presentado media hora antes, pensando obviamente en el cancer, de modo obsesivo. Cruce la salita y me asome al despacho. Alli estaba la enfermera agachada en el suelo, con su apretado uniforme blanco encogido por la postura, el vestido estirado dejaba al descubierto sus muslos, macizos y poderosos muslos visibles a traves del nylon tenso y ajustado de las medias. Me olvide por completo del cancer. Ella no me habia oido y yo me quede mirando sus piernas y muslos al aire, medi su deliciosa grupa con mis ojos. Estaba recogiendo agua del suelo, el retrete se habia desbordado y ella estaba maldiciendo; era apasionada, era rosa y blanca y viva y al aire, y yo miraba.
Ella levanto la vista:
– ?Si?
– Siga -dije yo-, no se preocupe por mi.
– Es el retrete -dijo ella-, no deja de salirse.
Siguio limpiando y yo segui mirandola por encima de la revista
– ?Es usted el senor Chinaski?
– Si.
– ?Por que no se quita los guantes? Hace calor aqui dentro.
– Prefiero no hacerlo, si no le importa.
– El doctor Kiepenheuer estara aqui dentro de poco.
– Muy bien. Puedo esperar.
– ?Cual es su problema?
– Cancer.
– ?Cancer?
– Si.
La enfermera desaparecio y yo lei el
Pero al poco rato me hizo llamar. Estaba sentado en un taburete y cuando entre me miro. Tenia la cara amarilla y el pelo amarillo y sus ojos estaban apagados. Estaba muriendose. Tendria unos 42 anos. Le eche una ojeada y no le di mas de seis meses de vida.
– ?Que pasa con esos guantes? -me pregunto.
– Soy un hombre sensible, doctor.
– ?Lo es?
– Si.
– Entonces debo decirle que en un tiempo fui nazi.
– Muy bien.
– ?No le importa que yo haya sido nazi?
– No, no me importa.
– Fui hecho prisionero. Nos llevaron a traves de toda Francia en un camion descubierto y la gente se ponia a lo largo del camino y nos lanzaba huevos podridos y piedras y toda clase de basuras: espinas de pescado, plantas muertas, excrementos, cualquier cosa imaginable.
Entonces el doctor se sento y me hablo de su esposa. Estaba tratando de sacarle la piel. Una verdadera perra. Tratando de llevarse todo su dinero. La casa. El jardin. El cobertizo del jardin. El jardinero tambien, probablemente, si no lo habia hecho suyo ya. Y el coche. Y los alimentos. Y una gran masa de capital. El habia trabajado tan duramente. Cincuenta pacientes al dia a diez dolares por cabeza. Casi imposible de soportarlo y sobrevivir. Y esa mujer. Mujeres. Si, mujeres. Me analizo la palabra. No me acuerdo si era la palabra mujer o hembra o la que fuera, me la analizo en latin y me mostro sus raices: en latin, las mujeres eran basicamente insanas.
Mientras hablaba de la insanidad de las mujeres, empezo a caerme bien. Mi cabeza se movia en senal de asentimiento.
De repente, me llevo hacia los aparatos, me peso, me ausculto el corazon y los pulmones. Me saco los guantes rudamente, me lavo las manos en alguna especie de mierda y abrio las ampollas con una cuchilla, hablando todavia del rencor y el deseo de venganza que todas las mujeres llevaban en su corazon. Era glandular. Las mujeres eran dirigidas por sus glandulas, los hombres por sus corazones. Eso explicaba por que solo los hombres sufrian.
Me dijo que me diera un bano en las manos regularmente y que tirara los condenados guantes bien lejos. Hablo un poco mas acerca de las mujeres y de su esposa y entonces me fui.
Mi siguiente problema fueron los vertigos que me hacian desvanecer. Solo me venian cuando estaba en una cola. Empezo a aterrorizarme el hecho de estar metido en una cola. Era insoportable.
Me daba cuenta de que en America y probablemente en cualquier otra parte del mundo era una obligacion guardar cola. Lo haciamos en todas partes. El carnet de conducir: tres o cuatro colas. El mercado: colas. El hipodromo: colas. El cine: mas colas. Yo odiaba las colas. Pensaba que deberia de haber algun modo de librarse de ellas. Entonces me llego la respuesta. Tener mas
Sabia que las colas me estaban matando. No podia aceptarlas, pero todo el resto del mundo lo hacia. Todo el resto del mundo era normal. La vida les parecia bella. Podian estar en una cola sin sentir dolor. Podian estar en una cola durante siglos. Incluso les
El vertigo llegaba y yo trataba de estirar las piernas firmemente para no caerme; el supermercado empezaba a dar vueltas y tambien las caras de los empleados, con sus mostachos rubios y castanos y sus ojos inteligentes y felices. Todos llegarian un dia a ser duenos de supermercados, con sus caras blancas de restregarse y satisfechas, comprando casas en Arcadia y montandose por la noche encima de sus agradecidas mujeres de pelo rubio platino.
Pedi una nueva cita con el doctor. Me dieron la primera. Llegue media hora antes y el retrete estaba arreglado. La enfermera estaba barriendo el despacho. Se doblaba hacia adelante, doblaba su cuerpo hasta la mitad y luego para la derecha y para la izquierda, y movia el culo delante mio, y barria y se inclinaba. El uniforme blanco se estiraba y amenazaba reventar, trepaba, se subia; aqui una rodilla con hoyuelos, alli un muslo, aqui una nalga, alli el cuerpo entero. Me sente y abri un numero de
Ella paro de barrer y volvio la cabeza hacia mi, sonriendo:
– Se deshizo de sus guantes, senor Chinaski.
– Si.
El doctor llego y parecia un poco mas cercano a la muerte; me hizo un gesto y yo le segui al despacho.
Se sento en su taburete.
– Chinaski: ?como le va?
– Bien, doctor…
– ?Problemas con las mujeres?
– Bueno, por supuesto, pero…
No me dejo acabar. Habia perdido mas pelo. Sus dedos se estiraron. Parecia corto de respiracion. Mas delgado. Era un hombre desesperado.
Su mujer le estaba chupando el higado. Habian ido a juicio. Ella le abofeteo en medio del juicio. A el le habia