mas altas esferas del Gobierno. Pero el, por lo visto, no era nadie, aunque en su fuero interno tuviese la conviccion absoluta de que, en realidad, era el unico cuerdo entre todos cuantos estaban constantemente a su alrededor.
Luego -y esto constituyo la parte peor y mas absurda de toda aquella sucesion de incoherencias -vino la seguridad absoluta de ser vigilado. Cada manana, al entrar en su estudio de trabajo, encontraba gente nueva en la antesala. Gente que fingia trabajar y que, en realidad, estaba alli para controlarle cada paso, cada mirada, cada movimiento que hacia. Por las calles, su automovil era seguido siempre por otro, cada vez distinto. Poco a poco, supo que sus ayudantes, los ayudantes que habia ido desechando por ineficaces, eran detenidos. Uno fue encontrado borracho a altas horas de la madrugada. Anteriormente, habia sido un muchacho absolutamente abstemio. Otro fue acusado de proxenetismo, y Prague creia recordar haberle conocido siempre rodeado de las muchachas mas bonitas de la Casa. A un tercero, precisamente el que entro a trabajar con el con las maximas garantias de honradez, parece ser que le descubrieron robando en un apartamento. Lo cierto es que todos, a medida que Prague los iba desechando por ineficaces, desaparecian de la circulacion como si la tierra los hubiera tragado. Dandose cuenta de que aquellas detenciones eran intencionadas, Prague decidio conservar a toda costa a Dugall, el ultimo ayudante que le habia sido encomendado, aunque se daba cuenta de que no iba a ser tan eficaz como habria sido necesario en aquel trabajo.
Una manana, Dugall -estaban entonces por su sexto mes de trabajo y el muchacho colaboraba con el desde unas tres semanas atras- llego un poco tarde al estudio. Venia palido y asustado.
– Perdoneme, senor Prague -le dijo con voz entrecortada-, pero no me han soltado hasta ahora.
– ?Soltado? ?Quien?
– No lo se. Del Ministerio de Justicia, por lo visto. Vinieron anoche a buscarme a casa. Me han preguntado… todo.
– ?Todo?…
– ?Si, todo!… Algo asi como si hubieran sido siquiatras, no se… O como si yo fuera un criminal sospechoso. Luego, al soltarme, me han recomendado que no dijera nada, pero yo creo que, a usted al menos…
Otro dia, al regresar a su casa casi de madrugada, despues de haber estado trabajando durante todo el dia, Ida, su esposa, le confirmo que habian estado alli tambien.
– Fueron muy correctos, eso si -le dijo ella, aun atemorizada-. Pero lo han querido ver todo, hasta tu agenda con las direcciones de nuestros amigos. Han tomado nota de todo cuanto les dije… y han fotografiado cada papel de tu escritorio.
Prague estallo. Pasaba por todo, aun a riesgos de que le tomasen por tan loco como aquellos para quienes estaba trabajando. Por todo, menos por ser objeto de la constante vigilancia y la sospecha. Renunciaria, ?vaya si lo iba a hacer! No estaba dispuesto a sentirse prisionero de una locura y consentir ademas que los locos le gobernasen a el e hicieran de el cuanto quisieran.
Al dia siguiente, en lugar de dirigirse a su trabajo, se encamino -siempre perseguido por otro automovil- a la Universidad Autonoma. Atraveso los pasillos sin darse cuenta de que otros pasos le seguian, y entro en el despacho de Granz sin dar tiempo al ujier para anunciarle. El viejo profesor parecio sorprendido al verle.
– Caramba, el ingeniero Prague… No esperaba su visita, de veras… ?Alguna dificultad?
– Ninguna, profesor. Salvo que renuncio.
Granz no parecio comprender. Se le quedo mirando con su sempiterna sonrisa nerviosa.
– ?Por que?
– Porque no estoy dispuesto a ser tratado como un sospechoso, profesor. Porque ademas estoy totalmente convencido de la inutilidad de este encargo, ?me entiende? y porque no se a donde quieren ir ustedes a parar.
Granz parecio calmarse subitamente.
– ?Ah, era eso!… Oiga, Prague… ?Saben sus manos por que hacen lo que su cerebro les ordena? No, ?verdad?… Lo hacen porque tienen que hacerlo, sin preguntarse el porque…
– Pero yo no soy unas manos en este caso.
– No se ofenda, era un simil.
– Un sofisma. Ustedes aun los emplean, por lo visto, pero, para mi, ya no sirven. No quiero seguir en esto. Notifiquelo usted a quien…
– No sera necesario -se oyo una voz a espaldas de Prague. El ingeniero se volvio precipitadamente. Junto a la puerta habia dos hombres embutidos en impermeables negros. Donde ellos estaban, la luz llegaba muy difusa y era casi imposible distinguir los rasgos de sus rostros, pero Prague habria jurado que a uno de ellos, por lo menos, lo habia visto anteriormente fingiendo trabajar en la antesala de su estudio. Fue el otro, el que aparentemente era mas fornido, quien avanzo unos pasos hasta que la luz tamizada del ventanal polvoriento hizo aparecer su rostro aceitunado.
– ?Quien es usted? -pregunto el ingeniero.
– No se preocupe… Formo parte… del Gobierno, si es eso lo que le intriga… Y puedo tomar nota de su decision, si quiere… Aunque, de todas formas, me parece algo tarde…
– ?Por que?
– Porque sabe usted demasiado, senor Prague… Y no conviene que este proyecto trascienda…
– ?Que se demasiado?… ?Quiere usted decirme que es lo que se?… Aparte, claro, de la conviccion de estar trabajando en una locura insensata…
El hombre de rostro olivaceo sonrio, pero mas que sonrisa era una mueca de mal aguero. Prague se sintio mas indignado por ella que por su mismo encontrarse metido en una trampa sin salida. Apelo a su raciocinio:
– Vivimos en una democracia, ?no es eso?… Cada hombre es libre de elegir su trabajo y su ocio…
– Y usted esta colaborando a que eso sea posible, si es eso lo que le interesa saber.
– ?No, no y no!… Eso no son mas que palabras, y ya no me sirven. -Se acerco al hombre del impermeable negro. El hombre dio un paso atras-. Escucheme usted bien, amigo… Yo puedo continuar, pero con una condicion.
– No se admiten condiciones, senor Prague… Ha de ser su colaboracion, o…
– O la carcel, ?no es eso?
– Llamelo asi, si prefiere…
Prague no era valiente. Nunca lo habia sido ni tenia por que mostrar ahora un valor que no sentia. Ante aquel hombre supo que tenia que claudicar, que no le facilitaria ni un atomo de posibilidades por escapar a todo aquello. Sin embargo, hizo un ultimo esfuerzo.
– Admitanme un trato, entonces…
– Hable.
– Su confianza, a cambio de mi trabajo.
– Nunca hemos desconfiado de usted, senor Prague.
– Entonces, demuestrenmelo. Dejen de perseguirme como a un sospechoso. Dejen en paz a mis colaboradores. Y a mi mujer.
Prague se callo. El hombre del impermeable negro volvio a sonreir.
– ?Nada mas, senor Prague?
– Nada mas.
– Puedo anticiparle que esta concedido.
Fue como una liberacion. Como desprenderse de un peso terrible. Dejar de ver rostros escrutadores a su alrededor, no sentirse ya perseguido, observado, olisqueado, escuchado. Porque era cierto que ellos habian cumplido.
Aquella tarde, Prague abandono pronto su trabajo. Antes de la puesta del sol. Sentia deseos de abandonar su estudio y estar solo. Deseos de recorrer los parques, de mezclarse con la gente y olvidarse de numeros y formulas. De todos modos, las luces de la ciudad ya estaban encendidas cuando salio del estudio, cansado, ardiendole los ojos por haber tenido la vista constantemente fija en las cuartillas y en el papel mi-limetrado. Habia dejado el encargo a Dugall para que revisase algunas formulas que habian quedado incompletas.
Se mezclo primero con la gente del parque que estaba situado frente a la Casa. Jugaban los ultimos ninos y se escuchaban los gritos de las madres para recuperarlos y regresar a casa. Hacia fresco. Un constante rumor de automoviles llegaba hasta Prague, desde el otro lado del parque, por donde se extendia la arteria principal de aquel sector de la ciudad. Podria haber atravesado el parque en linea recta, pero prefirio rodearlo por los