me quede dormido, pues el paseo me habia fatigado. Sin embargo, dormi demasiado rato, y tuve que correr hasta la estacion para no perder el tren. Los duros asientos de la tercera clase y el olor a tabaco barato me animaron. Ahora empezaba mi verdadera labor.

Llegue a Crewe de madrugada y tuve que esperar hasta las seis para abordar un tren con destino a Birmingham. Por la tarde llegue a Reading, y cambie el tren local que iba hasta el ultimo rincon de Berkshire. Ahora me encontraba en una tierra de verdes praderas y arroyos rojizos. Hacia las ocho de la noche, un ser cansado y sucio -un cruce entre bracero y veterinario-, con un plaid a cuadros blancos y negros encima del hombro (porque no me atrevia a llevarlo al sur de la frontera), se apeo en la pequena estacion de Artinswell. Habia varias personas en el anden, y pense que seria mejor preguntar el camino en otro lugar.

La carretera pasaba a traves de un gran bosque de hayas y de un valle poco profundo cubierto de flores. Despues de Escocia, el aire tenia un olor fuerte e insulso, pero infinitamente dulce, pues los tilos, castanos y arbustos de lilas estaban en flor. Al poco rato llegue a un puente bajo el cual fluia un riachuelo de aguas claras y tranquilas entre niveos macizos de ranunculos. Un poco mas arriba habia un molino y el estanque producia un agradable y fresco sonido en el aromatico atardecer. No se por que, aquel lugar me calmo y me hizo sentir a gusto. Empece a silbar mientras contemplaba el riachuelo, y la melodia que acudio a mis labios fue Annie Laurie.

Un pescador subio desde la orilla del agua, y al acercarse tambien empezo a silbar. La melodia debia ser contagiosa, pues me coreo. Se trataba de un hombre corpulento, vestido con unos sucios pantalones de franela y un viejo sombrero de ala ancha, y con una bolsa de lona colgada del hombro. Me hizo una inclinacion de cabeza, y yo pense que nunca habia visto una cara mas astuta y afable. Apoyo su delicada cana de tres metros de longitud en el puente, y se quedo mirando el agua igual que yo.

– Esta clara, ?verdad?-dijo con simpatia-. No hay rio tan cristalino como el Kennet. Mire aquel pez. Debe pesar cerca de dos kilos. Pero esta subiendo la marea y a esta hora nunca pican.

– No lo veo -dije yo.

– ?Mire! ?Alli! A un metro de las canas, un poco mas arriba de aquella roca.

– Ahora lo veo. Parece una piedra negra.

– Asi es -repuso, y silbo otra estrofa de Annie Laurie.

– Su nombre es Twisdon, ?verdad? -dijo por encima del hombro, con los ojos fijos en el riachuelo.

– No -conteste-. Quiero decir, si. -Me habia olvidado de mis alias.

– Un conspirador debe recordar su propio nombre -dijo, sonriendo ampliamente al ver una gallina junto al camino.

Me enderece y le mire, observando su mandibula cuadrada, su frente ancha y sus tersas mejillas, y empece a pensar que finalmente habia encontrado a un verdadero aliado. Sus penetrantes ojos azules parecian verlo todo.

De repente fruncio el ceno.

– Digo que es una verguenza -exclamo, levantando la voz-. Es una verguenza que un hombre joven, fuerte y sano como usted se atreva a mendigar. En mi casa le daran de comer, pero no espere ni un penique.

Estaba pasando un carro, conducido por un hombre joven que alzo el latigo para saludar al pescador. Cuando hubo desaparecido, cogio su cana.

– Aquella es mi casa -dijo, senalando hacia una verja blanca a unos cien metros de distancia-. Espere cinco minutos y despues entre por la puerta trasera. -Y sin mas palabras, se alejo.

Hice lo que me habian ordenado. Encontre una bonita casa con un cesped que descendia hasta el riachuelo, y un sendero bordeado de sauquillos y lilas. La puerta trasera estaba abierta, y un severo mayordomo me aguardaba en el umbral.

– Venga por aqui, senor -dijo, y me condujo por un pasillo y una escalera de caracol hasta el dormitorio con vistas al rio. Alli encontre un guardarropa completo dispuesto para mi: ropa de etiqueta, un traje de franela marron, camisas, cuellos, corbatas, utiles de afeitar, cepillos para el cabello e incluso un par de relucientes zapatos-. Sir Walter ha pensado que las cosas del senor Reggie le irian bien, senor -dijo el criado-. Viene todos los fines de semana, y tiene algo de ropa aqui. Si desea banarse, senor, le he preparado un bano caliente. La cena se servira dentro de media hora. Ya oira el gong.

El severo criado se retiro, y yo me sente en una butaca tapizada de chintz para recobrarme de la sorpresa. Era como una pantomima; pasar repentinamente de la pobreza a este ordenado desahogo. Evidentemente sir Walter creia en mi, aunque no pude adivinar por que. Me mire al espejo, y vi a un moreno individuo, descuidado y ojeroso, con una barba de quince dias y polvo en las orejas y los ojos, sin cuello, con una camisa vulgar, un raido traje de tweed y unas botas que necesitaban una limpieza con urgencia. Tenia el aspecto de un vagabundo, y acababa de ser introducido por un estirado mayordomo en este templo de acogedora opulencia.

Y lo mejor de todo era que ni siquiera sabian mi nombre.

Decidi no romperme la cabeza y tomar los dones que los dioses me habian otorgado. Me afeite, me bane y me puse la ropa limpia, que no me sentaba tan mal.

Cuando hube terminado, el espejo me devolvio la imagen de un hombre aseado y bien vestido.

Sir Walter me esperaba en un comedor donde una pequena mesa redonda estaba iluminada por candelabros de plata. Al verle -tan respetable y seguro, la personificacion de la ley y el Gobierno y todos los convencionalismos- me desconcerte y me senti como un intruso. No podia saber la verdad acerca de mi, porque entonces no me trataria de este modo. Pense que no seria honrado aceptar su hospitalidad bajo una apariencia enganosa.

– Le estoy mas agradecido de lo que puedo expresar, pero debo aclarar las cosas -dije-. Soy inocente, pero la policia me esta buscando. Tenia que decirselo y no me sorprendere si me echa de su casa.

El sonrio.

– Me parece muy bien. No deje que eso le quite el apetito. Podemos hablar de todo despues de cenar.

Jamas habia comido con tal fruicion, pues no habia tomado mas que un par de bocadillos en el tren a lo largo de todo el dia. Sir Walter me agasajo, pues bebimos un buen champana y despues tomamos un oporto excelente. Estuve a punto de echarme a reir al verme alli sentado, servido por un lacayo y un estirado mayordomo, y acordarme de que habia vivido como un bandido, perseguido por todos, durante tres semanas. Hable a sir Walter de las piranas del Zambesi, que te arrancarian los dedos de un mordisco si les dieras la ocasion, y charlamos de caza, pues el habia sido un gran aficionado.

Tomamos el cafe en su estudio, una acogedora habitacion llena de libros y trofeos, desorden y comodidades. Tome la decision de que si algun dia me libraba de este asunto y tenia una casa propia, crearia una estancia igual que aquella. Cuando hubimos terminado el cafe y encendido los cigarros, mi anfitrion apoyo sus largas piernas encima del brazo de su butaca y me pidio que iniciara mi relato.

– He obedecido las instrucciones de Harry -dijo-, y el soborno que me ofrecio fue que usted me diria algo digno de oirse. Estoy preparado, senor Hannay.

Me sobresalte al oir que me llamaba por mi nombre verdadero.

Empece por el principio. Le hable de mi aburrimiento en Londres, y de la noche que habia encontrado a Scudder frente a la puerta de mi piso. Le repeti lo que Scudder me habia contado sobre Karolides y la conferencia del Ministerio de Asuntos Exteriores, y eso le hizo fruncir los labios y sonreir.

Despues llegue al asesinato, y volvio a ponerse serio. Escucho atentamente la historia del lechero y el relato de mi estancia en Galloway y de las horas que habia pasado descifrando las notas de Scudder en la posada.

– ?Las tiene aqui? -pregunto vivamente, y lanzo un profundo suspiro cuando extraje la agenda del bolsillo.

No dije nada sobre su contenido. A continuacion describi mi encuentro con sir Harry, y los discursos politicos. Se echo a reir estrepitosamente.

– Harry no debio decir mas que tonterias, ?verdad? No me extrana. Es muy buena persona, pero el idiota de su tio le ha llenado la cabeza de quimeras. Continue, senor Hannay.

Mi dia como picapedrero le excito un poco. Me hizo describir con todo detalle a los dos hombres del coche, y parecio rebuscar en su memoria. Volvio a alegrarse cuando le relate mi encuentro con el necio de Jopley.

Pero el anciano de la casa del paramo le hizo fruncir el ceno. Tambien tuve que describirselo con todo detalle.

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