El impacto en el vientre obligo a Hank a detenerse un segundo en su carrera. Pero solamente un segundo. Sus ojos despedian llamas y, con las manos tumefactas, se sujetaba el vientre herido, mientras seguia cuesta arriba la carrera en busca de su presa.
Wil le vio acercarse. Sabia que le habia alcanzado, pero era como si ahora Hank fuera invulnerable a los proyectiles. Wil comenzo a meter las ultimas capsulas en la maquina. Apunto de nuevo a la figura trepidante que se le venia encima y disparo dos veces mas. Hank acuso los disparos, pero no habia ya nada, ni siquiera la muerte, que pudiera detenerle. Wil volvio a disparar. Fallo. Dos, tres veces mas. Cuatro. La ultima capsula se estrello contra una roca y una esquirla rasgo una ceja y cerro definitivamente el ojo izquierdo de Hank, ya a pocos pasos de el. Disparo de nuevo, furioso y aterrado a un tiempo, pero la maquina no respondio al disparo y sobre Wil se lanzaba la masa furiosa de Hank como un huracan. Un hombre muerto que vivia unicamente para matar, ahora.
El choque fue espantoso. El impulso de Hank hizo que Wil cayera derribado sin ninguna resistencia. La cabeza le reboto contra las piedras de la entrada de la cueva y quedo inmovil, como herido por un subito rayo.
Hank, de pronto, no se dio cuenta. Golpeaba, muerto, un cuerpo casi tan muerto como el suyo propio. Pero vio, subitamente, que su enemigo -y penso, ?su enemigo?- no respondia a los golpes. Estaba alli, tendido debajo de el, inmovil, y el rostro le adquiria una palidez de cera. Hank sintio desaparecer su odio al mismo tiempo que sentia extinguirse su propia vida. Con su ultima fuerza busco con mirada turbia el arma que yacia cerca, entre el polvo. Su mano hinchada la tomo como habria podido apresar un lagarto repugnante, empujo lentamente hacia la pared enhiesta del farallon y la dejo caer en el vacio. Se asomo y creyo ver como la maquina se estrellaba y se partia entre las rocas. Ya no tuvo fuerzas para mas. Cayo junto a Wil y su mano, en un ultimo estertor, trato de encontrar la de su amigo muerto. Su amigo otra vez. Ahora si. Muertos los dos.
Paso un tiempo antes de que la gente se atreviera a acercarse a los dos cuerpos. La primera fue Hilla, que se habia mantenido encogida en el interior de la cueva. Y luego, lentamente, todos los demas, sin que el eco de sus pasos rompiera la calma que se habia apoderado del valle despues del tiroteo.
Contemplaron a prudente distancia los dos cuerpos, aun vagamente sacudidos por espasmos de muerte. Apartaron a los ninos de la vision horrenda de la sangre.
Luego, alguien encargo a los jovenes que cavasen una sola fosa, lo bastante profunda para contener los dos cuerpos, y el resto de la comunidad volvio lentamente al trabajo en el campo de maiz que estaba en barbecho. La futura cosecha no podia esperar. Los muertos, si.
Y hubo muchos que pensaron que tendrian que elegir un nuevo jefe.
PREVISTOS 50 MUERTOS
(Titular de la prensa diaria.)
– Enhorabuena, almirante Badel -sonrio el general Klump, estrechando firmemente la mano del jefe de las maniobras.
– Gracias, mi general -acepto, emocionado, el almirante.
– Todos los objetivos cubiertos en un tiempo menor que el previsto y todos los servicios funcionando en perfectas condiciones. Realmente, nada mejor podia pedirse.
– Efectivamente, mi general -asintio Badel, henchido de satisfaccion. En realidad, aquel exito habia sido obra totalmente suya. El Alto Estado Mayor le habia confiado toda la responsabilidad de la operacion y, durante los siete dias de maniobras, habia vivido pendiente de que todo estuviera a punto y de que no hubiera ni un segundo de retraso sobre los tiempos previstos y sobre los objetivos que tenian que ser alcanzados. Hoy, las metas alcanzadas y la operacion convertida en un alarde de fuerza y precision para el ejercito mas poderoso de la Tierra, Badel estaba seguro de que la trascendencia de aquel exito le reportaria algo mas practico que la simple felicitacion del general jefe del Alto Estado Mayor. Solo tenia que esperar.
Volvio lentamente a su oficina provisional en el crucero insignia, gozando por primera vez de la brisa marina que en los dias anteriores le habia resultado tan insoportable como una atmosfera saturada de gases fetidos. Abrio todos los ojos de buey del camarote lleno de mesas cubiertas de planos y numeros, mapas a alta escala y modelos minusculos de las unidades que intervinieron en las maniobras. Sus ojos tropezaron insensiblemente con la lista de las bajas sufridas: un papel con catorce nombres sujeto por un pisapapeles -una vieja espoleta de mortero- y sonrio de nuevo, satisfecho. Realmente, habia sido una suerte, casi un milagro podria decirse, si el almirante Badel creyera en los milagros. Porque la operacion era peligrosa, muy peligrosa. Y el fuego real, aunque sirve para entrenar bien a los muchachos, ofrece esos inconvenientes siempre fastidiosos. Recordo que, cuando recibio las instrucciones del Alto Estado Mayor y se le dijo que los muertos previstos eran cincuenta, habia sonreido pensando que las altas jerarquias militares se habian quedado cortas en su prevision. Ahora, con esa victoria, las cosas volvian a su cauce y Badel estaba seguro de su proximo ascenso.
Pulso el timbre que habia sobre su mesa y, un segundo despues, unos golpes suaves en la puerta le hicieron levantar la cabeza.
– Pase…
El ayudante se cuadro en el umbral. El almirante Badel le tendio la hoja de bajas.
– ?Han dado el aviso oficial a las familias?
– Todavia no, senor. Esperabamos su visto bueno.
– Esta bien. Curselo usted mismo.
– ?Nada mas, senor?
– Nada mas, gracias…
Se quedo solo de nuevo y se acerco a la gran mesa central, en la que aun estaban colocadas las unidades en el lugar que ocuparon al final de la operacion. Si, habia sido algo muy semejante a un milagro. Solo catorce muertos. Treinta y seis hombres se habian librado de la muerte, tal vez sin saberlo. No, tal vez, no: ?seguro que ignoraban que habian estado condenados!… ?Pero como?…
El cabo Ross tenia que obedecer. Habia estado obedeciendo durante diez anos y sabia que no hacia falta pensar; gracias a eso habia obtenido los galones. Por eso, cuando el teniente le indico el camino a seguir con sus cinco hombres, Ross no dudo ni un segundo, a pesar de que habia visto un instante antes como las granadas batian el sector por donde ahora tendrian que pasar. Sabia que todo estaba previsto y que, cuando ellos llegasen, el fuego cesaria, o se desplazaria, o cambiarian el fuego real por proyectiles de fogueo. Cualquier cosa.
El objetivo era rodear la colina, atravesar el barranco y reunirse con el resto de la unidad al otro lado, en la pista provisional de aterrizaje. La suya, le dijo el teniente, era una mision de limpieza: terminar con el supuesto enemigo que en ese sector se hubiera librado del bombardeo. Ross se sintio henchido de satisfaccion porque, en su larga carrera militar, nunca se le habia encomendado una parte tan responsable. Ahora podria demostrar lo que era. Llamo a sus hombres, los coloco en fila y colgo de su hombro derecho el ligero subfusil.
– ?Andando!…
– Mi cabo… -se oyo una voz al final de la fila.
Ross miro con ojos torvos al que le habia llamado. Era Goy, el estudiante. Ross le tenia una rabia especial, aunque nunca supo definirse a si mismo las razones que le impulsaban a llamarle cerdo, o intelectual, o chismoso, segun la ocasion.
– ?Que te pica?
– ?Ha visto usted como zumban por ese lado?
– ?Que quiere decir eso, insubordinacion?
– No, mi cabo, yo…
– Cierra el pico. ?Hala, en marcha!
El muchacho que habia junto a Goy estaba palido y se persigno antes de ponerse en marcha. Era un