La mano era elegante: dedos largos, unas bien cuidadas, el esmalte rosa intenso contrastaba vistosamente con la piel, que se habia vuelto del color del alabastro, excepto por una franja larga de sangre oscura y coagulada de un corte que iba del borde anterior del pulgar hasta la muneca. Parecia una herida defensiva. Se pregunto quien era, que clase de persona seria, que la habia conducido a aquello.
Las primeras veinticuatro horas de una investigacion de asesinato eran claves. Despues, las pesquisas se volvian cada vez mas lentas y laboriosas. A lo largo de las horas y los dias siguientes, sabia que tendria que aparcar casi toda su vida por esta investigacion. Llegaria a saber tantos detalles de la vida de la chica como pudieran proporcionarle su cadaver, su casa, sus efectos personales, su familia y sus amigos. Era probable que acabara sabiendo mas de ella que cualquier otra persona que la hubiera conocido en vida.
La investigacion seria invasora y, en ocasiones, brutal. La muerte por si sola ya se encargaba bastante meticulosamente de arrebatar a alguien su dignidad, pero nada comparado con una investigacion policial forense. Y siempre existia la sensacion inquietante de que el alma de la persona muerta pudiera -solo pudiera- estar observandole.
– Creemos que la mano ha salido de alli, Roy.
La figura corpulenta de Bill Barley, el inspector de la division de East Downs, que aun parecia mas fuerte con su traje blanco hinchado por el viento, estaba a su lado, senalando con un dedo enguantado en latex un lugar en el campo que habia acordonado diligentemente. Varios miembros del SOCO, tambien con trajes blancos, estaban ocupados levantando una tienda blanca cuadrada.
Mas alla, al borde del campo donde habia aparcado, Grace vio que otro vehiculo se unia al grupo de coches de policia oficiales y camuflados, la furgoneta de los perros policia, la del fotografo y el camion alto y cuadrado del Vehiculo de Incidentes Graves, que lo empequenecia todo.
Aun no se habia requerido la presencia de la furgoneta negra del juez de instruccion. Tampoco se habia notificado a la prensa, pero el primer reportero no tardaria en llegar. Igual que las moscardas.
Barley era un verdadero veterano, de cincuenta y pico anos, con un acento campechano de Sussex y un rostro rubicundo surcado de venas rotas. A Grace le impresiono la rapidez con la que habia acordonado la zona. La peor pesadilla era llegar a una escena del crimen y que los agentes inexpertos ya hubieran pisoteado la mayoria de las pruebas. El inspector parecia tener la escena totalmente controlada.
Barley tapo la mano con una tela gruesa, luego Grace lo siguio, pisando cuidadosamente sus huellas para contaminar lo menos posible el terreno, mirando cada pocos momentos a un pastor aleman de la policia que saltaba con gracia en la distancia por entre la colza, hasta que llegaron a la zona donde se concentraba la mayor parte de la actividad. Grace vio de inmediato por que. En el centro, aplastando una pequena area del cultivo, habia una bolsa de basura negra grande y arrugada, con tiras rasgadas sacudidas por una rafaga de viento y varias moscardas revoloteando alrededor.
Grace saludo con la cabeza a uno de los agentes del SOCO, Joe Tindall, a quien conocia bien. A sus casi cuarenta anos, Tindall siempre habia tenido el aspecto de un cientifico chiflado, con una mata de pelo sin brillo y gafas de culo de botella, pero desde que se habia enamorado de una chica mucho mas joven habia cambiado de imagen. Ahora, dentro de su traje blanco con capucha, lucia la cabeza totalmente rapada, una fina tira vertical de vello de medio centimetro de ancho que empezaba en el centro del labio inferior y le llegaba al centro de la barbilla, y gafas rectangulares a la ultima con cristales azulados. Parecia mas un traficante de drogas que un cerebrito.
– Buenos dias, Roy. -Tindall lo saludo con su tono sarcastico habitual-. Bienvenido a «Las mil y una cosas que pueden hacerse con una bolsa de basura un miercoles por la manana en Peacehaven».
– Has ido de compras, ?verdad? -le pregunto Grace, senalando la bolsa negra.
– Es increible lo que se puede comprar hoy en dia con los puntos Nectar -dijo Tindall. Luego se arrodillo y, con mucho cuidado, abrio la bolsa de basura.
Roy Grace llevaba diecinueve anos en la policia, los ultimos quince los habia pasado investigando delitos graves, en su mayoria asesinatos. Aunque todas las muertes lo perturbaban, ya no habia muchas cosas que lo impactaran de verdad; sin embargo, el contenido de la bolsa de basura si lo hizo.
Contenia un torso de lo que habia sido claramente una mujer joven y bien formada. Estaba cubierto de sangre coagulada, el vello pubico tan apelmazado que no podia distinguir el color, y casi cada centimetro de su piel habia sido perforado salvajemente con algun instrumento afilado, seguramente un cuchillo, penso. No habia cabeza y le habian cortado las cuatro extremidades. Junto con el cuerpo, en la bolsa habia un brazo y las dos piernas.
– Dios santo -dijo Grace.
Incluso a Tindall se le habia agotado el sentido del humor.
– Ahi fuera hay un cabron muy enfermo.
– ?Todavia no ha aparecido la cabeza?
– Siguen buscando.
– ?Han llamado a un patologo?
Tindall espanto un par de moscardas. Llegaron algunas mas y Grace las aparto con la mano, enfadado. Las moscardas -o las moscas azules- podian oler la carne humana en descomposicion a ocho kilometros de distancia. A falta de un contenedor sellado, era imposible mantenerlas alejadas de un cadaver, aunque a veces eran utiles. Las moscardas ponian huevos, de los que salian larvas que se convertian en gusanos y luego en moscardas. Era un proceso que duraba solo unos dias. En un cadaver que llevaba semanas oculto, era posible calcular cuanto tiempo llevaba muerta la persona a partir del numero de generaciones de infestacion de larvas de insecto.
– Supongo que alguien habra llamado a un patologo, ?verdad, Joe?
Tindall asintio.
– Si, Bill.
– ?Nadiuska? -pregunto Grace, esperanzado.
Habia dos patologos del Ministerio del Interior a los que solian enviar a las escenas de los crimenes de esta zona, porque vivian razonablemente cerca. El favorito de la policia era Nadiuska de Sancha, una espanola escultural descendiente de aristocratas rusos que estaba casada con uno de los cirujanos plasticos mas importantes de Gran Bretana. Era popular no solo porque era buena en su trabajo, y extremadamente eficiente, sino tambien porque era una delicia mirarla. A sus casi cincuenta anos, aparentaba tranquilamente diez anos menos; si la destreza de su marido tenia algo que ver o no, era un tema de debate constante entre todos los que trabajaban con ella, y alimentaba aun mas las especulaciones el hecho de que siempre llevara cuello alto, fuera verano o invierno.
– No, por suerte para ella, a Nadiuska no le gustan los apunalamientos multiples. Es el doctor Theobald. Y tambien esta de camino un cirujano de la policia.
– Ah -dijo Grace, intentando que la decepcion no se reflejara en su rostro.
A ningun patologo le agradaban las heridas de un apunalamiento multiple, pues habia que medir cada una minuciosamente. Nadiuska de Sancha no solo era un regalo para la vista, era divertido trabajar con ella: le gustaba coquetear, tenia un gran sentido del humor y trabajaba deprisa. En cambio, estar con Frazer Theobald era, por consenso general, tan divertido como los cadaveres que examinaba. Y era lento, tan lento que exasperaba; no obstante, su trabajo era meticuloso e impecable.
Y, de repente, por el rabillo del ojo, Grace vio el cuerpo diminuto del hombre. Vestia todo de blanco y agarraba su gran bolsa. Se acercaba a ellos a grandes zancadas por el campo, su cabeza encapuchada apenas sobrepasaba los tallos de colza.
– Buenos dias a todos -dijo el patologo, y estrecho las manos enguantadas de los tres.
El doctor Frazer Theobald tenia unos cincuenta y cinco anos. Era un hombre de complexion robusta que media poco menos de metro y medio, tenia los ojos marrones, pequenos y brillantes, y lucia un bigote grueso a lo Adolf Hitler debajo de una napia con forma de Concorde; tenia una mata de pelo hirsuto, aspero y despeinado. No habria necesitado mucho mas que un gran puro para asistir a una elegante fiesta de disfraces como un Groucho Marx pasable. Pero Grace dudaba que Theobald fuera el tipo de hombre que contemplara alguna vez asistir a algo tan frivolo como una elegante fiesta de disfraces. Lo unico que sabia sobre la vida privada de aquel hombre era que estaba casado con un doctorado en Microbiologia y que su principal forma de esparcirse era ir a navegar solo en su lancha hinchable.
– Entonces, comisario Grace -dijo clavando los ojos primero en los restos que habia dentro de las tiras ondeantes de la bolsa de basura, luego en el suelo de alrededor-, ?puede ponerme al corriente?
– Si, doctor Theobald. -Siempre mantenia las formalidades con el patologo durante la primera media hora,