampoco habia pasta de tortitas -era harina mezclada con agua. Salian totalmente

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