a los del subsidio de paro que estaba empleado en su propio negocio y que no necesitaba su sucio dinero por mas tiempo. Joe se habia vuelto loco. Se dejo crecer el bigote, se compro un reloj de pulsera y un costoso anillo. El martes siguiente le vi dirigirse al hipodromo en coche propio, un Caddy negro del 69. Me saludo desde la ventanilla al tiempo que echaba fuera la ceniza de su puro. En el hipodromo no hable con el. Ahora iba siempre al sector de socios. Cuando llamo a mi puerta aquella noche, llevaba la habitual botella de whisky y una rubiaza a su lado. Una rubia joven, bien vestida, bien cuidada, tenia unas formas y una cara magnificas. Entraron juntos.

– ?Quien es este viejo sarnoso? -le pregunto a Joe.

– Es mi viejo compadre, Hank -le dijo el-; le conoci cuando yo era pobre. Me llevo un dia a las carreras.

– ?Y no tiene alguna vieja?

– El viejo Hank no ha estado con una mujer desde 1965. Oye, ?que tal si lo juntamos con la gorda Gertie?

– Oh infiernos, Joe. ? La gorda Gertie no lo aguantaria! Mira, va vestido como un pordiosero.

– Ten un poco de misericordia, nena, es mi compadre. Se que no tiene muy buena pinta, pero empezamos juntos, y yo soy muy sentimental.

– Bueno, la gorda Gertie no es sentimental, y le gusta la clase.

– Mira, Joe -dije yo-, olvidate de las mujeres. Sientate aqui, bebamos unos tragos, y vamos a echar un vistazo al folleto de apuestas para que me digas los ganadores de manana.

Joe hizo eso. Bebimos y me senalo los caballos. Me escribio nueve nombres en un pedazo de papel. Su chica, Thelma, bueno, Thelma me miraba como si fuese una mierda de perro en medio de un cesped bien cuidado.

Estos nueve caballos dieron ocho ganadores al dia siguiente. Uno de ellos pago 62 dolares. No podia entenderlo. Esa noche Joe vino con una chica nueva. Parecia aun mas bonita. El se sento a mi lado con la botella y el folleto de apuestas y me escribio nueve caballos mas.

Entonces me dijo:

– Escucha, Hank, me voy a mudar de casa. He encontrado un bonito apartamento de lujo al lado del hipodromo. El tiempo de viaje de ida y vuelta a las carreras era un conazo. Vamonos, nena. Nos veremos por ahi, chico, adios.

Sabia lo que pasaba. Mi compadre me estaba dando el cepillazo. Al dia siguiente aposte fuerte a los nueve caballos. Siete fueron ganadores. Cuando volvi a casa me sumergi en el folleto de apuestas tratando de hallar el motivo por el que los habia elegido, pero no parecia haber ninguna razon comprensible. Algunas de sus selecciones eran verdaderos rompecabezas para mi.

No volvi a ver a Joe por el patio de apuestas, excepto una vez. Le vi entrar en los locales del club con dos mujeres. Estaba gordo, reia a carcajadas. Llevaba un traje de doscientos dolares y un anillo con un diamante incrustado. Arrojo al suelo a medio fumar un puro importado de dolar y medio. Ese dia perdi todas las carreras.

Dos anos mas tarde, yo estaba en el hipodromo de Hollywood Park y era un dia particularmente caluroso, un jueves. En la sexta carrera habia sacado un ganador a 26,80 dolares. Cuando me alejaba de la ventanilla de pagos, oi su voz detras mio:

– ?Eh, Hank! ?Hank!

Era Joe.

– Cristo, tio -dijo-. ?Es maravilloso volver a verte!

– Hola, Joe…

Seguia con su traje de doscientos dolares, en medio de todo ese calor. Todo el mundo iba en mangas de camisa. El necesitaba un afeitado, sus zapatos estaban polvorientos y el traje estaba arrugado y sucio. El diamante habia desaparecido, el reloj de pulsera habia desaparecido.

– Dame un cigarrillo, Hank.

Le di un cigarrillo y cuando lo encendio, note que sus manos temblaban.

– Necesito un trago, tio -me dijo.

Lo lleve a un bar y nos tomamos un par de whiskies. Joe estudio el folleto de apuestas.

– Escucha, tio; yo te he senalado un monton de ganadores, ?no?

– Claro que si, Joe.

Estuvimos alli mirando el folleto por un rato.

– Ahora coge esta carrera -dijo-. Mira a Black Monkey. Va a ganar, Hank. Lo tiene chupado. Y esta 8 a uno.

– ?Te gustan sus posibilidades, Joe?

– Esta hecho, tio. Ganara como la luz del dia.

Pusimos nuestras apuestas a Black Monkey y salimos a ver la carrera. Llego en septimo lugar.

– No lo entiendo -dijo Joe-. Mira, dejame dos pavos mas, Hank. Siren Call esta en la proxima, no puede perder. No hay manera.

Siren Call llego a alcanzar un quinto puesto, pero eso no es una gran ayuda cuando apuestas a ganador. Joe me saco otros dos dolares para la novena carrera y su caballo llego el ultimo. Me dijo que no tenia coche y que si me importaba llevarle a casa.

– No te lo vas a creer -me dijo-, pero estoy de nuevo en la miseria.

– Te creo, Joe.

– Pero me remontare. Sabes, Pittsburgh Phil se arruino media docena de veces. Siempre consiguio volver a enriquecerse. Sus amigos tenian fe en el. Le prestaban dinero.

Cuando le deje, me encontre con que ahora vivia en una vieja casa de habitaciones alquiladas, a unas cuatro manzanas de la mia. Yo nunca me habia mudado. Cuando bajo del coche me dijo:

– Hay un programa cojonudo para manana, lo tengo controlado. ?Vas a ir?

– No estoy seguro, Joe.

– Quiero saber si vas a ir.

– Claro, Joe.

Esa noche oi llamar a mi puerta. Reconoci la llamada de Joe. No conteste. Segui tumbado en la cama. El siguio llamando. Yo tenia la television encendida, pero segui sin contestar. El volvio a llamar.

– ?Hank! ?Hank! ?Estas ahi? ?EH, HANK!

Entonces empezo a pegarle de verdad a la puerta, el hijo de puta. Estaba frenetico. Golpeo y golpeo, una y otra vez. Al fin paro. Le oi bajar las escaleras. Entonces oi cerrarse la puerta principal de la casa. Me levante, apague el televisor, fui hasta el frigorifico, me hice un sandwich de jamon y queso, y abri una botella de cerveza. Me sente con todo ello, abri el folleto de apuestas del dia siguiente y empece a mirar la primera carrera, un premio de cinco mil dolares potros de mas de tres anos. Me gustaba el numero 8. Estaba homologado en 5 a uno. De cualquier modo, me quedaba con el.

Doctor nazi

Bueno, soy un hombre con muchos problemas y supongo que la mayoria me los he creado yo mismo. Quiero decir, con las mujeres, el juego, y ese sentimiento de hostilidad hacia grupos de personas, cuanto mayor el grupo, mayor mi hostilidad. Dicen que soy negativo y resentido, rudo.

Recuerdo a aquella mujer gritandome:

– ?Eres tan condenadamente negativo! ?La vida puede ser bella!

Supongo que puede serlo, especialmente con menos gritos. Pero quiero hablaros de mi doctor. Yo no voy a curanderos, no valen nada y estan demasiado satisfechos. Pero un buen doctor esta a menudo disgustado y/o loco, y es mucho mas entretenido.

Fui a ver al doctor Kiepenheuer a su consulta porque era la mas cercana. Mis manos estaban deshechas, llenas de pequenas ampollas blancas -un signo, pense, de mi actual estado de ansiedad o de un posible cancer-. Llevaba puestos gruesos guantes de obrero para que la gente no pudiese verlas. Y mis manos ardian bajo los guantes mientras yo fumaba dos cajetillas diarias.

Entre en la salita de espera. Tenia la primera cita de la manana. Debido a mi gran ansiedad, me habia

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