Peter James

Una Muerte Sencilla

Detective Comisario Roy Grace, 1

Titulo original: Dead simple

© de la traduccion: Escarlata Guillen

Capitulo 1

De momento, aparte de un par de contratiempos inesperados, el plan A marchaba sobre ruedas. Lo cual era una suerte, porque, en realidad, no tenian un plan B.

Al ser las ocho y media de una tarde de finales de mayo, habian confiado en tener algo de luz. Ayer a esta hora, cuando cuatro de ellos realizaron el mismo viaje, llevando consigo un ataud vacio y cuatro palas, habia mucha; pero ahora, mientras la furgoneta Ford Transit verde circulaba a toda velocidad por una carretera rural de Sussex, la lluvia que empanaba la tarde caia de un cielo que tenia el color de un negativo velado.

– ?Falta mucho? -dijo Josh desde atras, imitando a un nino pequeno.

– El gran Um Ga dice: «Dondequiera que vaya alli estoy» -respondio Robbo, el conductor, que estaba un poquito menos borracho que el resto.

Con tres pubs ya a sus espaldas, y cuatro mas en el itinerario, se limitaba a beber claras. Al menos esa habia sido su intencion; pero habia logrado engullir un par de pintas de cerveza amarga Harveys, con la finalidad de despejar la cabeza para la tarea de conducir, segun habia dicho.

– ?Ahi estamos! -dijo Josh.

– Siempre hemos estado.

Una senal de advertencia de zona de paso de ciervos surgio fugazmente de la oscuridad y desaparecio mientras los faros iluminaban el asfalto brillante que se adentraba en la distancia boscosa. Luego, pasaron por delante de una pequena cabana blanca.

Michael, tumbado sobre una alfombrilla de cuadros en el suelo de la parte trasera de la furgoneta, con la cabeza entre los brazos de una llave de cruceta a modo de almohada, notaba una sensacion muy agradable de atolondramiento.

– Creo que nesheshito otra copa -dijo arrastrando las palabras.

Si hubiera estado atento, quizas habria percibido, por las caras de sus amigos, que algo no iba del todo bien. Por lo general, nunca bebia demasiado, pero esa noche se habia olvidado el cerebro en el fondo de mas jarras de pinta y vasos de chupito de vodka de los que podia recordar; en mas pubs de los que, sensatamente, habia frecuentado en su vida.

De los seis que habian sido amigos desde la adolescencia, Michael Harrison siempre habia sido el lider natural. Si, como dicen, el secreto de la vida es escoger sabiamente a tus padres, Michael habia marcado muchas de las casillas correctas. Por un lado, habia heredado la belleza de su madre; por el otro, el encanto y el espiritu emprendedor de su padre, aunque no los genes autodestructivos que al final habian acabado con el.

Desde los doce anos, cuando Tom Harrison se habia suicidado con monoxido de carbono en el garaje de su casa, dejando tras de si una estela de deudas, Michael habia crecido deprisa; primero, ayudando a su madre a llegar a fin de mes repartiendo periodicos; luego, cuando fue mayor, trabajando de peon durante las epocas de vacaciones. Crecio sabiendo lo dificil que era ganar dinero, y lo facil que resultaba derrocharlo.

Ahora, a sus veintiocho anos, era listo, un ser humano decente y el lider natural del grupo. Si tenia algun defecto, era ser demasiado confiado y, a veces, excesivamente bromista. Y esta noche iba a enterarse de lo que valia un peine. Vaya si iba a enterarse.

Sin embargo, por ahora, Michael no tenia ni idea.

Volvio a su aletargamiento feliz, pensando solo en cosas alegres, sobre todo en su prometida, Ashley. Que maravillosa era la vida. Su madre salia con un tipo estupendo, su hermano pequeno acababa de entrar en la universidad, su hermana pequena, Carly, se habia tomado un ano sabatico para recorrer Australia en plan mochilero y su negocio iba formidablemente bien; aun asi, lo mejor de todo era que dentro de tres dias iba a casarse con la mujer a la que amaba y adoraba. Su alma gemela.

Ashley.

No se habia fijado en las palas que vibraban con cada bache de la carretera, mientras las ruedas golpeteaban en el asfalto empapado y la lluvia repiqueteaba en el techo. No detecto nada en las caras de los dos amigos que iban sentados detras con el, quienes se balanceaban y destrozaban una vieja cancion: Sailing, de Rod Stewart, que sonaba entre las interferencias de la radio. La furgoneta apestaba a gasolina por culpa de una lata de combustible que goteaba.

– La quieeerrro -dijo Michael arrastrando las palabras-. Quieeerrro a Asssshley.

– Es una mujer estupenda -dijo Robbo, apartando la vista de la carretera, haciendole la pelota como siempre.

Lo llevaba en la sangre. Torpe con las mujeres, un poco patoso, de rostro rubicundo, pelo lacio y barriga cervecera que tensaba el tejido de su camiseta, Robbo se agarraba a los faldones de su pandilla intentando que siempre lo necesitaran. Y esta noche, para variar, si que lo necesitaban.

– Lo es.

– Es ahi -advirtio Luke.

Robbo freno a medida que se acercaban al desvio y, en la oscuridad del vehiculo, guino un ojo a Luke, que estaba sentado a su lado. Los limpiaparabrisas se movian ritmicamente, apartando la lluvia del cristal.

– La quiero de verdad, quiero decir. ?Sshabeis que quiero decir?

– Sabemos que quieres decir -dijo Peter.

Josh, apoyado en el asiento del conductor, con un brazo alrededor de Pete, bebio un trago de cerveza y le paso la botella a Michael. La espuma salio por el cuello cuando la furgoneta freno bruscamente. Michael eructo.

– Perdon.

– ?Que cono vera Ashley en ti? -dijo Josh.

– Mi polla.

– Entonces, ?no es por tu dinero? ?O por tu fisico? ?O por tu encanto?

– Eso tambien, Josh, pero sobre todo es por la polla que tengo.

La furgoneta dio un bandazo al girar de repente a la derecha, vibro al pasar por un guardaganado, seguido casi de inmediato por un segundo, y accedieron al camino de tierra. Robbo, mirando por el cristal empanado, dio un volantazo para esquivar los baches hondos. Un conejo salto delante de ellos y se escondio deprisa entre la maleza. Los faros giraron a la derecha y luego a la izquierda, iluminando fugazmente las densas coniferas que flanqueaban el camino antes de que se perdieran en la oscuridad del retrovisor. Cuando Robbo bajo una marcha, la voz de Michael sono distinta, una ligera inquietud tenia de repente sus bravuconadas.

– ?Adonde vamos?

– A otro pub.

– Vale. Genial. -Y al cabo de un momento-: Le promechi a Ashley que no deberia, beberia musho.

– ?Lo ves? -dijo Pete-. Aun no te has casado y ya te pone normas. Todavia eres un hombre libre. Te quedan solo tres dias.

– Tres dias y medio -anadio Robbo amablemente.

– ?No has contratado a ninguna chica? -dijo Michael.

– ?Estas cachondo? -pregunto Robbo.

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