senderos semioscurecidos, por donde a aquellas horas ya solo deambulaban algunas parejas de enamorados. Prague sintio a la vista de las parejas como habia estado perdiendo el tiempo durante gran parte de su vida. Posiblemente, apenas recordaba uno o dos paseos por el parque hechos como aquellos muchachos. Incluso su matrimonio con Ida habia sido casi un contrato, uno de tantos contratos que habia tenido que firmar en su vida. Un matrimonio alternado con formulas y proyectos. Hasta el punto de que su hija, Bessy, le parecia un proyecto mas, un proyecto que se convertiria un dia en la realidad de una mujer. Las amaba a las dos, de eso no tenia duda. Pero su amor estaba condicionado por su vida junto a las computadoras y ese amor, como cada reaccion sensitiva o vital, venia practicamente convertida en una formula.
“No la he hallado, pero existe. Existe esa formula matematica del amor, como existe la del odio, la de las calorias y la de las proteinas. Una formula para la vida y una formula para la muerte. Todo formulas o ecuaciones. Nuestra sociedad misma es una formula, tal vez una formula de locura, una formula para enloquecer despacio, una constante de enloquecimiento. Habria que hallar la ecuacion de la locura. Tendria aplicacion para Granz. Y para mi, dentro de unos meses. Y para el Gobierno, que ha enloquecido tambien. Deberia callarme, deberia dejar de pensar en todo eso, pero no puedo. Si ellos quieren enloquecer y pagan, ?que enloquezcan, que importa! Vivimos en un pais libre, ?no es eso? ?Libre! Cada uno es libre de enloquecer como le guste. A eso se llama democracia.”
Penso en sus ingresos, en su vida acomodada, si pudiera disfrutar de ella. En su conciencia que iba convirtiendose poco a poco en una conciencia cibernetica, como las propias calculadoras que disenaba. Un hombre para cada cosa y todo cosas para el consumo humano. La calculadora era una cosa, ni mas ni menos, para el consumo particular de Granz, que habia logrado convencer -?como podria ser posible?- a un Gobierno entero, para que le facilitase su capricho demente. Si un Gobierno era capaz de llegar a eso, el siguiente paso seria el caos.
El caos, se repitio a si mismo. Habia llegado al otro lado del parque y ante el desfilaba la procesion interminable de automoviles, un constante rumor de motores, de frenos, de pitos, de timbres, de voces, de musicas, como la savia sonora de la ciudad.
– Sera el caos -oyo que decian junto a el. Y aquella voz que sonaba, de pronto, distinta del rumor total le hizo volverse hacia su izquierda. Junto al bordillo de la acera, a su lado, un hombre esperaba el cambio de luz del semaforo para cruzar la calle. Prague le sobrepasaba casi la cabeza. Y, sin embargo, el hombrecillo volvio sus ojos hacia el y Prague sintio como si de ellos emanase una fuerza especial. Mucho tiempo despues sabria el nombre de esa fuerza: una fuerza mesianica. Solo que, en aquel instante, no podia darse cuenta aun de lo que significaria en su vida. Solo se dio cuenta del extrano magnetismo que parecia envolverle al sentir sobre el la mirada del desconocido. Tuvo que sonreirle.
– Probablemente.
– ?Tambien usted lo ha notado?
– Si… Pensaba precisamente en eso…
– Ya lo sabia. Bien… quiero decir, casi lo sabia.
– ?Por que?
El hombrecillo solto una carcajada.
– ?Es logico!… Cualquiera pensaria lo mismo -y senalaba ampliamente la calle barrida por los automoviles.- El caos, ?no lo esta usted viendo?… -Luego cambio subitamente de expresion y se torno serio, al tiempo que extendia su mano para estrechar la de Prague-. Me llamo Kunner. Y por un azar de mi existencia, en este instante no tengo nada que hacer y tomaria a gusto un cafe, si usted me permite invitarle.
Prague sintio su mano humeda y pegajosa, pero acepto la invitacion. En realidad, habria aceptado cualquier cosa que le hiciera olvidar formulas y ecuaciones. Le dejo hablar cuanto quiso. Y Kunner se explayo. A veces, entre sorbo y sorbo de cafe, Prague creia sentirse como flotando en una nube sonora de charla. Y era que casi ni atendia a las palabras de Kunner, que unicamente oia el murmullo de su voz chillona, que parecia exaltarse y aquietarse como el flujo y el reflujo de un oceano. Apenas nada de todo cuanto decia el hombrecillo se le quedo en la mente. Solo retazos:
– Democracia, asi la llaman. Y no es mas que dar paso a la escoria, a los inferiores, a los locos, a los semitas… Cualquier ideal del mundo carecera de fuerza para la vida de la tierra hasta que no se haga de sus principios la base de un movimiento combativo, ?me entiende?… -Prague no creia entender nada, pero, de pronto, sentia placer escuchando a alguien que parecia rebelarse contra lo establecido, contra la comodidad, contra la vida demasiado facil.
Y Kunner continuaba:
– Hasta que no se haga desaparecer de la faz de la tierra a toda esa escoria, nunca habra orden… ?Y sabe por que? Porque el mundo no es de todos, ?porque lo ocupa demasiada gente que deberia haber desaparecido hace siglos, como desaparece la podredumbre al llegar la primavera!…
Prague, lentamente, levanto los ojos hacia aquel exaltado.
– ?Pero usted, realmente, cree en eso?
– ?Y por que otra cosa se puede creer? ?No esta usted viendo los resultados de eso que llaman libertad? ?Nada mas que eso: desorden y caos! ?Caos!… ?Desde cuando siguen las guerras parciales? Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y seguiran, ?entiende? ?Seguiran!… Al menos, hasta que el mundo comprenda que hay que administrar la libertad a dosis homeopaticas… ?Si, homeopaticas! Un centesimo del centesimo del centesimo del centesimo… Una vez al dia y basla. Solo asi llegaria a comprender el hombre alguna vez -los hombres que queden, la raza que sobreviva- lo que significa un centesimo de opinion propia…
Fue una tarde que Prague recordo luego como una pesadilla. Las palabras de Kunner o, al menos, las palabras que se le habian quedado grabadas en la mente, eran palabras horrendas. Ideas monstruosas que atacaban directamente los conceptos que le ensenaron del hombre, de los valores del hombre, de la libertad del hombre. Y, sin embargo, ?acaso el mismo, en su fuero interno, no estaba atacando esa misma libertad desde que habia comenzado a trabajar en el monstruoso proyecto de aquella calculadora? ?Acaso no habia renegado el mismo de todo cuanto significaba el regimen en el que estaba viviendo, que permitia que el, un ingeniero electronico, tuviera que estar a las ordenes directas de un profesor de historia chiflado? ?Por dinero! Por el dinero y por el miedo a una carcel que no se sentia de ningun modo dispuesto a soportar, como ahora tendrian que soportarla sus ayudantes, a los que habia rechazado por ineptos y que habian caido inmediatamente bajo la ferula de un Gobierno que no perdonaba que otros conocieran impunemente las locuras que permitia hacer.
Ahora, en su mente bailaban los conceptos que habia expresado Kunner y que no eran, al fin y al cabo, mas que la materializacion de sus propias ideas confusas. Eso creyo, al menos…
?Pero es que el, Prague, efectivamente pensaba eso? No lo sabia. Ni realmente lo supo en mucho tienpo, a pesar de que, a lo largo de anos enteros, siguio viendo a Kunner regularmente, le siguio paso a paso en la materializacion de sus ideas mesianicas y hasta llego a formar parte de la organizacion secreta que casi llego a crear con el.
Primero fueron las palabras. Pero las palabras de Kunner exigian hechos para tener un sentido. No eran una filosofia, eran una accion velada e interna que tenia que exteriorizarse, de un momento a otro. Era, tal vez, otro tipo de locura, pero una locura que arrastraba aun sin quererlo. Igual que Prague se dejo arrastrar por el, sin comprenderle realmente, solo electrizado por sus palabras, hubo otros. Les fue conociendo poco a poco. Comenzaron siendo tres, luego diez y, al cabo de un ano, eran cerca de cincuenta los que se reunian en torno a Kunner para escucharle. Algunos eran incluso hombres clave en la administracion; terratenientes -de los pocos que aun quedaban- o funcionarios. Todos de un modo u otro descontentos del actual estado de cosas, como Prague mismo, o descontentos de los que creian que su talento tendria que haberles proporcionado posibilidades que no habian logrado alcanzar. La mayor parte eran de estos ultimos: hombres que se creian mucho mas valiosos de lo que realmente eran y, por lo tanto, hombres aptos para que la palabra facil de Kunner les diera un valor y una esperanza que, de otro modo, nunca habrian alcanzado. Porque Kunner hablaba siempre. Y nunca hablaba de entelequias, sino de posibilidades reales, aunque mas o menos remotas. Hablaba de exterminio de dirigentes y de razas inferiores, pero esta palabra -exterminio -nunca aparecia mas que envuelta en otras que, para todos, tenian mas importancia: poder, destino, escala de valores y limite de humanidad. Kunner les convencia facilmente. Ellos, los que le rodeaban, eran
La fuerza vino, poco a poco. Fue llegando despacio, a lo largo de anos, trascendiendo las reuniones periodicas