Con esas recomendaciones, Prague habia llegado un poco cohibido al despacho del profesor Granz. Por supuesto, los pasillos inhospitos y la falta de luz contribuyeron a bajar su animo a la altura de los talones, mientras se acercaba al lugar donde los ujieres la indicaron que se encontraban los dominios del Viejo. Prague se preguntaba por que las facultades de historia seguirian aferradas a los viejos edificios que las habian albergado cien anos antes. Era como si la historia necesitase de polvo y miasmas para subsistir o para tener todavia una vigencia en medio de una sociedad que habia evolucionado hasta el punto de volver el calcetin de las costumbres del reves. Las palabras ampulosas de antano se habian olvidado y las antiguas guerras eran apenas un capitulo intrascendente en las historietas animadas que presentaba la television para esparcimiento de los chicos los domingos por la tarde.

Delante de Prague se levantaba una puerta enorme, de cedro. Un ujier que debia de tener pasada la edad de la jubilacion se le acerco de puntillas.

– ?El profesor Granz? -pregunto Prague, e inmediatamente se dio cuenta de que habia hablado demasiado alto, que en aquel antro habia que hablar en un susurro. El ujier abrio los ojos como asustado y murmuro en voz baja:

– ?Le espera?…

– Creo que si -bajo la voz hasta hacerla casi inaudible y le entrego su tarjeta.

El ujier desaparecio tras una cortina, moviendo lentamente la cabeza y paso un largo instante antes de que se abriera el porton de cedro y apareciese de nuevo su rostro asustado por el respeto y una mano cuyo indice le hacia senas para que pasase al interior.

Prague entro en el sancta sanctorum. Al principio no vio mas que libros y polvo por todas partes. En aquel lugar no habia entrado un aspirador desde epocas remotas. ?Que diferencia con la Casa, donde los ventanales comian el espacio a las paredes y donde no se filtraba ni un atomo de suciedad!

Cuando los ojos de Prague se acostumbraron a la falta de luz, distinguio una mesa al fondo y, sentado detras de ella, al profesor Granz, encaramado casi en su sillon y haciendole senas nerviosas con los brazos, mientras casi le gritaba:

– ?Vamos, pase, no se quede ahi asustado!…

Prague hizo un esfuerzo y se acerco con la mano tendida al profesor. Pero Granz no parecio verla. Acercaba sus ojillos miopes a la tarjeta y, con la otra mano, le hacia senas perentorias para que tomase asiento en la silla desvencijada que estaba al otro lado de la mesa. Prague, convencido de que se hallaba ante un perfecto grosero, tomo asiento y espero. Granz levanto la cabeza de pelos desordenados y fijo por fin su mirada en el, como si quisiera traspasarle:

– Ingeniero Prague, ?no?…

– Si, profesor. Me envian…

– ?Ya se, ya se!… -Interrumpio Granz. Prague decidio callar hasta que le preguntaran. Tuvo que soportar aun un momento la mirada escrutadora de Granz, que termino sonriendo con una sonrisa que a Prague le parecio aun mas grosera que la inspeccion ocular que la habia precedido. Decidio contener sus deseos de salir corriendo de alli, pero no pudo evitar removerse inquieto en la silla. Granz parecio adivinar sus pensamientos:

– Respira usted mal aqui, ?eh?…

– No…

– Y, ademas, miente… -le interrumpio de nuevo. Prague dio un salto en su asiento, poniendose de pies.

– Profesor, he venido aqui porque me han rogado en la Casa que lo hiciera. Pero soportar sus…

– ?Bah, bah, bah!… Vamos, sientese y no siga diciendo tonterias. Si vamos a trabajar juntos, mejor sera que aprenda a soportarme.

Prague se dejo caer de nuevo en la silla, asombrado.

– ?Trabajar juntos?

– No se lo imaginaba usted, ?verdad?…

– Pues, la verdad, yo…

– No creia usted que fuera posible que un profesor de historia y un ingeniero electronico pudieran colaborar. ?Bien! Pues vaya haciendose a la idea. Y no me hable en terminos tecnicos de los que emplean ustedes, porque me obligara a emplear terminos de los mios y no llegariamos a entendernos nunca.

El ingeniero se reclino todo lo que su silla le permitia, dispuesto a todo y ya riendose para sus adentros.

– Usted dira entonces, profesor.

– Muy bien. Vamos a ver, ustedes construyen cerebros electronicos, ?no es eso?

– Si, senor. Solo que los llamamos computadoras.

– Cerebros. ?Y como funcionan?

Prague estuvo a punto de saltar nuevamente en su silla. ?Un profesor de historia pretendia saber como funcionaba una computadora! Aquello era…

– Le parece a usted absurda la pregunta, ?verdad?… No, no pretendo que me cuente usted ningun secreto. Solo quiero saber, a ojo de buen cubero, su fundamento. -Se detuvo y, al ver dudar todavia a Prague, sus manos se movieron nerviosas sobre la mesa llena hasta rebosar de papeles polvorientos-. ?Se lo aclarare! No crea que soy tan ignorante… en la materia que usted domina. Esos cerebros almacenan datos, ?no es asi?

– En cierto sentido, si…

– ?Las almacenan, si o no? -casi grito Granz.

– Bien… Si, los almacenan.

– ?Cuantos?

– Depende de su potencia, de su memoria.

– Los mas potentes.

– Unos treinta mil.

El profesor aparto su mirada del ingeniero y la fijo ante si, en la mesa, pensativo durante un instante. Luego, mas para el mismo que dirigiendose a su interlocutor, murmuro:

– Me lo figuraba… -E inmediatamente volvio los ojos hacia Prague de nuevo, para anadir, con una seguridad temeraria: -Habra que construir otro mucho mas potente…

Prague estaba decidido a no dejarse asustar por nada. Y asi reacciono ante las nerviosas palabras del viejo profesor con una pregunta tajante:

– ?Cuantos mas?

– Unos cinco millones.

Aquello era demasiado, incluso para una conciencia como la de Prague, que se habia preparado a escucharlo todo sin pestanear.

– ?Eso es imposible!

– Ah, de modo que ustedes tambien tienen limites -sonrio el viejo Granz.

– Profesor… -Prague respiro tres veces antes de continuar hablando-. Si una calculadora con capacidad para cinco millones de datos fuera necesaria, nosotros la habriamos construido. Pero eso…

– ?Como dijo?… ?Que la habrian construido si fuera necesaria?… ?Pues por eso precisamente esta usted aqui!… Porque ahora es necesaria. ?Y mucho!

– ?Para que? -pregunto Prague, sin comprender.

– Para meter en ella toda la Historia. Dia a dia. Desde aproximadamente el ano diez mil antes de Jesucristo. Exactamente… exactamente… -se puso a revolver entre los papeles, levantando volutas de polvo que se fijaban al rayo de sol que entraba por la ventana que habia tras el. Finalmente saco una hoja llena de numeros y leyo: - Exactamente cuatro millones, trescientos setenta y cuatro mil, doscientos setenta y seis dias, que son los que en el Instituto de Historiografia hemos llegado a clasificar.

– ?Dia a dia?

– Y casi hora a hora, senor ingeniero.

Prague trago saliva. De pronto saltaron por su imaginacion las horas inutiles pasadas por los historiadores para hacer aquella labor de chinos, tan minuciosa como innecesaria. ?Y ahora querian que todo aquello fuera registrado por la memoria de una computadora que ni siquiera existia, que costaria millones, decenas de millones y el esfuerzo de dias y meses continuos de un trabajo que podria ser empleado en cosas realmente utiles! Y todo…

– ?Para que?

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