Pero alrededor de las siete menos veinte, como sabia por amarga experiencia, aparecia el lechero con un gran estruendo de botellas, y depositaba las mias delante de la puerta. Yo habia visto varias veces a ese lechero, en las ocasiones que habia salido a dar un paseo mananero. Era un hombre joven de estatura similar a la mia, con un bigote mal recortado, y llevaba un mono blanco. En el cifraba todas mis esperanzas.
Fui a la habitacion trasera, donde los rayos del sol empezaban a introducirse por las rendijas de las persianas. Alli desayune un whisky con soda y algunas galletas que cogi del aparador. Ya eran casi las seis. Me meti una pipa en el bolsillo y llene mi petaca con tabaco del bote que habia sobre la mesa proxima a la chimenea.
Cuando meti la mano en el bote mis dedos tropezaron con algo duro, y aparecio la pequena agenda negra de Scudder… Esto me parecio un buen presagio. Levante el mantel que cubria el cadaver, y me asombro observar la paz y dignidad del rostro sin vida.
– Adios, viejo amigo -dije-, hare lo que pueda por usted. Deseeme buena suerte, desde dondequiera que este.
Despues, sali al vestibulo y espere la llegada del lechero. Esta fue la peor parte de todo el asunto, pues estaba deseando marcharme. Sonaron las seis y media, despues las siete menos cuarto, y no aparecio. El muy inoportuno habia escogido precisamente ese dia para retrasarse.
Un minuto despues de las siete menos cuarto oi el ruido de las botellas en el rellano. Abri la puerta, y alli estaba mi hombre dejando mis botellas en el suelo y silbando entre dientes. Se sobresalto un poco al verme.
– Entre un momento -dije-. Quiero hablar con usted. -Y le conduje al comedor.
– Creo que es usted un hombre comprensivo -le dije-, y quiero que me haga un favor. Presteme la gorra y el mono diez minutos, y le dare un soberano.
Sus ojos se abrieron al ver el oro, y sonrio ampliamente.
– ?De que va la cosa? -pregunto
– Se trata de una apuesta -dije yo-. No tengo tiempo para explicarselo, pero para ganarla he de convertirme en lechero durante los proximos diez minutos. Lo unico que usted debe hacer es quedarse aqui hasta que yo vuelva. Se retrasara un poco, pero nadie se quejara y habra ganado una corona.
– ?De acuerdo! -exclamo alegremente-. Me gustan las apuestas. Aqui tiene los trastos, jefe.
Me puse su gorra y su mono blanco, cogi las botellas, cerre la puerta de golpe y baje las escaleras silbando. El portero me dijo que cerrara el piso, y yo lo tome como una prueba de que mi disfraz era convincente.
En el primer momento me parecio que no habia nadie en la calle. Despues vi a un policia unos cien metros mas abajo, y a un vago que paseaba por el olio lado. Un impulso me hizo levantar los ojos hasta la casa de enfrente, y aviste una cara en una ventana del primer piso. El vago miro hacia arriba al pasar, y crei observar que intercambiaban una serial.
Cruce la calle, silbando jovialmente e imitando el despreocupado andar del lechero. Despues tome la primera travesia y gire a la izquierda en una esquina donde habia un solar vacio. El callejon estaba desierto, de modo que arroje las botellas por encima de la valla y despues hice la misma operacion ron la gorra y el mono. Acababa de ponerme mi gorra de pano cuando un cartero doblo la esquina.
Le di los buenos dias y el me contesto sin ningun recelo. En aquel momento, el reloj de una iglesia cercana dio las siete.
No tenia un minuto que perder. En cuanto llegue a Euston Road puse pies en polvorosa y eche a correr. El reloj de la estacion de Euston senalaba las siete y cinco. En St. Paneras no tuve tiempo de lomar un billete, aparte de que no habia decidido mi punto de destino. Un mozo me indico el anden, y cuando entre en el vi que el tren ya se habia puesto en movimiento. Dos funcionarios de la estacion me cerraron el paso, pero les esquive y me encarame al ultimo vagon.
Tres minutos despues, mientras atravesabamos los tuneles del norte, tuve que enfrentarme con un airado revisor. Me extendio un billete para Newton Stewart, un nombre que me habia venido subitamente a la memoria, y me llevo del compartimiento de primera clase donde me habia acomodado a uno de tercera para fumadores, ocupado por un marinero y una voluminosa mujer con un nino. Se marcho grunendo, y mientras me enjugaba la frente comente a mis companeros, con mi mejor acento escoces, que tomar un tren era un mal asunto.
Ya me habia identificado plenamente con mi personaje.
– ?Vaya un tio insolente!-dijo la dama con acritud-. A este le hace falta un escoces con agallas para ponerle en su sitio. Se queja de que esta criatura no lleve billete y no hara el ano hasta agosto, y despues va y protesta de que este caballero escupa.
El marinero asintio de mal talante, y yo inicie mi vida nueva en una atmosfera de protestas contra la autoridad. Me recorde a mi mismo que una semana antes el mundo me habia parecido aburrido.
3. La aventura del posadero literato
Aquel dia disfrute plenamente de mi viaje hacia el norte. Era un esplendido dia de mayo, los arbustos florecian en todos los setos, y yo me pregunte por que, mientras aun era un hombre libre, me habia quedado en Londres y no habia salido a gozar de la campina. No me atrevi a ir al vagon restaurante, pero compre una bolsa de comida en Leeds y la comparti con la mujer gorda. Tambien compre los periodicos de la manana, con noticias sobre los participantes del Derby y el comienzo de la temporada de criquet, asi como algunos parrafos que informaban sobre la estabilizacion de los acontecimientos en los Balcanes y la salida de varios barcos britanicos hacia Kiel.
Cuando hube terminado de leerlos saque la pequena agenda negra de Scudder y la estudie. Estaba llena de garabatos, en su mayor parte numeros, aunque de vez en cuando habia algun nombre intercalado. Por ejemplo, encontre las palabras «Hofgaard», «Luneville» y «Avocado» con cierta frecuencia, y especialmente la palabra «Pavia». Ahora sabia que Scudder nunca hacia nada sin una razon, y estaba seguro de que habia una clave en todo aquello. Este es un tema que siempre me ha interesado, y yo mismo lo habia estudiado un poco cuando fui oficial del Servicio de Inteligencia en Delagoa Bay durante la Guerra de los Boers. Tengo facilidad para cosas como el ajedrez y los acertijos, y me considero bastante dotado para descifrar claves. Esta se parecia a la clave numerica donde series de numeros corresponden a las letras del alfabeto, pero cualquier hombre medianamente astuto puede encontrar la solucion a ese tipo de clave tras una o dos horas de trabajo, y yo no creia que Scudder se conformara con algo tan facil. Asi pues, me concentre en las palabras, ya que se puede hacer una clave numerica bastante buena teniendo una palabra determinada que de el orden de las letras.
Lo intente durante horas, pero ninguna de las palabras servia. Despues me quede dormido y me desperte en Dumfries justamente a tiempo para apearme y subir al lento tren de Galloway. En el anden habia un hombre cuyo aspecto no me gusto, pero ni siquiera me dirigio una mirada, y cuando me vi en el espejo de una maquina automatica no me extrano. Con mi cara morena, mi viejo traje de tweed y mi andar desgarbado era la viva imagen de uno de los granjeros que abarrotaban los vagones de tercera clase.
Viaje con media docena de ellos en una atmosfera de tabaco y pipas de arcilla. Venian del mercado semanal y su conversacion estaba llena de precios. Oi relatos sobre como el ganado habia subido por el Cairn y el Deuch, y por otra docena de rios misteriosos. Mas de la mitad de los hombres habian almorzado abundantemente y estaban saturados de whisky, pero no se fijaron en mi. Nos internamos lentamente en una zona de valles con poca vegetacion, y despues en un enorme paramo con algunas lagunas y altas colinas hacia el norte.
Hacia las cinco el vagon se habia vaciado, y me quede solo tal como esperaba. Me apee en la siguiente estacion, un lugar pequeno en cuyo nombre apenas repare, enclavado en pleno corazon de un pantano. Me recordo a una de esas pequenas estaciones olvidadas del Karroo. Un anciano jefe de estacion cavaba en su jardin, y con la azada al hombro se encaramo al tren, se hizo cargo de un paquete y volvio a sus patatas. Un nino de diez anos recogio mi billete, y yo sali a un camino blanco que zigzagueaba a traves del paramo.
Era una maravillosa tarde primaveral, y las colinas se veian tan claramente como una amatista tallada. El aire portaba el caracteristico olor de las marismas, pero era tan fresco como en pleno oceano y causo el mas extrano de los efectos sobre mi estado de animo. Me senti alegre y despreocupado. Podria haber sido un joven excursionista, en vez de un hombre de treinta y siete anos perseguido por la policia. Me senti como cuando iniciaba una larga jornada a traves de la estepa. Aunque les parezca increible, eche a andar por aquel camino silbando una melodia. No tenia ningun plan de campana; solo seguir adelante por esta aromatica y montanosa