la noche.
Su cabana, en medio de un pequeno huerto y dejada de las otras casas, habia sido ignorada; tal vez la protegeran los arboles de alrededor, penso mientras salia corriendo.
El centro de la ciudad estaba en Danos. Incluso la mole de piedra del cuartel general ardia desde dentro como una estufa rota. El ansible estaba alli: el precioso eslabon.
Tambien habia incendios en la zona del helipuerto y del Campo. ?De donde habian sacado los explosivos? ?Como se explicaba que todos los incendios hubieran estallado al mismo tiempo? Todos los edificios a ambos lados de la Calle Mayor, construidos en madera, ardian a la vez; el rugido de las llamas era pavoroso. Lyubov corrio hacia los incendios. El camino estaba inundado; al principio penso que el agua venia de una manguera de extincion, luego advirtio que el rio Menend se estaba desbordando inutilmente sobre el terreno mientras las casas ardian con ese espantoso rugido aspirante. ?Como lo habian hecho? Habia guardias motorizados en el Campo… Disparos: descargas, el tableteo de una ametralladora. Alrededor de Lyubov unas figuras pequenas corrian de un lado a otro, y el corria en medio de ellas sin prestarles demasiada atencion.
Ahora estaba frente a la Hosteria, y vio a una muchacha de pie en la entrada, el fuego le lamia la espalda y tenia delante un camino seguro, por donde podia escapar. No se movia. Lyubov la llamo a gritos, luego cruzo el patio y por la fuerza le arranco las manos del quicio de la puerta donde se habia aferrado, enloquecida de panico, la arrastro y le hablo con dulzura: “Vamos, amor, vamos”. Entonces ella le siguio, pero no con suficiente rapidez. Cuando cruzaban el patio, el frontispicio de la planta superior, ardiendo desde dentro, cayo lentamente hacia adelante, empujado por el maderamen del techo que se hundia. Las tejas y las vigas volaban como fragmentos de metralla; el extremo de una viga incandescente golpeo a Lyubov y le derribo. Cayo de bruces en el lago de barro iluminado por el fuego. No vio a una pequena cazadora cubierta de piel verde que se abalanzaba sobre la muchacha, la arrastraba hacia atras y le acuchillaba el cuello. No vio nada.
6
No hubo cantos esa noche; solo gritos y silencio. Cuando las naves voladoras empezaron a arder, Selver sintio que habian triunfado, y las lagrimas le vinieron a los ojos, pero ninguna palabra le vino a la boca. Se alejo en silencio, el lanzallamas pesandole en los brazos, para guiar a su grupo de regreso a la ciudad.
Cada grupo de gente venida del oeste y del norte era capitaneado por un ex esclavo como el, alguien que habia servido a los yumenos en Central y conocia los edificios y las costumbres de la ciudad.
La mayor parte de los que habian participado en el ataque esa noche no habia visto nunca la ciudad yumena; muchos de ellos no habian visto nunca a un yumeno. Habian venido porque seguian a Selver, porque eran impulsados por el mal sueno y solo Selver podia ensenarles a dominarlo. Eran centenares y centenares, hombres y mujeres; habian aguardado en profundo silencio a las orillas de la ciudad, mientras los ex esclavos, en grupos de dos o de tres, hacian lo que consideraban mas urgente: romper el acueducto, cortar los cables de distribucion electrica desde la Central Hidroelectrica, penetrar por la fuerza en el Arsenal y robar las armas. Las primeras muertes, las de los guardias, habian sido silenciosas, consumadas con armas de caza, lazos corredizos, cuchillos, flechas, rapidamente, en la oscuridad. La dinamita, robada aquella misma noche en el campamento de lenadores, quince kilometros al sur, fue preparada en el Arsenal, el subsuelo del edificio del cuartel general, mientras provocaban incendios en otros sitios, y luego estallo la alarma y crepitaron las llamas y huyeron la noche y el silencio. La mayor parte del estrepito y de los estampidos de la metralla provenia de los yumenos al defenderse, pues solo los ex esclavos habian sacado armas del Arsenal y las utilizaban; todos los demas se valian de sus lanzas, cuchillos y arcos. Pero fue la dinamita, preparada y encendida por Reswan y otros que habian trabajado en el pabellon de esclavos del campamento de lenadores, lo que produjo el ruido que domino a todos los demas ruidos, y volo las paredes del edificio del cuartel general y destruyo los hangares y las naves.
Habia unos mil setecientos yumenos en la ciudad esa noche, y de ellos unos quinientos eran mujeres; se sabia que en ese momento todas las mujeres yumenas estaban en la ciudad, y por esa razon Selver y sus companeros habian decidido actuar en seguida, aunque todavia no habia llegado toda la gente que deseaba participar. Entre cuatro y cinco mil hombres y mujeres habian acudido a traves de los bosques al Conclave de Endtor, y de alli a este lugar, a esta noche.
Las llamas crepitaban, inmensas, y el olor a quemado y a carniceria era nauseabundo.
Selver tenia la boca seca y le dolia la garganta; no podia hablar, y necesitaba un sorbo de agua. Cuando guiaba su grupo por el callejon central de la ciudad, un yumeno corrio hacia el, una figura inmensa la amenazante en la cerrazon y el resplandor del aire ennegrecido. Selver levanto el lanzallamas y oprimio la lengueta, en el preciso instante en que el yumeno resbalaba en el barro y caia a sus pies. Ningun chorro de llama broto siseante del aparato; la carga se le habia agotado mientras incendiaba las aeronaves que no estaban en el hangar. Selver dejo caer la pesada maquina. El yumeno no llevaba armas, y era hombre. Selver llego a decir: —Dejadle escapar.
Pero la voz le flaqueo, y dos atlishianos, cazadores de los Paramos de Abtam, se le habian adelantado de un salto mientras hablaba, empunando unos largos cuchillos. Las manos grandes, desnudas, oprimieron el aire y cayeron blandamente. El gran cuerpo se desplomo hecho un ovillo en el camino. Habia muchos otros cadaveres tendidos alli, en lo que fuera el centro de la ciudad. Las llamas crepitaban, y ya casi no se oia otro ruido.
Selver despego los labios y grito roncamente la llamada que pone fin a la caza; los que iban con el lo repitieron en voz mas clara y firme, en un falsete sostenido; otras voces respondieron, cercanas y lejanas, en medio de la niebla y el humo y la oscuridad de la noche interrumpida de tanto en tanto por subitas y rugientes llamaradas. En vez de abandonar inmediatamente la ciudad al frente del grupo, Selver les indico que siguieran caminando, y se desvio entrando en un terreno fangoso entre el sendero y un edificio que se habia quemado y desmoronado. Cruzo por encima del cadaver de una yumena y se inclino sobre otro que yacia bajo una gran viga de madera carbonizada. No podia verle el rostro, oscurecido por el fango y las sombras.
No era justo; no era necesario; no tenia por que haber mirado a aquel, ende tantos muertos. No tenia por que haberlo reconocido en la oscuridad. Echo a andar detras del grupo. De pronto se volvio; con mucho esfuerzo retiro la viga de la espalda de Lyubov; se arrodillo, deslizando una mano debajo de la pesada cabeza, que ahora parecia descansar mas comodamente, la cara separada del suelo; asi permanecio, de rodillas, inmovil.
Hacia cuatro dias que no dormia, ni habia tenido tiempo de sonar en muchos mas… ya no sabia cuantos. Habia actuado, hablado, viajado, planeado noche y dia, desde que dejaran Brotor, el y la gente de Cadast. Habia ido de ciudad en ciudad hablando a los pueblos de los bosques, explicandoles aquella cosa nueva, despertandolos del sueno al mundo, preparando la accion de esta noche, hablando, siempre hablando, y escuchando hablar a otros, nunca en silencio y jamas solo. Ellos lo habian escuchado y habian decidido seguirlo, seguir el nuevo camino. Habian aprendido a tocar con las manos el fuego que tanto temian, habian aprendido a dominar el mal sueno: y lanzaron sobre el enemigo la muerte que tanto temian. Todo se hizo tal como dijera Selver. Todo habia ocurrido tal como el habia anunciado. Los albergues y muchas viviendas de los yumenos fueron quemados, las naves voladoras incendiadas o destrozadas, las armas robadas o destruidas; y las hembras estaban muertas. Los incendios empezaban a extinguirse, la noche crecia negra e impenetrable, saturada de un humo pestilente. Selver apenas veia; alzo los ojos hacia el este, preguntandose si pronto llegaria la aurora. Arrodillado alli en el barro entre los muertos penso: Este es el sueno, ahora el mal sueno. Crei que yo manejaba el sueno pero el me maneja a mi.
En el sueno, los labios de Lyubov se movieron apenas contra la palma de su propia mano; Selver miraba hacia abajo y veia abiertos los ojos del muerto. El resplandor ya mortecino de las llamas brillaba en la superficie de aquellos ojos. Un momento despues Lyubov pronuncio el nombre de Selver.
—Lyubov, ?por que te quedaste aqui? Te dije que salieras de la cuidad esta noche.
Asi hablo Selver en suenos, con aspereza, como si estuviese enfadado con Lyubov.
—?Eres tu el prisionero? —dijo Lyubov debilmente sin levantar la cabeza, pero con una voz tan natural que Selver supo por un instante que aquel no era el tiempo-sueno sino el tiempo-mundo, la noche del bosque —. ?O yo?
—Ninguno de los dos, o ambos ?como puedo saberlo? Todas las maquinas y aparatos estan quemados. Todas las mujeres estan muertas. Dejamos escapar a los hombres, si querian escapar. Les dije que no incendiaran tu casa, los libros han de quedar intactos.