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Al encontrarse cara a cara con Selver se habia sobresaltado. Mientras volaba desde la aldea al le de la colina Pase Central, Lyubov intentaba saber por que se habia inquietado, analizaba por que se le habian crispado los nervios. Porque, en definitiva, uno no se aterroriza cuando se encuentra por casualidad con un buen amigo.
No le habia sido facil conseguir que la matriarca le invitase. Tuntar habia sido su principal lugar de estudio durante el verano; habia tenido alli excelentes informadores y estaba en buenas relaciones con el Albergue y con la matriarca, que le habia permitido observar y, participar libremente en las actividades de la comunidad. Obtener de ella una autentica invitacion, por mediacion de algunos de los antiguos sirvientes que aun permanecian en el area, le habia llevado mucho tiempo, pero al fin se la habia concedido, brindandole, de acuerdo con las nuevas instrucciones, una genuina “ocasion propuesta por los athshianos”. El mismo, mas que el coronel, habia insistido en este detalle A Dongh le interesaba el encuentro. Estaba preocupado por la “amenaza creechi”. Le pidio a Lyubov que los observase, que “viera como reaccionan ahora que ya no los molestamos”. Esperaba noticias tranquilizadoras. Lyubov no sabia si el informe que traia tranquilizaria o no al coronel Dongh.
En las cepas del desmonte, en quince kilometros alrededor de Centralville, se habia cumplido el ciclo completo de descomposicion, y el bosque era ahora un extenso y melancolico llano de fibrillas, grises y ensortijadas en la lluvia. Bajo esa hojarasca hirsuta crecian en las matas los primeros renuevos, los zumaques, los alamos temblones enanos y las salviformes que al crecer protegerian a su vez los embriones de los arboles. Si se la dejaba en paz, esa region, con ese clima lluvioso y uniforme, volveria a poblarse de arboles en menos de treinta anos, y dentro de cien el bosque alcanzaria de nuevo la madurez.
Subitamente reaparecio el bosque, en el espacio no en el tiempo: bajo el helicoptero el verde infinitamente variado de las hojas tapizaba las suaves elevaciones y los profundos repliegues de las colinas de Sornol septentrional.
Como les sucede en Terra a la mayoria de los terraqueos, Lyubov nunca habia caminado entre arboles silvestres, no habia visto jamas un bosque mas grande que una manzana urbana. Al principio en Athshe se habia sentido oprimido y angustiado en el bosque, ahogado por la infinita multitud e incoherencia de troncos, ramas, hojas en la perpetua penumbra verdosa o pardusca. La compacta marana de varias vidas competitivas pujando y expandiendose hacia arriba y afuera, en busca de la luz, el silencio nacido de una multitud de susurros sin sentido, la indiferencia total, vegetativa a la presencia del pensamiento, todo eso lo habia perturbado, y como los demas, no se habia alejado de los claros y de la playa. Pero poco a poco habia empezado a gustarle. Gosse le tomaba el pelo, llamandolo senor Gibon; en realidad, Lyubov se parecia bastante a un gibon, la cabeza redonda, la cara morena, los largos brazos y el pelo prematuramente encanecido; pero el gibon era una especie extinguida. A gusto o a disgusto, como experto que era, tenia que internarse en los bosques en busca de los esvis; y ahora, al cabo de cuatro anos, se sentia perfectamente comodo bajo los arboles, quiza mas que en cualquier otro lugar.
Tambien habia aprendido a gustar de los nombres que los atlishianos daban a sus territorios y poblados: sonoras palabras bisilabicas: Sornol, Tuntar, Eshreth, Eslisen —que ahora era Centralville—, Endtor, Abtan y sobre todo Athshe, que significaba el Bosque, y el Mundo. De modo que tierra, terra, tellus significaba a la vez el suelo y el planeta, dos significados y uno. Pero para los atlishianos el suelo, la tierra, no era el lugar adonde vuelven los muertos y el elemento del que viven los vivos: la sustancia del mundo no era la tierra sino el bosque. El hombre terraqueo era arcilla, polvo rojo. El hombre atlishiano era rama y raiz. Ellos no esculpian imagenes de si mismos en la piedra; solo tallaban la madera…
Poso el helicoptero en un pequeno claro al norte del poblado, y fue caminando hasta mas alla del Albergue de Mujeres. Los olores penetrantes de un caserio athshiano flotaban en el aire: humo de madera, pescado, hierbas aromaticas, sudor extrano. La atmosfera de una casa subterranea, si un terraqueo hubiera podido de algun modo acomodarse en ella, era una rara mezcla de CO2 y olores desagradables. Lyubov habia pasado muchas horas intelectualmente estimulantes doblado en dos y sofocado en la nauseabunda penumbra del Albergue de Hombres en Tuntar. Pero no le parecia que esta vez fueran a invitarlo.
Naturalmente los pobladores estaban enterados de la masacre de Campamento Smith, seis semanas atras. Tenian que haberse enterado pronto, pues las noticias corrian rapidamente entre las islas, si bien no tan rapidamente como para constituir un “misterioso poder telepatico”, como les gustaba creer a los lenadores. La gente del poblado tambien sabia que despues de la masacre de Campamento Smith, mil doscientos esclavos habian sido liberados en Centralville, y Lyubov estaba de acuerdo con el coronel en que los nativos podrian interpretar el segundo acontecimiento como consecuencia del primero. Eso crearia lo que el coronel llamaba “una impresion falsa”, pero probablemente no tendria mucha importancia. Lo importante era que los esclavos habian sido liberados.
Los danos ya causados eran irremediables, pero al menos no se volverian a cometer.
Ahora podian comenzar de nuevo: los nativos sin esa dolorosa pregunta sin respuesta de por que los “yumenos” trataban a los hombres como animales; y el sin el peso abrumador de la explicacion y el mordisco de la culpa irremediable.
Sabiendo cuanto valoraban el candor y la franqueza al tratar temas escabrosos o alarmantes, esperaba que la gente de Tuntar le hablaria de esas cosas en tono de triunfo, o de disculpa, o de regocijo, o de desconcierto. Nadie lo hizo. Nadie le dirigio una sola palabra.
Habia llegado a ultima hora de la tarde, que era como llegar a una ciudad terraquea justo despues del amanecer. En realidad los athshianos dormian —los colonos, como solia suceder, habian pasado por alto la evidencia—, pero en ellos el bajon fisiologico se producia entre el mediodia y las cuatro de la tarde, en tanto que entre los terraqueos ocurre normalmente entre las dos y las cinco de la madrugada; y tenian un doble ciclo de alta temperatura y alta actividad, que culminaba en los dos crepusculos, el matutino y el vespertino. La mayoria de los adultos dormia cinco o seis horas de las veinticuatro del dia, en varias siestas breves; y los adeptos dormian apenas dos horas de las veinticuatro; de modo que si se descontaban como “holgazaneria” las siestas y los estados de ensonacion, se podia decir que no dormian nunca. Era mucho mas sencillo decirlo que comprenderlo. A esa hora, en Tuntar, todos empezaban a activarse nuevamente despues del reposo vespertino.
Lyubov reparo en la presencia de muchos forasteros. Todos le miraban, pero ninguno se acerco a hablarle; eran meras presencias que pasaban de largo por otros senderos en la penumbra del robledal. Al fin, una conocida, Sherrar, la prima de la matriarca, una anciana de poca importancia y escaso entendimiento, se cruzo en su camino. Le saludo cortesmente, pero no respondio sus preguntas sobre el paradero de la matriarca y sus dos mejores informadores, Egath el Hortelano y Tubab el Sonador. Oh, la matriarca estaba muy ocupada, y quien era Egath, no decir Geban, y Tubab podia estar por aqui o por alla, o no. No dejaba a Lyubov ni a sol ni a sombra, y nadie mas se acerco a hablarle.
Acompanado por la coja, quejosa y diminuta viejecita verde, Lyubov se encamino a traves de los bosques y los claros de Tuntar al Albergue de Hombres.
—Alli estan ocupados —le dijo Sherrar.
—?Sonando?
—?Que puedo saber yo? Ven conmigo, Lyubov, ven a ver… —Sabia que el siempre queria ver cosas, pero no se le ocurria que podia mostrarle para alejarlo —. Ven a ver las redes de pescadores —dijo debilmente.
Una muchacha, una de las Jovenes Cazadoras, lo miro al pasar: una mirada sombria, cargada de una animosidad como nunca habia visto en un athshiano, excepto quiza en una nina pequenita, asustada por la estatura y la cara lampina de Lyubov. Pero esta muchacha no estaba asustada.
—Esta bien —le dijo a Sherrar, comprendiendo que la unica actitud posible era la docilidad.
Si en verdad los athshianos habian desarrollado, al fin y bruscamente, el sentido de enemistad de grupo, el tenia que aceptarlo, y por demostrarles simplemente que el seguia siendo un amigo leal e invariable.
Pero ?como, despues de tanto tiempo, podian haber cambiado tan rapidamente de manera de sentir y pensar? Y, ?por que? En Campamento Smith la provocacion habia sido inmediata e intolerable: la crueldad de Davidson hubiera incitado a cualquiera a la violencia. Pero este pueblo, Tuntar, no habia sido atacado por los terrestres, alli no se reclutaron esclavos, ni se talaron o quemaron los bosques. El, Lyubov en persona, habia estado alli —el antropologo no siempre puede dejar su sombra fuera del cuadro —pero de eso hacia ya mas de dos meses. No ignoraban los sucesos de Smith, y habia entre ellos nuevos refugiados, ex esclavos, que habian sufrido en manos de terraqueos y que hablarian de eso.