muerto por beber demasiado, de modo que puse botellas por todas partes. La mandibula era lo menos parecido, asi que se la destroce con un revolver. Supongo que manana habra alguien que jure haber oido un tiro, pero en mi piso no hay vecinos, y decidi correr el riesgo. Deje el cadaver en la cama, vestido con mi pijama, con un revolver entre las sabanas y un considerable desorden alrededor. Despues me puse un traje que habia estado reservando para alguna emergencia. No me atrevi a afeitarme por miedo a dejar pistas, y ademas habria sido absurdo que intentara llegar a la calle. Habia estado pensando en usted durante todo el dia, y llegue a la conclusion de que era mi unica posibilidad. He estado mirando por la ventana hasta que le he visto llegar, y entonces he salido a su encuentro… Eso es todo, senor, ahora ya sabe casi tanto como yo sobre este asunto.
Empezo a parpadear igual que un buho. Tembloroso a causa del nerviosismo, pero desesperadamente decidido. A estas alturas yo estaba convencido de que habia sido sincero conmigo. Era una historia increible, pero a lo largo de mi vida habia oido muchos cuentos aparentemente falsos que despues resultaron ciertos, y habia adquirido la costumbre de juzgar al hombre en vez de la historia. Si hubiera querido introducirse en mi piso para despues cortarme el cuello, habria escogido un cuento menos absurdo.
– Deme su llave -dije-, y echare una ojeada al cadaver. Disculpe mis precauciones, pero es logico que quiera verificar todo lo que pueda.
El meneo tristemente la cabeza.
– Suponia que querria hacerlo, pero no la tengo. Esta colgada de mi cadena en la mesilla de noche. No podia llevarmela y dejar una pista que levantara sospechas. Los caballeros que me persiguen son muy listos. Tendra que confiar en mi por esta noche, y manana no le quedara ninguna duda sobre la existencia del cadaver.
Yo reflexione unos instantes.
– Esta bien. Confiare en usted por esta noche. Le encerrare en esta habitacion y me guardare la llave. Quiero decirle una cosa, senor Scudder. Creo que es usted sincero, pero si no lo es debo advertirle que soy un buen tirador.
– Desde luego -dijo, levantandose con cierta brusquedad-. No tengo el honor de conocer su nombre, senor, pero permitame decirle que es usted un hombre honrado. Le agradeceria que me prestara una navaja de afeitar.
Le lleve a mi dormitorio y le deje solo. Al cabo de media hora vi salir a una persona que apenas reconoci. Solo sus penetrantes ojos azules eran los mismos. Se habia afeitado la barba, llevaba el cabello peinado con raya en medio, y se habia recortado las cejas. Ademas, se comportaba con marcialidad, y era la viva imagen, incluso por la tez morena, de un oficial britanico que hubiese pasado una larga temporada en la India. Tambien tenia un monoculo, que se coloco en el ojo, y hablo con voz de la que habia desaparecido todo vestigio de acento americano.
– ?Increible! Senor Scudder… -balbucee.
– Nada de senor Scudder -corrigio-; capitan Theophilus Digby, del Cuarenta de los gurkas, actualmente de permiso en la patria. Le agradecere que lo recuerde, senor.
Le prepare una cama en mi salon de fumar y despues me fui a acostar, mas alegre de lo que habia estado durante el ultimo mes. Al parecer si que ocurrian cosas de vez en cuando, incluso en esa ciudad olvidada de Dios.
A la manana siguiente me despertaron los ruidos de mi criado, Paddock, al intentar abrir la puerca del salon de fumar. Paddock era un tipo al que habia hecho un favor en Sudafrica, y le tome a mi servicio en cuanto llegue a Inglaterra. Tenia tanta facilidad de palabra como un hipopotamo y carecia de las dotes necesarias para ser un buen criado, pero yo sabia que podia confiar con su lealtad.
– No haga estruendo, Paddock -dije-. Un amigo mio, el capitan… el capitan… -(no pude recordar el nombre)-. Esta durmiendo ahi dentro. Prepare desayuno para dos y despues venga a hablar conmigo.
Explique a Paddock la historia de que mi amigo era un personaje muy influyente, con los nervios alterados por el exceso de trabajo, que queria descanso y quietud absolutos. Nadie debia saber que estaba aqui, porque entonces le asediarian con mensajes del Ministerio de la India y del primer ministro, y su cura de reposo se veria desbaratada. He de decir que Scudder desempeno su papel a la perfeccion cuando salio a desayunar. Miro fijamente a Paddock con su monoculo, igual que un oficial britanico, le hizo varias preguntas sobre la Guerra de los Boers y me menciono a toda clase de amigos imaginarios. Paddock nunca habia aprendido a llamarme «senor», pero dio ese tratamiento a Scudder como si su vida dependiera de ello.
Le deje con el periodico, y una caja de cigarros, y fui a la City hasta que se hizo la hora de comer. Cuando volvi, el ascensorista tenia una expresion solemne.
– Mal asunto el de esta manana, senor. El del numero quince se ha pegado un tiro. Acaban de llevarselo al deposito. La policia aun esta arriba.
Subi al numero quince, y encontre a un par de agentes y un inspector ocupados en hacer un registro. Hice unas cuantas preguntas tontas, y no tardaron en echarme. Despues encontre al criado de Scudder, y le sondee, pero vi que no sospechaba nada. Era un tipo quejumbroso con cara de sepulturero, y media corona sirvio para consolarle.
Al dia siguiente asisti a la encuesta.
Un socio de cierta casa editorial declaro que el difunto le habia llevado varios articulos para publicar y anadio que, al parecer, era agente de una empresa americana. El jurado decidio que habia sido un suicidio, y las escasas pertenencias del muerto fueron entregadas al consul americano. Hice a Scudder un relato detallado de la sesion, que le intereso mucho. Dijo que le habria gustado asistir a la encuesta, pues opinaba que debia ser tan divertido como leer la propia esquela mortuoria.
Los dos primeros dias que estuvo conmigo en aquella habitacion trasera se mostro muy sosegado. Leia y fumaba un poco, y tomaba muchas notas en una libreta, y por la noche jugabamos una partida de ajedrez, que el ganaba invariablemente. Creo que estaba recuperando el equilibrio psiquico, pues habia pasado una mala epoca. Sin embargo, el tercer dia observe que empezaba a mostrarse inquieto. Hizo una lista de los dias hasta el quince de junio, y los iba tachando con un lapiz rojo, haciendo observaciones en taquigrafia junto a ellos. A veces le encontraba sumido en profundas meditaciones, con una mirada abstraida en sus penetrantes ojos, y despues de estos intervalos de reflexion parecia muy abatido.
Despues observe que empezaba a ponerse nervioso otra vez. Se sobresaltaba al oir el menor ruido, y continuamente me preguntaba si Paddock era digno de confianza. Una vez o dos llego a mostrarse agresivo, y se disculpo por ello. Yo no le culpaba, Era indulgente con el, pues me hacia cargo de su dificil situacion.
No era su propia seguridad lo que le preocupaba, sino el exito de los planes que habia hecho. Aquel hombrecillo poseia una fuerza de caracter poco comun, y no se daba facilmente por vencido. Una noche se mostro muy solemne.
– Escuche, Hannay -dijo-, creo que debo revelarle algo mas sobre este asunto. No me gustaria irme sin dejar a alguien que siguiera ofreciendo resistencia. -Y empezo a explicarme con detalle lo que me habia esbozado a grandes rasgos.
No le preste demasiada atencion. La verdad es que estaba mas interesado en sus propias aventuras que en la alta politica. Consideraba que Karolides y sus problemas no eran asunto mio, y se los deje todos a el. Asi pues, mucho de lo que dijo se borro de mi memoria. Recuerdo que subrayo el hecho de que Karolides no correria peligro hasta que llegara a Londres, y que este vendria de las esferas mas altas, donde nadie sospecharia nada. Menciono el nombre de una mujer, Julia Czechenyi, en relacion con el peligro. Deduje que ella seria el senuelo para alejar a Karolides de sus guardianes. Tambien hablo de una Piedra Negra y de un hombre que ceceaba al hablar, y describio minuciosamente a alguien al que nunca se referia sin un estremecimiento, un anciano con voz de joven que parpadeaba como un halcon.
Tambien hablo mucho sobre la muerte. Estaba mortalmente ansioso de triunfar en su empeno, pero su vida no le importaba nada.
– Supongo que es como quedarte dormido cuando estas muy cansado, y despertarte una hermosa manana de verano con el olor a heno entrando por la ventana. Solia dar gracias a Dios por tales dias cuando estaba en Kentucky, y me imagino que tambien lo hare cuando me despierte en la otra orilla del Jordan.
Al dia siguiente estaba mucho mas alegre, y paso varias horas leyendo la vida de Jackson. Yo sali a cenar con un ingeniero de minas al que debia ver por asuntos de negocios, y volvi hacia las diez y media para jugar nuestra partida de ajedrez antes de acostarnos.
Recuerdo que tenia un cigarro en la boca cuando abri la puerta del salon de fumar. Las luces no esta- han