para matar a los guardias y huir. Seria inutil; somos realmente muchos. Si lo prometen, junto con nosotros, sera para bien de todos, y entonces podran esperar sin peligro hasta que llegue una de sus Grandes Naves, y podran marcharse del mundo. Esto sera dentro de tres anos, creo.
—Si, tres anos locales… ?Como lo sabes?
—Bueno, los esclavos tienen oidos, senor Gosse.
Gosse lo miro al fin abiertamente. Desvio los ojos, se movio, intranquilo, trato de acomodar la pierna lastimada. Volvio a mirar a Selver, y de nuevo desvio los ojos —Nosotros ya habiamos “prometido” no hacer dano a ninguno de tu pueblo. Por eso dejamos en libertad a los trabajadores. No sirvio de nada, no escuchasteis.
—No nos prometieron nada a nosotros.
—?Como podemos llegar a un acuerdo o un pacto con un pueblo que no tiene gobierno, sin una autoridad central?
—No lo se. No estoy seguro de que ustedes sepan lo que es una promesa. La quebrantaron pronto.
—?Que quieres decir? ?Por quienes? ?Como?
—En Rieshwel, Nueva Java. Hace catorce dias. Unos yumenos del Campamento de Rieshwel incendiaron una poblacion y mataron a los habitantes.
—Eso no es cierto. Estuvimos en contacto radial directo con Nueva Java todo el tiempo, hasta la masacre. Nadie mato a los nativos alli, ni en ningun otro sitio.
—Usted dice la verdad que conoce —dijo Selver—, yo la verdad que conozco. Acepto que ignore la matanza en Rieshwel, y usted acepte que yo le diga que hubo una matanza.
Esto queda en pie: la promesa sera hecha a nosotros y con nosotros, y sera respetada.
Quiza usted quiera discutir estas cuestiones con el coronel Dongh y los demas.
Gosse hizo un movimiento como si fuese a entrar en el pabellon, y en seguida se volvio y dijo con su voz ronca, profunda: —?Quien eres tu, Selver? Fuiste tu… fuiste tu quien organizo el ataque? ?Tu los dirigiste?
—Si, fui yo.
—Entonces toda esta sangre pesa sobre tu cabeza —dijo Gosse, con una ferocidad repentina—, y tambien la de Lyubov, sabes, Lyubov, tu amigo… esta muerto.
Selver no comprendio la expresion. Habia aprendido a asesinar, pero de la culpa poco sabia fuera del nombre. Vio la mirada fria, resentida de Gosse, y sintio miedo. Se estremecio; un frio mortal le subio por el cuerpo. Trato de alejarlo cerrando un momento los ojos. Por ultimo dijo: —Lyubov es mi amigo, y por eso no esta muerto.
—Vosotros sois ninos —dijo Gosse con odio —. Ninos salvajes. No teneis nocion de la realidad. ?Esto no es sueno, esto es real! ?Tu mataste a Lyubov! Ahora esta muerto. Tu mataste a las mujeres, las mujeres, ?tu las quemaste vivas, las descuartizaste como animales!
—Tendriamos que haberlas dejado vivir? —pregunto Selver con igual vehemencia, pero con voz mas suave, un poco cantarina —. ?Para que procreasen como insectos en el capullo del Mundo? ?Para que nos aplastaran? Las matamos para esterilizarlos a ustedes. Se lo que es la realidad, senor Gosse. Lyubov y yo hemos hablado de esas palabras. Un hombre con sentido de la realidad es aquel que conoce el mundo y que tambien conoce sus propios suenos. Ustedes no son sanos: no hay entre ustedes un solo hombre que sepa sonar. Ni siquiera Lyubov, y el era el mejor. Ustedes duermen, se despiertan y olvidan lo que han sonado, y vuelven a dormir y a despertar, y asi transcurre para ustedes toda la vida, ?y creen que eso es la existencia, la vida, la realidad! Ustedes no son ninos, son adultos, pero dementes. Y por eso tuvimos que matarles, antes que nos enloquecieran a nosotros. Ahora vuelva y hable de la realidad con los otros locos. ?Hable largo, y bien!
Los guardias abrieron la puerta, amenazando con sus lanzas a los yumenos que se amontonaban en el interior; Gosse volvio a entrar en el pabellon, los anchos hombros encorvados como amparandose de la lluvia.
Selver estaba muy cansado. La matriarca de Berre y otra mujer se le acercaron y caminaron con el; se apoyo en los hombros de las mujeres para no caer si tropezaba. La joven cazadora Greda, una prima de su mismo Arbol, bromeaba con el, y Selver le respondia como atolondrado, riendo. La caminata de regreso a Endtor parecio durar dias y dias.
Estaba demasiado fatigado para comer. Bebio un poco de caldo caliente y se tendio a descansar junto a la Hoguera de los Hombres. Endtor no era una poblacion sino un simple campamento a orillas del gran rio, un lugar de pesca favorito de todas las ciudades que habian existido alguna vez en los bosques de alrededor, antes de la llegada de los yumenos. Alli no habia Albergue. Dos fogones circulares de piedra negra y una larga ribera tapizada de hierbas donde se podia instalar las tiendas de cuero y junco trenzado, eso era Endtor. Alli el rio Menend, el rio mas caudaloso de Sornol, hablaba incesantemente en el mundo y en el sueno.
Habia muchos ancianos junto al fuego, algunos que Selver conocia de Brotor y Tuntar y Eshreth, su ciudad destruida, algunos que no conocia; podia ver en sus ojos y sus gestos, y oir en sus voces, que eran Grandes Sonadores; quiza nunca y en ningun sitio se habian reunido antes tantos sonadores. Tendido en el suelo, la cabeza apoyada en las manos, la mirada en las llamas, Selver dijo: —He llamado locos a los yumenos. ?Tambien yo estoy loco?
—Tu no distingues un tiempo de otro —dijo el viejo Tubab, empujando una pina hacia la hoguera —porque hace demasiado tiempo que no suenas ni dormido ni despierto. El precio de eso es caro de pagar.
—Los venenos que toman los yumenos producen un efecto muy semejante al del no dormir y no sonar — dijo Heben, que habia sido esclavo en Central y en el Campamento Smith —. Los yumenos se envenenan para poder sonar. Yo vi las caras de los sonadores despues de tomar los venenos. Pero ellos no podian llamar a los suenos, ni gobernarlos, ni entretejerlos, ni modelarlos, ni dejar de sonarlos; eran arrastrados, dominados por los suenos. Lo mismo le ocurre a un hombre que no ha sonado durante muchos dias. Aunque sea el mas sabio de su Albergue, igual estara loco, de vez en cuando, por momentos, y durante mucho tiempo despues de esa experiencia. Sera arrastrado, esclavizado. No se comprendera a si mismo.
Un anciano muy venerable con el acento de Sornol del Sur puso la mano en el hombro de Selver, lo acaricio, y dijo: —Mi amado y joven dios, lo que tu necesitas es cantar, eso te haria bien.
—No puedo. Canta por mi.
El anciano canto; otros se unieron a el, las voces tenues y, aflautadas, casi disonantes, como el viento que soplaba en los canaverales de Endtor. Cantaron una de las canciones del Fresno, que hablaba de las hojas delicadas que amarillean en otono cuando las bayas se ponen rojas, y una noche las platea la primera escarcha.
Mientras Selver escuchaba la cancion del Fresno, Lyubov yacia junto a el. Asi, acostado, no parecia tan monstruosamente alto y grande de miembros. Detras asomaba el edificio semidesmoronado, destripado por el fuego, negro contra las estrellas.
—Soy como tu —decia, sin mirar a Selver, con esa voz de los suenos que trata de revelar su propia irrealidad —. Me duele la cabeza —dijo Lyubov con su voz natural, frotandose la nuca como lo hacia siempre, y entonces Selver extendio el brazo para tocarlo, para consolarlo.
Pero en el tiempo-mundo Lyubov era sombra y resplandor de llamas, y los ancianos estaban cantando la cancion del Fresno, las florecillas blancas en las ramas negras, en primavera, entre las hojas.
Al dia siguiente los yumenos prisioneros en el pabellon quisieron hablar con Selver.
Selver llego a Eslisen al atardecer, y se reunio con ellos fuera del pabellon, bajo las ramas de un roble, pues la gente de Selver se sentia un poco incomoda bajo el cielo abierto y desnudo. Eslisen habia sido un robledal, y ese arbol era el mas grande de los pocos que los colonos habian dejado en pie. Se alzaba en la larga pendiente que se extendia detras de la cabana de Lyubov, una de las seis o siete casas que habian salido indemnes de la noche del ataque. Junto a Selver, al abrigo del roble, estaban Reswan, la matriarca de Berre, Greda de Cadast, y algunos otros que deseaban asistir a la reunion, unos doce en total. Muchos arqueros montaban guardia; temian que los yumenos pudiesen tener armas ocultas, pero se habian apostado detras de los arbustos o de los escombros del incendio, para no dominar la escena con la apariencia de una amenaza. Con Gosse y el coronel Dongh estaban tres de los yumenos llamados oficiales y dos del campamento de lenadores, a la vista de uno de los cuales, Benton, los ex esclavos contuvieron el aliento.
Benton acostumbraba castigar a los “creechis holgazanes” castrandolos en publico.
El coronel habia adelgazado, la tez normalmente de un color amarillo pardusco era ahora de un amarillo grisaceo; la enfermedad no habia sido fingida.
—Bien, la primera cosa —dijo cuando estuvieron todos instalados, los yumenos de pie, la gente de Selver