piernas rechonchas del tamano del tronco de un arbol maduro. En comparacion, sus minusculos pies, calzados con unas zapatillas Gucci de terciopelo, sin calcetines, parecian delicados, como los pies de una muneca. Su cabeza, con el pelo ondulado, inmaculadamente plateado y recogido en una coleta corta, aun era mas desproporcionada, como si perteneciera a alguien con un cuerpo veinte veces menor. Tenia tantas barbillas que hasta que abrio la boca diminuta y los musculos de alrededor entraron en juego, el Hombre del Tiempo tuvo dificultades para ver donde terminaba la cara y donde comenzaba el cuello.
– ?Quieres almorzar, John? -dijo Jonas Smith, con un fuerte acento de Luisiana que no transmitia ni pizca de calidez. Senalo el carrito del servicio de habitaciones, lleno de platos de sandwiches y tapas de aluminio de comida, con un dedo porcino, y la piel de alrededor de las unas en carne viva en algunas partes.
– En realidad, llevo un sandwich -dijo el Hombre del Tiempo mirando a la alfombra color verde lima.
– Ah. ?Quieres beber algo? Pidete algo de beber y sientate.
– Gracias. Mm, si, bien. No necesito…, mm, beber nada. Yo…, mm… -El Hombre del Tiempo miro la hora.
– Pues, entonces, sientate, joder.
El Hombre del Tiempo dudo un momento, contuvo su ira y se dirigio a la silla mas cercana. El americano siguio mordiendose la una y clavo sus ojitos redondos y brillantes en el Hombre del Tiempo, quien se quito la mochila y se sento en el borde de la silla; sus ojos examinaban el pelo de la alfombra como si buscara un dibujo que no estaba alli.
– ?Una coca-cola? ?Quieres una coca-cola?
– Mm, en realidad, mm… -El Hombre del Tiempo volvio a mirar la hora-. Tengo que volver a las dos.
– Volveras cuando yo te lo diga, joder.
El Hombre del Tiempo estaba furioso. Penso en el sandwich de tofu y soja que llevaba en una caja de plastico en la mochila, pero el problema era que no le gustaba mucho que la gente le viera comer. Respiro hondo y cerro los ojos, para mitigar la ira.
– Fisher, golfo de Helgoland, suroeste fuerza cuatro o cinco, rolando a noroeste, arreciando de fuerza seis a ocho. Chubascos. Moderados o abundantes.
Al abrir los ojos de nuevo, se fijo en un cenicero de cristal, en el que habia un puro a medio fumar, apagado, sobre la mesa junto al sofa.
– ?Que es eso? -dijo el senor Smith-. ?Que has dicho?
– El pronostico maritimo. Puede que lo necesite.
El americano, cuyo verdadero nombre era Carl Venner, se quedo mirando al freak, bien consciente de que por un lado era un genio y por el otro le faltaban dos chips en la placa base. Un pequeno idiota hostil con un enorme problema de actitud. Podia encargarse de el; se habia encargado de cosas peores en su vida. La cuestion era recordar que ahora mismo era util, y cuando dejara de serlo, nadie le echaria de menos.
– Te agradezco que hayas venido, tras avisarte con tan poco tiempo de antelacion -dijo Venner, esbozando una breve sonrisa, pero sin afabilidad en la voz.
– Mm, si.
– Tenemos un problema, John.
– Vale, si -dijo el Hombre del Tiempo asintiendo con la cabeza.
Se produjo un largo silencio. Noto que habia alguien detras de el, asi que volvio la cabeza y vio que el albanes habia entrado en la habitacion y estaba en la puerta, con los brazos cruzados, mirandole. Dos hombres mas se habian unido a el, flanqueandole. El Hombre del Tiempo supo que eran rusos, aunque no se los habian presentado nunca.
Parecian surgir de la nada en todas las reuniones que tenia con Venner, pero no se explicaba donde encajaban. Eran adustos, flacos, de facciones angulosas, llevaban el pelo cortado geometricamente y elegantes trajes negros; serian una especie de socios de negocios. Siempre hacian que se sintiera incomodo.
– Me dijiste que nuestra web era inmune a los piratas informaticos -dijo el senor Smith-. ?Quieres explicarnos entonces al senor Brown y a mi como puede ser que anoche alguien entrara en el sistema?
– Tenemos cinco cortafuegos. Nadie puede entrar en el sistema. Recibi una alerta automatica a los dos minutos porque alguien estaba accediendo de manera ilegal y le desconecte.
– Entonces, ?como pudo acceder?
– No lo se. Estoy trabajando en ello. Al menos -anadio enfurrunado-, es lo que estaba haciendo hasta que me interrumpio y me llamo para que viniera. Podria tratarse de un problema tecnico del software.
– Fui jefe de control de redes para Europa de la Inteligencia Militar de Estados Unidos durante once anos, John. Conozco la diferencia entre un problema tecnico del
El Hombre del Tiempo se acerco hasta que pudo ver la pantalla. Estaba llena de hileras de digitos, todos encriptados. Un grupo de letras estaba parpadeando. Tras examinar la pantalla unos momentos, estudio las otras tres. Luego volvio a la primera, al parpadeo continuo.
– Mm, las razones podrian ser varias.
– Si -coincidio el americano, impaciente-, pero las he descartado. Lo que nos deja unicamente con una posibilidad: una persona no autorizada tiene el disco de un suscriptor. Asi que lo que necesito que hagas es proporcionarnos el nombre y la direccion del suscriptor que lo ha perdido y de la persona que lo ha encontrado.
– Puedo darle el identificador de usuario del suscriptor, saldra en los detalles de la conexion. Mm, en cuanto a la persona que lo encontro…, er…, mm, puede que no sea tan facil.
– Si el pudo encontrarnos a nosotros, tu podras encontrarle a el. -El senor Smith junto las manos y sus labios dibujaron una sonrisa rolliza-. Tienes los recursos. Utilizalos.
Capitulo 8
Roy Grace estaba en un campo embarrado, las plantas de colza le llegaban a la cintura, se habia puesto un traje de papel blanco encima de la ropa y chanclos protectores. Durante unos momentos, se quedo inmovil bajo el viento salpicado de lluvia, observando una hormiga que recorria tenazmente la mano de la mujer que descansaba, palma abajo, entre los tallos de colza amarillo intenso.
Luego se arrodillo y olio la carne, espantando una moscarda. La mano no olia a nada, lo que le dijo que no debia de llevar mucho tiempo alli: con el calor del verano, seguramente menos de veinticuatro horas.
Anos atras, cuando era un detective novato en una escena del crimen -habian encontrado a una joven violada y estrangulada en un cementerio del centro de Brighton-, una joven periodista pelirroja y atractiva del Argus que rondaba frente al cordon policial se habia acercado a el. Le habia preguntado si sentia emociones cuando acudia a un asesinato o si bien consideraba que simplemente hacia su trabajo, igual que el resto de la gente hacia otros tipos de trabajos.
Aunque en aquella epoca estaba casado felizmente con Sandy, le habia gustado la charla insinuante que habian mantenido y no habia querido confesarle que aquel asesinato era, en realidad, el primero al que acudia. Asi que, para hacerse el hombre, le habia dicho que si, que era un trabajo, solo un trabajo, que era asi como hacia frente al horror de las escenas de los crimenes.
Ahora estaba recordando ese momento. Esa mentira de bravucon.
La verdad era que el dia en que acudiera a una escena del crimen y sintiera que solo estaba haciendo su trabajo, el dia en que no le importara profundamente una victima, seria el dia que dejaria el cuerpo y se dedicaria a otra cosa. Y ese dia aun estaba lejos. Quizas al final llegaba, igual que le habia sucedido a su padre e igual que parecia sucederle a muchos de los veteranos del cuerpo, pero ahora mismo sentia muchisimas de las mismas emociones que tenia cada vez que llegaba a una escena del crimen.
Era una mezcla potente de miedo por lo que iba a tener que ver y el imponente peso de la responsabilidad que recaia sobre sus hombros como investigador jefe: el hecho de saber que esta mujer muerta, fuera quien fuera, tenia unos padres, quizas hermanos, quizas un marido o amante, quizas hijos. Uno de sus seres queridos tendria que identificar el cadaver, y todos ellos, sumidos en un estado de dolor, tendrian que ser interrogados y descartados de la investigacion.